miércoles, 17 de mayo de 2023

LA VIDA SECRETA DE LAS MARIPOSAS Los tomates tienen sabor

Susana llega exhausta al portal de su casa, solo piensa en meterse debajo de la ducha y que el agua barra tanto cansancio. Vive en un tercero sin ascensor en pleno centro de la ciudad. A penas doscientos metros y alcanzará su objetivo y, según se acerca, ve un bulto que se mueve en la entrada; ya lo vez con nitidez. Es un hombre hecho un ovillo que apoya la cabeza contra la puerta.
Es curioso, en otro momento hubiera tenido miedo, pero desde que comenzó el calvario de la pandemia, se ha volatilizado el miedo al malhechor, aunque es consciente que, como sigan las cosas así, los ladrones saldrán de caza por necesidad y por vicio. Ahora las calles están desiertas, no hay ruido, no hay nada.
Susana intenta abrir la puerta, el hombre la ignora y sigue con los ojos cerrado. Lleva una bolsa con fruta y verdura un tanto pasada para Candela, la del entresuelo, con tres adolescentes y un marido borracho. Es camarera y se ha quedado sin trabajo. Todos en el inmueble, la echan un cable.
Es un vecindario atípico, pequeño y todos se saben la vida y milagros de todos. Susana lleva viviendo allí ocho años. Ingeniera agrónoma y es, junto a Carlos y Rosa, los progres, como los llama doña Inocencia, del tercero derecha, los más jóvenes, médicos ambos.
A parte están Segismundo y Teodora, octogenarios, metiditos en casa desde que comenzó la movida y, con tanto miedo, que Susana cree que no abren ni las ventanas. Candela, la del marido borracho, les hace la compra y de paso, por el favor, Segismundo la obsequia con unos huevos, un paquete de pasta…, poco, más no puede dar porque su pensión es tan chiquita que apenas les llega para sus necesidades básicas.
Susana abre la bolsa y rebusca hasta encontrar una manzana, se la tiende al hombre que la mira de forma rara, pero la coge y da un gracias tan bajo que ni se oye. Cierra la puerta y comienza a subir los peldaños arrastrando los pies, llamando a las puertas, en ademan de pasar revista y que todo el mundo conteste. Candela tarda en abrir y aparece con un buen moratón en el pómulo izquierdo.
- ¿Otra vez? -Candela agacha la cabeza, ¿qué va a contestar? Su marido la pega cuando no tiene alcohol en las venas-… Denúnciale-dice Susana entre dientes.
- Me da pena, le quiero…-y Candela cierra la puerta.
Susana sigue ascendiendo y en el segundo encuentra a Inocencia abrazada a su mañanita tan vieja como ella.
- Niña, ¿qué tal el día?, ¿Qué se cuece por ahí fuera? -la mira expectante, aunque su sonrisa eterna de ancianita encantadora esta noche no aparece- …Rosa ha tenido que llamar al 112 y se han llevado a Teodora muy malita con una bombona de butano para que pudiera respirar, fíjate qué desgracia- lo del butano provoca una sonrisa de ternura en Susana porque Inocencia comienza a cambiar el nombre de las cosas. Rosa, la médica, le ha comentado que la soledad y la incomunicación para los ancianos no es nada buena.
Por fin, Susana se mete debajo de la ducha. Siente tantos remordimientos como pesares, tanta tristeza como asombro y alegría. Es todo tan extraño como absurdo, piensa mientras el agua se lleva por el desagüe tanto cansancio. Hace poco más de dos meses estaban a punto de cerrar ella y su socio, Luis, su pequeño anhelo: una frutería ecológica. Apenas vendían nada, Luis se mataba a trabajar en el huerto junto a dos alumnos de la escuela, estudiantes en prácticas, pero la gente prefería ir al mercado y grandes superficies y comprar más barato.
Pero llegó en coronavirus y las circunstancias cambiaron todo. El pequeño comercio de proximidad se reactivó y el suyo fue valorado como nunca hubiera imaginado. Quienes compran tomates no dejan de decir “Susana, saben a tomate” … Han tenido que contratar un repartidor y añadir un estudiante voluntario al huerto. Su sobrina Sofía, la eterna adolescente y peleada con el mundo porque sí, quebradero de cabeza de sus padres, hace de telefonista recogiendo encargos, y hasta se la intuye feliz por descubrir en el estercolero de la vida una gratificación.
Y Susana, por todo ello, se siente tan feliz y recompensados todos sus esfuerzos tras un sueño, que siente remordimientos, pesares que, en medio de tanta desgracia y muerte, ella sea eso…, tan feliz.

domingo, 7 de mayo de 2023

TODO ESTÁ BIEN


 Mauricio se rasca la cabeza, luego los riñones; se ha levantado hoy demasiado perezoso o no tiene motivación alguna por construir un domingo más con ilusión. Se acerca a la nevera y rastrea con la vista qué preparar para comer. Nueces se sienta a su lado en espera que su amo se decante por algún alimento y pille cacho de su decisión. Mauricio se da cuenta y tira de un paquete cualquiera y saca una raja de lomo y se lo da. El perro lo caza al vuelo y le mira agradecido pero al segundo le observa con angustia. Es animal pero percibe que su amo no está bien. Restriega el hocico contra el pantalón de Mauricio y este se agacha.

