domingo, 4 de enero de 2009

EL MÓVIL

Sonó el móvil. Una música estridente salió de él que rompió el bullicio que había alrededor. Todos se quedaron callados. Sonó varias veces y al no descolgar, el móvil enmudeció. Los presentes se miraron unos a otros, sus ojos decían todo y no decían nada; cada uno continuó haciendo su trabajo. Había sido una noche larga, tan densa como la niebla que envolvía el ambiente.
Manuel no se acostumbraba a noches así. Inconscientemente se revelaba a esos finales. Se decía que algún día lo dejaría, recogería sus trastos y se iría a cualquier puerto de mar. El aire, la luz, el salitre, sin duda le convertirían en un hombre nuevo cuyo rostro recobraría la humanidad y, quizá, volvería a sonreír.
De todas formas, también pensaba que si lo pasaba tan mal en este trabajo es porque su corazón no se había endurecido lo suficiente y conservaba aún recovecos con la suficiente sensibilidad y capacidad de sufrimiento para que su trabajo no le dejara indiferente como al resto de sus compañeros. Ellos eran de otra pasta, tenían una doble personalidad, estaba convencido. Cuando entraban a trabajar se quitaban el traje de ser humano y se calzaban un termo que ni las balas entraban en él. Cuando terminaba la jornada, volvían a sus vidas, a sus familias. ¿Y por qué Manuel no podía? Siempre era el mismo, dentro y fuera. Bueno, eso no es verdad porque fuera no tenía otra vida; no quiso. Se tomó muy a pecho su profesión, tanto que estuvo media vida embrujado por ella. Y sin embargo, ahora, se daba cuenta que había fracasado. Le bebía la sangre y cada noche como ésta, cuando regresaba a casa, lloraba amargamente sin poder conciliar el sueño. ¿Había hecho algo para evitar el dolor de otros? No, no había podido impedir absolutamente nada… Sí, quizá sería buen momento para cerrar, por fin, este capítulo de su vida.

… Volvió a sonar el móvil. Esta vez nadie se inmutó menos él. Miró la pantalla, salía un nombre, suspiró profundamente y descolgó.
-Buenas noches…
-¿Buenas noches, dices? Serán buenos días porque son las cinco y cuarto de la mañana. ¿Se puede saber cuándo vas a volver, Oscar, a casa? ¿Cuántas copas has bebido?
-Disculpe, ¿con quién hablo?- según terminó Manuel de hacer la pregunta, la comunicación se interrumpió; la persona que llamaba había colgado el teléfono. ¿Pensaría que se había equivocado de número o, tal vez, la invadió el pánico?
Manuel metió de nuevo el móvil en la cazadora y regresó al grupo.
Se agachó al suelo y descubrió el rostro del cadáver. Cada vez estaba más frío, más pálido, con ese rictus que deja la muerte que no se puede borrar. Sin embargo lo que veían los ojos de Manuel era un chaval de apenas unos dieciocho años con una incipiente pelusa en la piel que no se define ni a ser niño ni a ser hombre. Miraba su cara escrupulosamente con afán de que le hablara y le contara qué había pasado para terminar así en una noche tan inhóspita.
Poseía facciones de ángel, bien vestido… Cada fin de semana la misma historia, siempre terminando con hablar a rostros mudos, incapaces ya de traspasar la frontera. Ahí quedaban atrapados. Vidas truncadas, tan jóvenes que se le partía el alma. Locos, camorristas que no saben el valor de una vida y, tal vez, el riesgo era el único acicate de sus vidas.
Descubrió un poco más el cuerpo. El abdomen estaba encharcado de sangre. Una cuchillada había sido suficiente; quien la dio, sabía bien lo que hacía.
-Le llevaron hasta la prenda de abrigo. Lo que no entiendo es cómo no se llevaron el móvil. Pero el chico se defendió-el compañero se echó a reír, gesto que descompuso más a Manuel- porque en la mano izquierda tenía el cierre de la cremallera, una Belstaff. Son prendas muy caras… Por cierto, oí que sonaba el móvil del chico, ¿contestaste?
-Sí. Era la madre
-¿Le dijiste la buena nueva?-esos comentarios a Manuel le encrespaban y de buena gana se hubiera levantado y escupido.
-No tuve oportunidad. Colgó.
Entre ambos se hizo el silencio. No podían levantar el cadáver mientras no llegara el juez… Aún tardaría en amanecer, pensó Manuel mientras el móvil volvía a sonar.
-Buenas noches, ¿es usted la madre de Oscar?- Manuel cogió el toro por los cuernos. El sufrimiento de esa mujer debía comenzar una nueva fase. No era justo que estuviera guardando esperanzas cuando ya no las había.
-Sí. ¿Quién es usted?-contestó una voz temblona, incrédula, temerosa…
-Soy Manuel Cobos, inspector de policía. Sé que son unas horas intempestivas pero, ¿podríamos acercarnos un momento a su domicilio?
-¿Y mi hijo? ¿Qué le ha pasado a mi hijo?-La mujer rompía a llorar y a Manuel eso le destrozaba. Decir el destino de un hijo a un padre es atroz, pero no hay camino de retorno pensaba Manuel. Sin embargo esta parte de su trabajo no la quería que la hiciera otro sino él. Lacrar la parte humana del caso él mismo, tocar la piel de la gente, acariciarla, comprenderla y cerrar un capítulo más de su largo historial.

“Sí, éste sería el último caso”, se dijo Manuel mientras se encaminaba a casa del muchacho. No soportaba más el dolor, la injusticia y la impotencia de no poder evitar estos finales como el de Oscar.
Volvió a sonar el móvil, pero ya Manuel ni lo miró; la llamada se perdió en el silencio de un amanecer envuelto en niebla y sin esperanza.

6 comentarios:

calamanda dijo...

Hola, me siento halagada, gracias por tus palabras. Un beso.
Calamanda

aapayés dijo...

Precioso texto, muy bien desarrollado aunque la historia sea triste ante la injusticia e impotencia de la noticia...

un abrazo fraterno

Unknown dijo...

Me has hecho llorar...
Eso no es justo en estas fechas.
Abrazos.

Anónimo dijo...

una historia muy triste, pero perfectamente escrita.

Felicidades.

Anónimo dijo...

¡Hola amiga!, vine a dejarte mis mejores deseos para el nuevo año. Espero que hayas pasado unas fiestas estupendas y que ahora los Reyes se porten muy bien contigo. Como has sido buena, seguro que te traen muchos regalitos. Je, je, je.
Decirte también que fue una suerte para mí encontrar tus palabras en el 2.008 y que es un placer leerte. Así que no te vas a librar de mí en el futuro. Je, je, je.
Un beso muy fuerte, cuídate mucho y que te vaya bonito. Hasta pronto.

Mayela Bou dijo...

Me conmueve la fotografia, el texto.. todo!
Abrazos