
Pero ahora, al ver su cuerpo hecho trizas porque, una vez que le di con la pantalla del ordenador en la cabeza y se desplomó, cogí unas tijeras y le abrí en canal. Después le corté el pene y los testículos. Esos con los que se vanagloriaba que eran la locura de las mujeres… Porque me contaba sus orgías sexuales ¡a míiii!, que por su culpa me había quedado sin apetito sexual. Si, gracias a él, odié a los hombres porque cada vez que miraba a uno, veía su cara y, entonces, me entraban ganas de salir corriendo… Anda, hijo de Satanás, ahí te pudras porque no voy a recoger sus restos, y sé que, cuando encuentren tu cuerpo, a la primera persona que van a buscar es a mí.
Todo el mundo sabía que le odiaba; al principio lo disimulé hasta que Martirio, la azafata de la cuarta planta, me dijo que a mí lo que me ocurría con él es que yo padecía el síndrome de Estocolmo. No sabía de qué me hablaba aquella gata en celo, pero me sonó tan fatal que, yo, una mujer viuda, con hijos, católica y jamás habiendo usado preservativos porque me lo prohibía el Papa que tomé la determinación de hacer de manifiesto mi odio por aquel tipo. Así que la tarde de autos, le invité a una partida de pelotas en su apartamento. Él, el muy engreído, me sonrió de medio lado y me dijo “Macarena, eso esta hecho”… Me tuvo jugando a las pelotas tres días con sus noches. Él se aburría, me decía que me faltaba inteligencia, pero yo siempre he sido muy cabezota, jamás me he dado por vencida y, hasta que no conseguido mi fin, no he parado. Manuel, así se llamaba el impresentable e innombrable, a veces hasta daba cabezadas, momentos en los cuales yo aprovechaba para hacer una trampa que otra. Total, Dios que me estaba viendo, sabía a ciencia cierta que no le parecía mal, incluso en algún momento oí los aplausos de San Pedro… pero ni por esas pues cuando Manuel abría los ojos, me hacía repetir de nuevo la jugada.
Pero todo tiene su límite y, aprovechando que Manuel necesitaba ir al baño, a la tercera noche, le estrellé el ordenador en la cabeza. Cuando terminé de hacerle toda clase de barbaridades, cogí el ordenador que, por cierto, no se había roto y sin limpiar su sangre, para tener conciencia exacta de lo que acababa de hacer, lo encendí y me dispuse a relatar mi confesión.
Pero, claro, ahora que lo pienso detenidamente, ha sido un asesinato en defensa propia. Me llevaba acosando ocho largos años… ¿Lo entenderá la policía?... Debería buscar testigos, pero no los voy a encontrar. Todo el mundo callará, nadie desea mojarse en causas ajenas ni complicarse la vida que ya bastante enrevesada la tienen… Les comprendo y no se lo voy a tomar en cuenta… Pero pasarme en la cárcel más años que uno de ETA, porque estos ya se sabe que tienen buenos contactos, no me hace gracia.
¿Y si me fugo? Pero a dónde voy a ir si no tengo donde carme muerta. Además, menuda deshonra para mis hijos que están encima en la edad del pavo. Por lo menos que me metan en la cárcel yo habiendo dado la cara, siendo consecuente con mis actos. Y, aunque esté entre rejas, todos comprenderán que hice un bien social. Mal visto, sí, el código penal es muy riguroso, más con los pobrecillos como yo que no somos nadie y eso de que metan en la trena a uno que ha matado a otro, distrae mucho la atención a los que están artos de injusticias y de paso pues se tapan las miserias que verdaderamente deberían ser conocidas por el gran público… Seguro que saldré en los telediarios. Dirán de mí que cometí un asesinato pasional… Qué pasional ni que niño muerto; le maté porque me tenía hasta los ovarios…, pero eso nadie lo escuchará.
Me sacarán en las tertulias televisivas y, exceptuando Belén Esteban, la princesa del pueblo, nadie, ni siquiera el apuntador sacará la cara por mí… ¿Y si llamo a Belén Esteban y la cuento mi caso? No sé, no creo que eso les guste a mis hijos. En fin, este ha sido mi relato. Voy a llamar a la policía… ¡Ah!, antes de que se me olvide, voy a meterle en la boca unas cuantas pelotas…, en las tripas, también…
-Señorita Macarena… ¿Me está escuchando? Se ha quedado dormida.
-¡Ay!, perdón, don Manuel, esta noche he tenido una pesadilla y hoy me encuentro fatal. Discúlpeme…
Macarena, según iba a coger el autobús, iba maldiciendo. Sentía, pena, una gran pena, de que su sueño sólo fuera eso, un sueño… Con qué ganas hubiera matado a su jefe.
3 comentarios:
Hola, Angeles:
Vaya, entonces era el jefe... y yo pensando que era el marido. De todas manera para tu propio pesar fue solamente una pesadilla.
Abrazos.
Qué susto!
Hasta que leí "Belén Esteban", pensé que era el guión de una peli moderna del 'Far-West-Country' profundo; una de esas americanadas: 'Based in a true story'.
Muchos jefes y jefas se merecen eso y mas.Muchos besos para mi asesina favorita.
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