-Sí, Nueces, no estoy inspirado. Estoy tristón, hoy seremos de los pocos españoles que comemos solos y a ti y a mí nos gusta la familia, ¿verdad? Pero los chicos celebran el día de la madre con la bruja de Manuela…Hay que comprenderlos, es su madre y la quieren, es lógico, Nueces. Que nosotros no la aguantemos, no quiere decir que en mis hijos ese sentimiento exista.
Mauricio suspira y se decanta por una cerveza. Se va a la terraza y se sienta. Mira el cielo azul y piensa que hoy es un día bonito, lástima que esté solo.
Bueno, lleva viviendo cinco años así y vive como Dios. La tranquilidad volvió a su vida después de separarse de Manuela; lo que no entiende como no lo hizo antes… Pereza, desidia, egoísmo, quién sabe. El caso es que no se entendían ni en la cama y aquel fatídico día en que Manuela le montó un número por unas nueces..., sí, se había comido unas nueces que ella iba a emplear en un guiso. ¡Vaya tontería! Pero la justa que colmó el vaso después de veinte años de matrimonio y la mandó a tomar por culo. Así, sin más. Ella, toda soberbia, altiva y déspota, eso que la dejaran colgada, sin terceras personas ni nada, significó la guerra; una separación traumática en la que él cedió por el bien de su hijos.
Total, le dejó poco más que con los calzoncillos puestos, ¡qué a gusto!, se cogió un apartamento que a duras penas podía pagar, se fue a la perrera a por un perro abandonado, cosa que nunca pudo hacer porque Manuela odiaba los perros y volvió a dormir tranquilo. Los chicos iban todos los domingos a comer con él y Mauricio era feliz. Les ayudaba en todo lo que podía. Incluso llegó a pensar que era mejor padre que antes.
No se echó ni amante ni novias, más mujeres, no, por favor… Recuperó a los amigos que a Manuela como no la caían bien, renunció a ellos y todos los sábados quedaba con ellos a tapear, a tomar unas cervezas, ¿qué más quería? Vivía en paz y feliz cada domingo cuando aparecían sus hijos o entre semana le llamaban con cualquier excusa tonta. Pero hoy…
De repente, Nueces se pone a ladrar como un poseso; llaman a la puerta. Mauricio mira el reloj y ve que marca las seis de la tarde. Se ha dormido, no ha comido, le rugen las tripas, ¿quién llamará?
Se levanta, abre la puerta y…
-¡Papi! Ya hemos comido con mamá, ¿nos invitas a una copa?
Mauricio sonríe, se le escapa la sonrisa por todo su rostro. Nueces salta entre unos y otros mientras la felicidad regresa por un rato al hogar de un divorciado.

sábado, 22 de abril de 2023

HORTENSIA Y SUMÁGICO TRABAJO


 

Emmanuel Carrère, Rosa Montero, Mariano Sigman, Héctor Abad Faciolince, Aroa Moreno, Manuel Vilas, Elia Barceló y Joana Marcús son algunos de los protagonistas de La Noche de los Libros 2023, que se desarrolló, con una programación bibliodiversa y equilibrada, a lo largo de todo el 21 de abril, en librerías; yo pongo mi granito de arena…

 HORTENSIA Y SU MÁGICO TRABAJO

 Era un 21 de abril, lo recuerdo muy bien. Anochecía a una hora imprecisa cuando las mesas y las butacas iban quedándose vacías. Del murmullo de las hojas al pasar, se pasó al silencio, y la luz eléctrica se apagó. Las hileras de estantes repletos de libros eran como soldaditos de plomo uniformados y en estado de revista; todo aquel lugar guardaba un orden.

 La bibliotecaria, por fin, cogió su abrigo y el bolso y cerró la puerta, iba feliz yéndose a casa, había sido un día satisfactorio con más clientela de lo habitual ávida de lectura. Hortensia siempre lo decía “Quien lee, crece, quien no lo hace será un canijo, esa gente que no crece mentalmente, seres diminutos carentes de ideas, de imaginación, de opinión”. Para ella los libros eran mágicos y entrar en ellos significaba abrir miles de puertas donde la fantasía, el duelo, el miedo, el suspense o el amor estaban para satisfacer tus ansias de vivir experiencias.

 Cada vez que entrega un libro, va acompañado de una frase, “Corre, vuela, sueña”, incluso rozaba con sus dedos a la mano tendida que esperaba el libro solicitado, según Hortensia ese leve roce le hacía saber instantáneamente el valor que daba a la lectura quien se llevaba el libro… Inimaginables tonterías que Hortensia las daba un gran valor y que en su hogar cuando las contaba provocaba risotadas.

Se enojaba al principio sintiéndose incomprendida, luego, no dejo de contar sus experiencias con los libros pero ya no se enfadaba, era una pérdida de tiempo y el tiempo es un momento sagrado y tan valioso, que perderlo es otro rasgo de los canijos.

 Hortensia al abrir el bolso para sacar las llaves, se dio cuenta que las había dejado encima de su mesa así que dio la media vuelta y volvió a la biblioteca a por ellas… Lo que no se esperaba es lo que encontró al llegar, eso sí que era no solo inesperado sino inexplicable, la tacharían de loca, mejor guardarlo para sí.

Le costó abrir la cerradura porque su atención estaba plegada a otra cosa: el suave rumor de voces dentro de la biblioteca. “¿Qué hago, Hortensia, abro o llamo a la policía?”, “No temas, nadie que se guarezca en una biblioteca puede tener malas intenciones. Anda, no dudes y entra. Eso sí, no hagas ruido no se vayan a asustar”

 Al fin la cerradura cedió y Hortensia abrió la puerta pero un poquito solo. Sus ojos descubrieron lo insólito: Los libros iban y venían solos de sus estantes al centro de la sala. En el medio había un ratón comiéndose un trozo de queso casi más grande que él. Un gato de angora blanco y negro leyendo en voz alta a un niño. Cuando el gato terminaba, el niño chillaba “Quiero más” y los libros se ponían en movimiento raudos a los deseos del infante. Los tres cerditos, Caperucita Roja, El gato con botas, El principito, Matilda, Tom Sawyer…, hacían fila y hasta se pegaban por ser los primeros en la imaginación del niño.

Pero de pronto, en aquel alboroto alborotado, se oyó un fuerte golpe. Todos contuvieron la respiración. Desde el penúltimo estante se acababa de suicidar un libro. Era muy gordo, estaba muy ajado pero…no muerto.

Despacio, muy lentamente pudo ir incorporándose, sí, con esfuerzo era muy gordo, al menos mil páginas. Cuando estuvo incorporado del todo, se sacudió el polvo, dio un manotazo a los cursis de Los tres cerditos y se puso delante del gato “Ya está bien, ¿acaso un ingenioso hidalgo, no va a ser leído en esta noche mágica de los libros?”

Hortensia tragó saliva, don Quijote se acababa de enfadar en gordo. Sin hacer ruido, buscó las gafas de leer y se aproximó.

- Don Alonso Quijano, ¿me permite que le lea yo?

