martes, 21 de julio de 2009

UN ANTES, UN DESPUÉS

He descubierto un lugar delicioso y solitario: es el hueco de la escalera de incendios; Entre dos puertas. Allí corre una fina brisa y la vista de una de ellas es a un trozo de cielo.
Me siento libre como un pájaro.

Me escondo allí a fumar, a pensar y a leer. Está un poco sucio, pero no me importa, aunque esa suciedad me acerca el recuerdo de mi armario cuidadosamente cerrado con naftalina de olor a lavanda. Allí están guardados trajes de siete años; “Me sentaban muy bien, me favorecían, he de reconocerlo” me digo para saciar mi vanidad perdida.
Sin embargo, ahora voy hecha un cuadro, mi condición de proletaria me induce a ponerme cualquier trapo para equipararme al resto y no sobresalir de la masa en nada; he olvidado mi imagen y, si alguna vez en el ascensor me miro, no me reconozco. Antes subida a unos andamios y ahora rozando el suelo. “¿Cuál es más real?” Me pregunto mientras ese trozo de cielo me regala un rayo de sol que no quema y me endulza... Nunca dejé de ser yo de alguna manera, pero la soledad siempre me ha perseguido. Antes, por ser quién era, debía guardar las distancias, y ahora..., no sé lo que debo guardar, la verdad, pero aquí estoy sola, nadie se acerca a mí desde que llegó la maldita crisis y comenzaron a rodar cabezas, sueldos. Después llegaron los despidos, los llantos, los orgullos heridos y… yo.
No me mandaron a la calle, es cierto, pero me hicieron toda clase de judiadas; mi vida se convirtió en un infierno hasta que una mañana cuando llegué a trabajar con mis tacones de vértigo me encontré sin despacho. Mi vida laboral se resumía a una caja arrinconada y a una maceta.
Me agaché a mirar la planta, no recordaba tenerla. Estaba allí pacientemente esperando a ser recogida por alguien. Su humildad me hería; tan simple que su belleza irradiaba luz. Recogí mis chismes y la planta y me dirigí al departamento de RRHH a que me leyeran el futuro; de esto hace un año.

… Ahora, pienso que nos ofuscamos en no ver la belleza de las cosas cuando éstas están deseando ser descubiertas, palpitando por una mirada sin ceguera.

Pisoteo el cigarrillo, lanzo un suspiro a la nada y retorno al trabajo. Ser proletario tiene sus ventajas: no he de mandar, sólo dejarme llevar y mis tiempos son sólo míos.
He sentido tras de mí el airecillo humilde que rozaba mi espalda y he sonreído; desde entonces no he dejado de sonreír.

6 comentarios:

aapayés dijo...

La vida.. prole.. la mejor..

un gusto leerte

Saludos fraternos
un abrazo

calamanda dijo...

MAGNÍFICO RELATO...SOBRE TODO
ENCONTRAR LA LUZ...

Siento muchísimo que no haya
podido dar la contraseña, pero hay
un motivo...

UN BESO.

¡FELIZ VERANO!

José Luis López Recio dijo...

Gran reñlato, tal y como nos tienes acostumbrados a tus fieles seguidores. Tdos sea por la felicidad de alguien que ya no tiene que mandar y puede respirar feliz.
Un abrazo guapa

calamanda dijo...

¡Hola! Quería decirte que en mi blog algo se hizo mal y no se
actualiza...no encuentro la
solución.
Borré también el post de Courbet
y no pasó nada...es un fantasma.

Gracias a ti siempre.

Un beso.

Juan Escribano Valero dijo...

Hola María de los Ángeles: Como siempre magnifico relato, es cierto que en muchas ocasiones no somos capaces de ver la belleza de las cosas humildes como esa planta que no recordabas tener, yo pienso que la verdadera belleza está precisamente en las cosas pequeñas que día a día nos rodean.
Con cariño un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Yo perdí mi lugar y ahora intento encontrar uno nuevo. El mío era el hueco de una espalda dormida. Me quedé con ganas de más y por eso volví. También quería comentarte que desgraciadamente, al final no voy a poder ir al Encuentro de Madrid. Lo expliqué en su página. Otra vez será. Besos.