jueves, 16 de febrero de 2012

CARTA A UN AMOR IMPOSIBLE

Ayer fue el primer día que vi las huellas del corzo sobre la nieve “Dos lunas menguantes encaradas, sin luz, hundidas, sombreadas por el peso del animal sobre la tierra” (*) y me sentí vacío, dolorido, sin ganas de nada. La luz que me acompañaba era mi fiel reflejo: recogida, silente, triste, melancólica… La niebla tumbaba los perfiles envolviendo a la ciudad de una escarcha blanca y, mis pies según avanzaban, esquiaban por el asfalto y, por eso, te sentí tan lejos, tan mía; eres mi obsesión, mi frustración.
Aquel fatídico nueve de diciembre se me paró el reloj y mi sensibilidad se fue contigo y, si quedó algo de ella en mí, está escondida en algún rincón del alma para que no la encuentre.
La casa está vacía aunque no se muere  tu eco; es el único que deambula por las habitaciones; todas son tu persona. De nada me sirve gritar, pronunciar tu nombre, no estás, por eso yo tampoco quiero estar allí. Abro los armarios, los cajones, toco las estanterías…  Todo está como tú lo dejaste. Ni siquiera hiciste la maleta, no te llevaste nada porque creías que ibas a volver, pero no lo hiciste.
Me he convertido en un vagabundo movido por aquellos que dicen que me quieren; procuran no dejarme solo ni un instante, temen que alga alguna bobada, pero el caso que yo sólo te quiero a ti y tú me has dejado huérfano… ¿Por qué? Me traen, me llevan, me he convertido en una marioneta de quienes desean que te sobreviva. Pero para sobrevivirte se necesita coraje, y de eso no tengo; bien lo sabes. Tú lo hacías por los dos, yo solo me dejaba llevar por ti… era tan fácil.
Arrastro mis manos por tus cosas, ese mundo infinito de cosas que atesoramos a lo largo  de nuestra vida. Huelo tu perfume, mastico tu esencia, pero lejos de acercarme a ti, me aleja. Se han convertido en seres inanimados; no se mueven y me confirman que tú no estás, y no me lo creo, no me entra en la cabeza que te hayas ido así… en silencio, sin hacer ruido, sin molestar. Vamos, como tú eras.
La niebla, en esta ciudad nuestra, se pega a la tierra y un todo se une a tu recuerdo… Blanco, Blanco.
Hay días como el de hoy que me levanto y, como un autómata, me pongo a hacer cosas, tantas como pueda, así me olvido de ti, pero cuando vuelvo, arrastrando mi cuerpo hacia casa, abro la puerta y las paredes son oscuridad y el silencio termina por aplastarme.
Al principio, no me daba tiempo a pensar sin embargo, ahora, tengo mucho, demasiado tiempo aunque no me funcione el reloj para pensarte; te llevo muy dentro, y la pena me acorrala, y salgo huyendo hasta que me doy cuenta de que no puedo huir de mí mismo.
¡Ojalá! Me estuvieras escuchando o leyendo, da lo mismo… No sé estar solo, no sé estar sin ti, pero la parca te vino a buscar, y aquí estoy yo envuelto en tu ausencia, y esperando que en cualquier momento se abra la puerta y entres tú… O que despierte de una pesadilla y te vea a mi lado durmiendo. Pero no, estás muerta ¡Maldita sea mi suerte!

*Mónica Fernández Aceytuno

1 comentario:

Alondra dijo...

¡Hola! me ha gustado muchísimo... por un lado describes genial el lugar, tal parece que estamos allí acompañando la soledad de ese hombre, hiela el corazón... incluso apetece darle un abrazo tierno.
Hasta otro momento, bss.