- Comience y rapidito, el tiempo es oro y en nada el niño habrá crecido sin conocerme.

Y la voz suave y dulce de Hortensia comenzó a leer a sus ilustres invitados, un niño, un ratón y un gato.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor...”

 

jueves, 5 de noviembre de 2020

ANGELI DEL FANGO (Ángeles de barro)

 


“Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía”

Jorge desde que tenía doce años, los sábados acompañaba a su abuelo a dar un paseo por la Cuesta Moyano a revolotear costana arriba y abajo. Primero era un paseo lento en el que observaba al abuelo como sus ojos radiografiaban los treinta puestos; no tocaba nada, simplemente se dedicaba a bucear con la mirada tranquila y el gesto amable mientras saludaba a cada uno de los dueños de aquel valle de sueños por su nombre.

A esa edad Jorge, a parte de su bicicleta no tenían ninguna pasión. Era un muchacho dócil, reservado, tranquilo y no mostraba ningún entusiasmo por los libros, aunque le apasionaba que su abuelo le desvelara los misterios de su biblioteca, pero él entendía que eran cuentos inventados de la imaginación del yayo y no como una realidad de aquella sucesión de estanterías en cuyas baldas estaban señaladas por títulos como “Ciencia, ficción, historia, clásicos, generación del 98…”

Una vez que el abuelo hubiera paseado los ojos, comenzaba la captura. Sus dedos ágiles se convertían en depredadores quedándose paralizados cuando encontraban algo que llamara la atención al intelecto. Entonces, el tiempo quedaba suspendido, las manecillas del reloj se paraban y comenzaba a examinar el hallazgo de arriba abajo. A veces Jorge pensaba que si a su abuelo no le daría asco manosear ciertos libros cuyo aspecto no podía ser más mugriento.

Una mañana de otoño y lluvia intermitente, se encaminaron a su habitual paseo sabatino. Ese día Jorge se mostraba más parlanchín de lo habitual cuando el abuelo le dijo mirando al cielo “Con suerte, un par de nubes se retirarán y saldrá un rayo que acaricie los libros. Hoy puede ser un gran día, ya verás…”, entonces Jorge le preguntó “Yayo, ¿hoy qué vamos a buscar?” y el anciano paró un instante, miró profundamente a su nieto y con una sonrisa de compresión le contestó “A la Cuesta Moyano no vamos a buscar sino a encontrar”

Aquel verbo “Encontrar” despertó la imaginación de Jorge y al contrario del abuelo, según llegó y apareció el rayo de plata que pronosticó el senil hombre, el chiquillo se puso a perder sus manos entre los cajones allí expuestos. Olvido el asco de rozar el material, alguno deteriorado demasiado. Al cuarto cajón, entre los libros, expuestos sus lomos para poder leer fácilmente los títulos, vio uno con letras doradas que ponía “Angeli del fango (Ángeles de barro)”

Lo sacó con sus dedos inexpertos y se quedó con las tapas de cartón duro entre las manos. Entonces trató de sacar con sumo cuidado las hojas que habían quedado solitarias entre otros libros; después las colocó en la envoltura de cartón. Todo él estaba muy deteriorado hasta las hojas amarillentas y subrayados algunos párrafos. Miró y la edición era de 1967, de Arnoldo Mondadori editore. Automáticamente, Jorge se dio cuenta que estaba escrito en italiano y que, sin embargo, las anotaciones en los bordes de las páginas estaban en castellano. Volvió al principio y en la segunda página había una dedicatoria en letra inglesa tan clara y cuya tinta estaba tan viva que podría haber sido escrita cinco minutos antes de que Jorge reparara en el libro; decía así, “Florencia, 4 de noviembre 1967… Mi querida Teo, aquí está la aventura que te prometí sellarla en letra del aciago 4 de noviembre de 1966 cuando Florencia se convirtió en un inmenso lago sumergido en las tinieblas. Tu fiel amante Giorgio”

Jorge se volvió y preguntó a Matías, el dueño de la caseta “Por favor, ¿me puede decir qué día es hoy?” y el hombre respondió “4 de noviembre, hijo”. A Jorge se le salía el corazón del pecho, aquel libro era un presagio que, a sus doce años aún no sabía de qué. Preguntó el precio, rebuscó en el bolsillo y sacó la única moneda que tenía. “Solo tengo esto”, dijo tendiendo el dinero a Matías y este sonrío satisfecho por el comportamiento del chico y añadió “Llévatelo”

Ese fue el inicio de la gran aventura con los libros de Jorge. Con el tiempo aprendió italiano con el único afán de comprender aquellas noventa páginas. No obstante, con las notas escritas en español pudo irse haciendo una idea de la historia que narraba aquel libro tomando conciencia que los libros poseen secretos muy bien escondidos.

Nunca dejó de ir a la Cuesta Moyano cada sábado, incluso después de haber fallecido su abuelo. Sacó oposiciones a Bibliotecas y hoy es un experto que navega en el mundo oculto de un libro. Tiene verdaderas colas de lectores para aceptar sus consejos. En su casa tiene una habitación dedicada a biblioteca donde están expuestos los volúmenes que heredó del abuelo; cada día descubre algo nuevo, sobre todo las notas adyacentes de su abuelo. Reflexiones, frases…

¿Qué contaba Angeli del fango?” … Giorgio el cuatro de noviembre era un joven estudiante de Bellas Artes en Florencia. Con la crecida del río Arno que llegó a alcanzar la altura de cinco metros. 5000 familias perdieron sus viviendas, 6.000 negocios tuvieron que cerrar. 101 personas perecieron bajo las aguas. Jóvenes estudiantes de arte, entre ellos, Giorgio, no solo eran fiorentinos, sino que algunos viajaron hasta Italia con el único fin de ayudar. Se contó con la colaboración de fuerzas armadas de diferentes países para salvar las joyas del Renacimiento. La Galería de los Uffizi para evacuar piezas del museo como Magdalena penitente de Donatello, Cristo Crucificado de Giovanni Cimabue, y Puertas del paraíso de Lorenzo Ghiberti, libros y pergaminos de archivos y bibliotecas, como los archivos de la Ópera del Duomo, la tercera parte de la colección de la Biblioteca Central nacional… A estos rescatadores de tesoros se los conoció como Los ángeles de barro.

