martes, 4 de febrero de 2020

EL ESCORT COMPLACIENTE


Jaime tiene treinta y cuatro años y disfruta con la ducha desde que su madre a los nueve años le dijo “No tengo tiempo, he de ir a trabajar. Dúchate tú solo”. ¿Cuántas veces lo puede hacer al día? Depende del trabajo, pero dos o tres, seguro. Tiene la sensación que cuando el agua cae sobre su cuerpo por el desagüe se va el trabajo acometido. Deportista desde el colegio, es puro músculo. Mide uno setenta y uno, ojos de miel poblado de espesas pestañas. De su mirada rezan las malas lenguas que hipnotiza y seduce, pero esto último lo hace con su desparpajo, naturalidad y simpatía. De aspecto elegante y discreto cuida su imagen al milímetro, igual que su mente que la depura. De hecho cada día dedica como mínimo un par de horas a su cultivo y equilibrio. Para ello el yoga le es fundamental, después la prensa, economía, arte e historia, hace el resto, y un par de días tiene clase de inglés con su amiga Buffy, una inglesa asentada en España desde hace siete años; sus clases de idioma son pagadas con amplios retozones en la cama.

Jaime no tiene familia, vive en el barrio de la Concepción de Madrid, un tercer piso heredado de su madrina. Humilde piso decorado con un gusto exquisito. Las  vecinas le adoran  por su educación y belleza y los vecinos le admiran como le envidian; es un punto histriónico en un barrio tan humilde ver salir en esmoquin a un vecino o irse de viaje con maletas de Louis Vuitton pero…, así es Jaime.

 

Estudió Historia del Arte para nada o para mucho, depende como se mire. Al año de haber acabado la carrera, sus padres se mataron en un accidente de coche; tuvo que renunciar a la herencia porque todo eran deudas. Sin casa, sin trabajo, se fue a vivir con su madrina, doña Engrasi,  viuda y catalana de pura cepa viviendo en Madrid por amor toda su vida y en el barrio de la Concepción. Aprendió catalán para hacerla feliz y lo que en un principio le pareció una pérdida de tiempo, el tiempo le hizo comprender que de inútil nada pues ahora su trabajo casi siempre era el puente aéreo Madrid Barcelona.

Una noche, después de haber estado dando tumbos buscando trabajo, se pasó por  Blazer, un lugar de copas. Se pidió un par de tequilas para ahogar su frustración, cuando oyó a su lado una voz que se dirigía a él.

-          ¡Qué hermoso eres! Pareces un Apolo. ¿Me acompañarías a una fiesta?

 

Jaime se volvió hacia ese acento hispanoamericano y vio ante sí a una mujer entrada en años, de aspecto cuidado. Se puso a hablar con ella, ¡qué mujer más culta! Se pasaron la noche charlando. Ella acaudalada viuda venezolana viajaba por Europa. Al final, cuando ya amanecía, ella le ofreció que le pagaría una buena suma de dólares si le acompañaba no solo a la embajada francesa a una recepción en la embajada francesa sino, además a recorrer Italia. Dicho y hecho, así comenzó su carrera de Escort –“Persona que actúa como acompañante remunerado, es decir, alguien a quien un cliente paga por acudir con él o ella a reuniones, fiestas, salidas a otra ciudad, etc. con estudios, y capaces de ofrecer interesantes conversaciones La contratación puede incluir o no sexo”-

 

Jaime lleva nueve años en este negocio. No pertenece a ninguna agencia, va por libre y cobra quinientos euros la noche y en efectivo. Su tapadera es ser modelo y su book es solicitadísimo por las mejores agencias; su último trabajo para la revista Esquire y GQ le ha lanzado al estrellato efímero como el gentleman más deseado del momento.

Pero él sigue feliz viviendo en el Barrio de la Concepción de Madrid, su verdadera esencia, donde, cuando llega y después de una ducha, vuelve a ser Jaime, el de toda la vida con un único sueño: ser marchante de arte algún día.

 

Jaime baja las escaleras rociando cada recodo de Esencia de Loewe, con los pies pegados al granito limpio de su humilde y verdadera vida.


M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies


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