PD. Cristo Crucificado de Giovani Cimabue que muestra la foto estuvo más de 12 horas sumergido en el lodo. Más de un 60% de la obra se perdió lo que conllevó 10 años de restauración.

Ángeles Cantalapiedra, escritora

©La vida secreta de las mariposas ©Un lugar al que llegar ©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla... Gymnopédies

viernes, 25 de septiembre de 2020

JARRÓN CHINO


 ¿Quién no ha tenido alguna vez un jarrón chino en su casa, aunque fuera de imitación? Hubo un tiempo que en las listas de bodas había una pieza de esas y si no la había, te la regalaban igualmente; a mí me regalaron tres y con las mismas, se los cedí a mi madre que gustosamente pasaron a engrosar el cúmulo de chismes decorativos que no servían para nada, pero quedaban tan monos haciendo bulto en una estantería o en una rinconera.

Mi difunta madre colocó uno, el más feo, el más horroroso -en vez de estar pintando, aunque fuera mal, si tu cogías una lupa, veías perfectamente que eran pegatinas, eso sí, muy bien pegadas- Pues bien, al chinesco lo colocó en el pasillo; sí o sí lo veías cada vez que pasabas, era inevitable.
Hasta que un buen día, de esas tardes de invierno aburridísimas que, para colmo, no te queda otra que estar en casa pues no ibas a sacar a los niños a la calle con la que estaba cayendo, me levanté a coger unas galletas y al pasar me quedé parada mirando al susodicho y solté, sin darme cuenta que detrás venía uno de mis hijos, ¡eres feo de cojones!, y escucho una vocecita angelical a la altura de mis tibias, “Mami, ¿e cojone?”… A un niño le cuesta hablar o al menos vocalizar ciertas palabras, pues bien, mi hijo no solo la interiorizó, sino que la pronunció divinamente.
La abuela de la criatura, mujer muy fina toda su vida, el padre del niño, un hombre que llevaba y lleva a gala haber sido educado en los jesuitas, pusieron a caldo a la mamá del querubín; odié más al jarrón chino, era el culpable de que mi persona hubiera caído en desgracia y mi hijo, para rematar, soltaba “el cojone” delante de propios y extraños aguantando la coletilla de mi madre “Qué pensará la gente de nosotros”
Ante estos agravios, no me quedó otra que planear el asesinato del jarrón chino; lo tenía facilísimo, sería una venganza limpia y yo estaría fuera de cualquier sospecha… El jarroncito de las narices estaba mostrando su horrenda fachada delante de una ventana. Lo único que yo tenía que hacer era abrir la ventana y un par de ellas más, y la corriente generada, haría el resto.
¡Voilá!... El tiro me salió por la culata. Una mañana dejé todo listo y me fui a hacer las camas hasta que escucho el llanto de mi hijo que más que llanto eran alaridos. Salí corriendo, mi madre, igual, y nos encontramos a la criaturita en el suelo abrazado al jarrón y diciendo “Cojone malo, pupa nene”
¡Menudo chichón le salió en la cabeza!, y el enfado de mi madre que me echó la culpa por no haber pensado en los peligros estando niños por medio. Por cierto, el chino no sufrió ni una triste magulladura. Entonces mi madre decidió cambiarlo de lugar al sitio de honor de la casa.
¿Cuál era? La entrada de la casa en la que justamente había un reloj estilo Luis XV en versión SXX que ya, su dorado, hacía daño a las retinas. Así que entraras, salieras, recibieras visitas, el hortera de Luis XV que, por cierto, daba los cuartos, las medias y las enteras, todas, toditas, en un tono afeminado hasta que se quedaba sin cuerda, pero eso mientras vivió mi madre casi nunca pasó. Lo primero que hacía mi señora madre nada más levantarse y subirse a sus stilettos era dar cuerda a la melodiosa voz del macarra de Luis XV.
Así que el hall, pieza que dicen los expertos en decoración que es el alma del dueño de la casa, fue la parte del hogar de mis padres favorita de mis hijos, entre el tolón de Luis y el cojone, mis hijos se pasaban las horas muertas allí; mi duda aún hoy es qué pensarían, qué dirían las visitas cuando llegaran a casa y la elegante de mi madre abriera la puerta. Se me ha olvidado contar que las paredes del hall fueron pintadas en naranja…, como os lo cuento, muy luminoso.
¿Qué pasó con esas dos piezas, claves en la vida familiar? Ahí siguen como memoria histórica, pero para nada democrática, eh, incluido el naranja de las paredes. Pero lo peor que llevo de este asunto son dos cosas: una, mi falta de voluntad para asesinar al naranja, a Luis y a cojone.
Y dos, esto es lo más fuerte, es que mi cara, mi cuerpo, se descuelgan con los años, en cambio, el naranja sigue más vivo cada día, Luis brilla como nunca y su tolón es aún más femenino. En cuanto al jarrón chino, como me falla la vista, ya ni con lupa veo sus pegatinas.
PD. Aclaración: me parecen maravillosos los jarrones chinos, los de verdad.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©La vida secreta de las mariposas ©Un Lugar al que llegar ©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies


lunes, 16 de marzo de 2020

LA CITA



La puerta, el móvil, ambos parecían dos histéricos a punto de saltar sobre mí, y yo sin poder moverme. A duras penas alcancé el móvil y descolgué y la voz de Andrea explotó en mi oreja.
- Abre, llevo media hora en la puerta llamando.
Me fui dando golpes contra las paredes del pasillo. No encontraba las llaves, tuve que volver al dormitorio hasta que por fin pude abrir. Entró como un huracán a la cocina y se puso a hacer café. Yo me senté, era una zombi frente a mi amiga llena de vida y energía.
- Te dije que cuando regresaras, me mandaras un mensaje, o si no regresabas, igualmente avisabas, ¿no te acuerdas?
- Habla más bajo, me duele la cabeza- solo pude articular esa frase. Trataba de hacer memoria de lo que me estaba hablando cuando mis ojos chocaron con una cajetilla de tabaco encima de la mesa…
Me llamo Paloma, soltera por convicción. Auxiliar administrativo en una empresa pequeña desde hace veintitrés años. Estudié Empresariales y rápidamente encontré trabajo. Tengo un hermano y dos sobrinos. Siempre viví con mis padres a los que cuidé hasta hace un año en que partió el último, mi padre. Desde entonces, mi amiga de la infancia, Andrea, le dio la manía persecutoria de que yo debía tener pareja hasta que hace dos meses en mi cumpleaños me apuntó a una app de citas, Bum, bum, que te pillo, para que encontrara pareja.
Para mí ha supuesto un calvario, mientras que para Andrea ha sido un divertimento, una ilusión arrolladora. Después de dos citas truncadas, más que nada porque yo entré en pánico, ayer culminó el sueño de mi amiga; una cita a ciegas en la que Sergio debía de llevar un chaleco amarillo mostaza y yo una diadema. Quedamos en el Central de la Plaza Mayor a tomar café, un lugar público con dos entradas, una como salida de escape en caso que la cosa se torciera. Tomar un café implica que con media hora te das cuenta si la cosa tiene chispa, en cambio, una cena como mínimo son dos horas y encima Sergio había propuesto un restaurante asiático, cuando no sé mover los palillos y para colmo a mí me gustan los huevos fritos o la pasta, pero Andrea decía que eso era muy arriesgado porque no todo el mundo sabe comer pasta y tal vez Sergio sorbiera la pasta y a mí me daría asco… Bobadas de mi amiga que, por otra parte, lo tenía todo calculado, yo simplemente me dejé llevar.
“No saques el móvil, no hables de política ni de religión, vete discreta pero sexy. Por Dios, no practiques el yoísmo, no bebas, no fumes…” Más que una mujer saliendo de caza tras de un macho guapo, bien situado, sin cargas familiares ni económicas, a ser posible con piso propio en el centro, con estudios, bien vestido, divertido, ameno y que supiera besar, me sentía un ente robótico programado y acotado.
¡Qué desastre! Hice todo lo contrario de lo que debía hacer. Él no era guapo, pero me parecía un oso de peluche desvalido. No era de capital sino de un pueblo. Tiene tierras de labranza y sin carrera universitaria. Iba muy limpio, educado, aunque olía a gallina; ya me explicó que tienen un gallinero. Le gusta el tinto y a mí la Coca-Cola pero bebí tinto, creo que demasiado. Del café pasamos a la merienda en un bar apartado del centro en el cual sirven las mejores ancas de rana de la ciudad. ¡Qué asco, por Dios! Pero él disfrutó y a mí me gustó ver como resbalaba toda la grasaza hasta llegar a los puños de la camisa. Nos hicimos un selfi, nos reímos y me confesó que votaba a Vox y yo me sinceré que era virgen y barajaba a corto plazo la vida contemplativa. Nada coincidía de lo que habíamos puesto en la ficha de contactos. Sergio estaba allí por hacer feliz a su madre y yo, por Andrea.
Luego me llevó a casa, no atinaba a subirme al autobús; el tinto me hacía ver la vida oscura y por triplicado. Me tuvo que ayudar a entrar en casa, me preparó un café, esperó a que vomitara todo el tinto…
- ¡Qué feo es! Bueno, tú tampoco sales bien en el selfi... No se te habrá ocurrido quedar con él de nuevo, ¿verdad? Paleto y encima de Vox… Esos tíos son trogloditas.
- Andrea, el único defecto que tiene es que huele a gallina…
- ¡Has vuelto a quedar con él! Ay si tu padre levantara la cabeza, un republicano de pro…
- Deja a mi padre quieto.
- Pues tu madre, una feminista de toda la vida… ¿No es mejor que sigas pensando en lo de la vida contemplativa?
- Andrea, me estás levantando dolor de cabeza, cállate un poco.
- Dime que no has quedado y me callo.
- Sí, he quedado esta tarde. Me quiere presentar a su pareja.
- ¡Ah!... ¿Te enseñó una foto? Seguro que es mentira
- No miente, y se llama Fernando.
- ¿Quién se llama Fernando?
- Su pareja, Andrea.
M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Un lugar al que llegar ©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies

miércoles, 12 de febrero de 2020

UN LUGAR AL QUE LLEGAR



Bueno, aquí está la cubierta de mi quinta novela y su título, y lo que opina mi prologuista de cabecera Gabriel Neila, para que os vayáis aproximando a esta nueva aventura literaria.
No os puedo negar el vértigo que me produce cada vez que presento un nuevo trabajo, pero la ilusión me arrastra. Ahora que estoy corrigiendo las pruebas de imprenta y la estoy releyendo de nuevo, os puedo decir que no os va a defraudar.
"Un lugar al que llegar supone una novedosa vuelta de tuerca, en cuanto a tensión literaria se refiere, con respecto a su última entrega narrativa Largas tardes de azul. En ella nos sorprendió con una novela con aires de thriller y unos personajes muy bien confeccionados. En esta ocasión, los lectores seremos partícipes de algunas novedades muy interesantes. Cantalapiedra nos presenta en estas páginas, mediante un convincente comienzo in media res, la segunda oportunidad que la vida le da a Francisco García Belloso, un hombre que acaba de salir de la cárcel y cuya vida vamos a ir conociendo con todo lujo de detalles.
He querido titular esta invitación a la lectura con la frase Cuando la vida te da una segunda oportunidad, puesto que es, sin ningún género de dudas, el principal leitmotiv de la novela. Los personajes que pueblan estas páginas tienen comportamientos toscos y duros, quizás por ese caparazón que les protege de una vida hostil y llena de contrariedades. Por si esto fuera poco, todos están buscando su lugar en un mundo al que tienen que hacer frente. Ahí es donde la inteligente pluma de Cantalapiedra juega su papel y concede a sus personajes una nueva vida, a pesar de que el peso del pasado siempre se convierta en un contrapeso atenazador.
Después de haber leído toda su obra, creo destacable mencionar que Mª Ángeles Cantalapiedra está ganando en profundidad y hondura a cada novela que publica. Si ya en la fresca Sevilla… Gymnopédies, dio buena muestra de lo que apuntaba a ser una novelista de raza, Un lugar al que llegar no desmerece a todo el trabajo que ha venido realizando durante estos últimos años. Su literatura, pulcra y accesible, se dirige al corazón de los lectores de forma directa y sin ambages.
Un lugar al que llegar, el quinto trabajo narrativo de Mª Ángeles Cantalapiedra transita por un terreno que se mueve entre el thriller y la novela psicológica, y es ahí donde su literatura sigue dando lo mejor de sí misma. Nuestra autora no trabaja con tabús preconcebidos, puesto que no duda en narrar con rigor y respeto los aspectos más crudos de nuestra sociedad. Ahí es donde radica el éxito de sus novelas. Cuentan historias que nos hacen ser mejores personas, sintiendo empatía por el prójimo, aunque quizás esté pasando malos momentos, o no se comporte de la forma más aceptada socialmente..."
Gabriel Neila
Presentación en Madrid el próximo 5 de marzo y en Valladolid, el día 11 de marzo.

domingo, 9 de febrero de 2020

EL HOMBRE DEL SAXO

Hace tiempo que se lo debía, sin embargo, siempre encontraba un tema mejor del que hablar, o se me olvidaba su triste figura. Pero esta mañana, de primavera anticipada y sol amable, el semáforo me hizo parar y contemplarte durante unos minutos, los justos para resumir nuestra vida juntos…

Recuerdo aquella otra mañana de hace treinta y cuatro años, yo acababa de aterrizar en Madrid, recién casada y pegada a una nube de algodón dulce, cuando mi marido se incorporó al trabajo, y me quedé sola rodeada de cajas con mis chismes; estos no me consolaron, muy al contrario, hicieron despertar a la chica de provincias echando de menos a su Valladolid natal, familia, amigos, perro y trabajo. Salí corriendo de aquellas paredes que no sentía mías y deparé en una plaza. Había un hombre joven tocando un saxo. Su música tan triste como desafinada hizo aún más mella en mi ánimo, y decidí sentarme en un banco a mezclarme con esa melodía afligida y alicaída como yo. Perdí la noción del tiempo y, en un momento dado, me di cuenta que mis lágrimas rodaban a ninguna parte, el saxo había enmudecido, y un hombre me observaba desde el otro extremo del banco.
- Niña, ¿qué te pasa?, ¿puedo ayudarte? –me miraba con la ternura del que comprende.
- Nada, no me pasa nada- y detrás de mi respuesta, aún más llanto.
- Me llamo Mariano y, ¿tú?
- Belinda-dije seca, lacónica-… ¿Sabes tocar otra cosa?
- No. El saxo es de uno que dormía junto a mí a orillas del Manzanares. Se murió abrazado a él y yo me lo llevé. Soy autodidacta.
- Lo haces muy mal.
- Lo sé, pero a mí me gusta ese sonido, lo he inventado yo, y me suena a mí.

Me levanté sin más, dije un adiós sin mirar hacia atrás y, desde entonces, ahí ha seguido, debajo de un chopo retorcido que, en verano, le da sombra y, en invierno, sus ramas tintinean frio y agua sobre su triste melodía. Nuestros encuentros se han escrito a través de los años en unas monedillas y un “¡Hola Mariano!, ¡Hola Belinda!” Sin mirarnos siquiera, y con el mismo lamento del saxo de un hombre muerto.

Y esta mañana, rociada de la vida de una primavera anticipada y benévola, el semáforo ha interrumpido mi paso, y me he quedado reconociendo la sombra sin hojas del chopo y su dueño. Han venido a mí tantas sensaciones como reconfortantes cada una de ellas. Sin saber de nuestras vidas, era un decálogo de sinfonías que hacían identificarme con Mariano plenamente.

- ¡Buen día, Mariano!-me he parado por primera vez ante él después de treinta y cuatro años. Ha dejado de tocar y me ha sonreído con una boca vacía, y un mechón cano cubriendo la frente arada. Su mirada me ha parecido un cafetal de ricos aromas a verdad- Oye, ¿Cuándo vas a dejar de tocar esa canción espantosa?
- Nunca, Belinda, nunca. Soy yo y me gusta, me hace feliz- me ha vuelto a mirar con la ternura de un padre cuando abraza en la distancia a un hijo- Y tú, ¿cuándo vas a abandonar la nostalgia?
- Nunca, Mariano, nunca. Me hace sentir cerca de lo que amo y no está en este asfalto que pisamos.

He dejado las monedas de rigor y, sin despedida, he reemprendido mi marcha. Tras de mí volvía a sonar un saxo desafinado del hombre que quiso ser lo que es.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies

martes, 4 de febrero de 2020

EL ESCORT COMPLACIENTE


Jaime tiene treinta y cuatro años y disfruta con la ducha desde que su madre a los nueve años le dijo “No tengo tiempo, he de ir a trabajar. Dúchate tú solo”. ¿Cuántas veces lo puede hacer al día? Depende del trabajo, pero dos o tres, seguro. Tiene la sensación que cuando el agua cae sobre su cuerpo por el desagüe se va el trabajo acometido. Deportista desde el colegio, es puro músculo. Mide uno setenta y uno, ojos de miel poblado de espesas pestañas. De su mirada rezan las malas lenguas que hipnotiza y seduce, pero esto último lo hace con su desparpajo, naturalidad y simpatía. De aspecto elegante y discreto cuida su imagen al milímetro, igual que su mente que la depura. De hecho cada día dedica como mínimo un par de horas a su cultivo y equilibrio. Para ello el yoga le es fundamental, después la prensa, economía, arte e historia, hace el resto, y un par de días tiene clase de inglés con su amiga Buffy, una inglesa asentada en España desde hace siete años; sus clases de idioma son pagadas con amplios retozones en la cama.

Jaime no tiene familia, vive en el barrio de la Concepción de Madrid, un tercer piso heredado de su madrina. Humilde piso decorado con un gusto exquisito. Las  vecinas le adoran  por su educación y belleza y los vecinos le admiran como le envidian; es un punto histriónico en un barrio tan humilde ver salir en esmoquin a un vecino o irse de viaje con maletas de Louis Vuitton pero…, así es Jaime.

 

Estudió Historia del Arte para nada o para mucho, depende como se mire. Al año de haber acabado la carrera, sus padres se mataron en un accidente de coche; tuvo que renunciar a la herencia porque todo eran deudas. Sin casa, sin trabajo, se fue a vivir con su madrina, doña Engrasi,  viuda y catalana de pura cepa viviendo en Madrid por amor toda su vida y en el barrio de la Concepción. Aprendió catalán para hacerla feliz y lo que en un principio le pareció una pérdida de tiempo, el tiempo le hizo comprender que de inútil nada pues ahora su trabajo casi siempre era el puente aéreo Madrid Barcelona.

Una noche, después de haber estado dando tumbos buscando trabajo, se pasó por  Blazer, un lugar de copas. Se pidió un par de tequilas para ahogar su frustración, cuando oyó a su lado una voz que se dirigía a él.

-          ¡Qué hermoso eres! Pareces un Apolo. ¿Me acompañarías a una fiesta?

 

Jaime se volvió hacia ese acento hispanoamericano y vio ante sí a una mujer entrada en años, de aspecto cuidado. Se puso a hablar con ella, ¡qué mujer más culta! Se pasaron la noche charlando. Ella acaudalada viuda venezolana viajaba por Europa. Al final, cuando ya amanecía, ella le ofreció que le pagaría una buena suma de dólares si le acompañaba no solo a la embajada francesa a una recepción en la embajada francesa sino, además a recorrer Italia. Dicho y hecho, así comenzó su carrera de Escort –“Persona que actúa como acompañante remunerado, es decir, alguien a quien un cliente paga por acudir con él o ella a reuniones, fiestas, salidas a otra ciudad, etc. con estudios, y capaces de ofrecer interesantes conversaciones La contratación puede incluir o no sexo”-

 

Jaime lleva nueve años en este negocio. No pertenece a ninguna agencia, va por libre y cobra quinientos euros la noche y en efectivo. Su tapadera es ser modelo y su book es solicitadísimo por las mejores agencias; su último trabajo para la revista Esquire y GQ le ha lanzado al estrellato efímero como el gentleman más deseado del momento.

Pero él sigue feliz viviendo en el Barrio de la Concepción de Madrid, su verdadera esencia, donde, cuando llega y después de una ducha, vuelve a ser Jaime, el de toda la vida con un único sueño: ser marchante de arte algún día.

 

Jaime baja las escaleras rociando cada recodo de Esencia de Loewe, con los pies pegados al granito limpio de su humilde y verdadera vida.


M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies


jueves, 16 de enero de 2020

SOBRE LAS CUMBRES MOJADAS




Adolfo es un tipo dolorosamente lúcido cuyas canas del alma pesan muchos años de rigores pero, a pesar de eso, aún le gustan las mujeres. A ser posible las rellenitas aunque una flaca, para salir de un apuro, también le vale.
Él fue agricultor; bueno, tampoco. Trabajaba la tierra de otros. Allá en la sierra giennense no había muchas salidas por no decir ninguna.
Con el tiempo, los chicos de su edad se fueron marchando a las ciudades de alrededor, pero Adolfo no tenía miras ni ganas. Al principio, eran un chaval apocado, de mirada huidiza, obediente y trabajador. Al verse sólo y rodeado de mujeres, éstas comenzaron a jalearle, a instruirle en la vida. Así comenzó a perder las capas de cebolla que cubrían al bueno de Adolfo. Las mujeres y la tierra fueron su mundo, su libro de historia y de aprendizaje.

 Decían las malas lenguas, entre ellas la de su madre, Rosarito y Terencia, sus hermanas, que era muy buen mozo; Adolfo no se lo creía porque, aunque iba espabilando con los años, seguía guardando la inocencia y frescura de una tierra sin malear. De hombros anchos, estatura respingona, pelo de espesos trigales, y ojos de castaños iluminados por el sol. Su boca era como los jardines en flor perpetuos; la sonrisa siempre le acompañaba.
En los ratos muertos de verano, cuando el sol achicharraba las ideas, Adolfo se sentaba debajo del almendro que crecía desde los años de la postguerra. Su abuelo decía que Largueta, variedad del almendro, era un valiente excombatiente que aguantó condiciones extremas de hambre y frío y, a pesar de eso, sobrevivió dando su fruto y sombra a la familia Pascual. Así que Largueta era uno más de la familia, el silente amigo y compañero de cuitas en noches de verano, del flirteo de sus hermanas, y las lágrimas de sal de su madre, doña Rubina.

Pues como decía, Adolfo se perdía bajo la sombra del tronco agrietado y oscuro de Largueta, dedicándose a hacer un instrumento, al menos eso era lo que pensaba Adolfo cuando trabajaba la madera imitando a una flauta que conservaba como herencia de sus antepasados, y guardada en una funda de terciopelo rojo. Le fascinaba aquel instrumento, y se inventaba historias de cómo había llegado a la familia Pascual. Contaba a sus amadas que hubo un famoso trovador en su familia. El tiempo diluyó los músicos en la saga de los Pascual hasta que nació él, Adolfo Pascual, destinado a perpetuar la gloria musical de su familia.
Mientras trabajaba la madera, Adolfo se reía de sus invenciones, no entendiendo cómo se podían tragar las jóvenes campesinas aquellas historias que variaban igual que el viento. La verdad de la flauta no era más que en la batalla y asedio a Barcelona, su padre fue disparado en una pierna arrastrándose a un refugio donde sólo había un hombre muerto abrazado a un paquete. En aquellas horas de espera, humo y ráfagas de disparos, su padre se entretuvo con aquel paquete, olvidando el miedo mientras observaba una flauta de oro y platino- él no entendía de oros y platinos, pero se le antojaba que ambas palabras eran ricas en texturas y dineros-  y envuelta en terciopelo rojo… Adolfo pensó que la flauta había sido mágica salvando a su padre de una muerte segura; el resto, lo hizo su imaginación.

Tres años después de que Adolfo intentara asemejar con la madera a la flauta mágica, terminó la suya aunque después de tanto esfuerzo se preguntó “Y ahora, ¿qué, chaval?” Él soplaba aquel tubo hasta que el sonido le ponía dolor de cabeza. Lo guardaba y, al día siguiente, volvía a la labor de hacer sonar aquel chisme rudimentario. Hasta que un buen día, tratando con sus dedos gordos, aunque ágiles de tapar y destapar unos agujeros, salieron un par de sonidos que le atraparon. Quiso memorizar los pasos para no olvidar aquellos sonidos; con un lapicero y un cacho de papel de periódico anotó los pasos. Desde aquel momento y durante un tiempo, Adolfo olvidó a las mujeres que fueron canjeadas por aquella música extraña.
Una tarde en la que se hallaba juntado unas notas con otras, al terminar, no salió de su asombro cuando escuchó frente a él aplausos. Levantó la cabeza y allí, delante del bueno de Adolfo, el truhán de historias, y leyendas de una flauta, con el único fin de conquistar mujeres, se encontraba un ramillete surtido de damas. Digo lo de surtido, porque también estaba doña Inocencia, la rica y acaudalada esposa de don Venancio, el mayor sinvergüenza de la comarca, al que todo el mundo respetaba más bien por el miedo que provocaba. Adolfo conocía muy bien las curvas de Inocencia y el aroma de sus sábanas, pues cuando don Venancio se largaba, Adolfo se metía en su cama a calentar la soledad de su esposa.

Pues bien, Inocencia, arrebolada de entusiasmo, dijo a Adolfo que le ayudaría a triunfar. Aquellas palabras le hicieron gracia, pero no la quitó la ilusión; menos mal, porque a partir de ahí y gracias a Inocencia, se inició la carrera de Adolfo siendo considerado sucesor de Richard Egües o André Jaunet.
La primera obra que creó se llamó “Largueta” como su almendro, aunque la obra máxima de Adolfo será recordada por el bello nombre “Cumbres mojadas” en honor a Inocencia, su mentora, y dueña de los mejores orgasmos que una mujer de carnes rellenitas le haya podido dar a un hombre.
Ahora, cuando los años se amontonan unos encima de otros, Adolfo, sentado bajo Largueta suspira imaginado a una mujer mientras acaricia el cuerpo alargado de su flauta.

PD. Adolfo jamás se casó, no tuvo tiempo. Demasiado ocupado entre camas cubiertas de carnes magras y conciertos.
Adolfo Pascual es una leyenda viva enterrado bajo Largueta que yace y vive en mi exclusiva imaginación.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies

martes, 3 de diciembre de 2019

FUI YO


Se ha hecho de noche, demasiado, pero no importa. No necesito la luz para nada.
¿Cómo se puede perder todo en unos segundos? Si lo pienso bien, me advirtieron, pero yo no quise escuchar. El caso es que ahora ya no hay vuelta de hoja. Esto es lo que hay… Aunque, qué distinto hubiera sido todo si la prisa, locura adyacente en mi vida, no hubiera invadido mi carril. Ahora seguiríamos riendo o discutiendo si el tío Alfredo fue más generoso que la pasada navidad, o el asado de mi madre, que siempre ha sido el mejor que mi paladar haya probado, estaba más salado que de costumbre…, quién sabe.

Llegaríamos a casa, tiraría los zapatos al alto y la camisa al suelo. Encendería el tocadiscos y sonaría la misma música de siempre. Soy un vago, pero me encanta la monotonía de ciertos actos. No me cansan, es una rutina imprescindible en mi intimidad. Después, descorrería las cortinas y con una copa en la mano y un cigarrillo en la comisura izquierda de mi boca, contemplaría la ciudad a mis pies. Ana me distraería con algún comentario tonto, pero pronto, volvería a los subterráneos de esos pensamientos en los que me gusta perderme. Me preguntaría por qué sí y no a esto o a aquello. Terminaríamos repasando el día y pensaría en mañana.

Sin embargo, ahora, aquí, no hay mucho qué hacer porque he perdido todo. Todo por la maldita prisa… Ya no volveré a ver los ojos de Ana, esa mirada verde en la que me extraviaba hasta hacer locuras. Tampoco volveré a pasear bajo la lluvia con mi perro Ralph, ni me sentaré en la orilla de cualquier mar con mi hijo. Ya no construiré más castillos de arena…

No existirán más amaneceres junto a mi gente, ni borracheras con Gustavo y Marcos, mientras adivinábamos el porvenir; el mío ya lo sé.

¿Por qué no iría más despacio? El sabor dulce se me hace pequeño,  necesitaría un trago más para llevármelo conmigo y, cuando cerrara los ojos, ver la boca de Ana, la sonrisa de Lucas y sentir el beso de mi madre…

¿Aquí no existirán atardeceres? Seguro que por no haber, no hay estaciones. El tiempo siempre será el mismo, y no veré marchitarse las rosas ni el otoño en un jardín. Ni siquiera azotará el viento y mi piel no se quemará por el sol.

Siempre, palabra eterna, me abruma porque me gusta mirar el reloj y ver pasar el tiempo, pero aquí no hay minuteros que marquen mis huellas. A partir de ahora, la eternidad será mi única compañera… Si al menos, hubiera creído en algo, ahora me aferraría a ese algo. Todo está tan negro que me asusta. ¡Ojalá! Ana no haya corrido la misma suerte que yo, y tenga una oportunidad. Mis imprudencias no las han de pagar otros.
… ¡Maldita prisa! No entiendo por qué tomé aquella curva a esa velocidad con la que estaba cayendo. La cortina de agua me restaba toda visibilidad y yo seguí apretando el acelerador; choqué contra algo... Me pasaré la eternidad en este túnel. Cerraré los ojos para olvidar… Espera, no los cierres aún. ¿Ves allá? ¿Dónde? Allá, al fondo. Hay una chispa, mira, no cierres lo ojos, fíjate bien. Camina hacia ella…

-          ¿Señor López?
-          ¿Cómo está mi hijo? ¿Vivirá?
-          Treinta y seis horas para decir. De momento hemos logrado estabilizarlo.
-          ¿Mi nuera?
-          Lo lamento…
-          ¿Y el otro coche?
-          Los cinco han fallecido.

PD. Estos días, si conduces, no bebas. Si conduces, hazlo con prudencia.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies