miércoles, 26 de agosto de 2009

EL PLAYERO

El Pau se despereza; estira los brazos en ademán de abrazar el aire que le viene a despertar como cada día. Mira al cielo y sonríe. De su boca surge una mueca placentera y con pocos dientes. Es feliz, tiene todo lo que necesita aunque algunos cuando le ven pasar piensen “Ahí va el infeliz del Pau”, pero nadie sabe lo que le ha costado llegar aquí y alcanzar el consenso de lo que hay exprímelo hasta el último jugo.
Es cierto, no tiene nada. Bueno no es cierto, lo que pasa que nadie lo sabes pero su mayor tesoro está oculto en una de las cuevas del acantilado y pronto reunirá el suficiente dinero para volver a empezar; es cuestión de tiempo y al Pau lo que le sobra es paciencia.
Mira al cielo y lo ve despejado. Piensa “Hoy habrá mucho trabajo”, y se pone manos a la obra. Después de un buen baño entre las olas calmadas, se pone el traje de baño, la camiseta desteñida donde reza “El Playero” y se pone a desayunar. Gasta poco en alimentos porque el dueño del chiringuito playero le guarda muchos restos de comida aunque este año con la crisis los turistas no dejan ni las raspas.
Cuando baja de su refugio ve que acaban de limpiar la playa. La arena se le antoja un colchón mullido de plumas de gaviota. Abre la sombrilla, trae la mesa y la silla y se dispone a plantar las sombrillas y las hamacas. Todas en hileras de seis con la suficiente distancia para que la gente esté cómoda. Se le da bien el trabajo, y le gusta. Ya no es sólo agradecimiento a Sergi, el dueño de media cala y sus alrededores que le recogió cuando estaba a punto del suicidio. Había perdido todo hasta “la mareta” su barquita con la que iba a pescar. Eulalia, su gran amor, acababa de morir de cáncer y él ya no tenía en qué sujetarse. Le dio por beber, pasar los días tirado en la Mareta hasta que lo encontró Sergi. Le quitaron todo, pero con unos mínimos cuidados de este hombre, el Pau resurgió de sus cenizas. Para que no estuviera mendigando por la cala y espantara a los turistas, Sergi le ofreció hacerse cargo del negocio de las tumbonas en verano. Pau se había vuelto huraño, pero aceptó. Poco a poco cogió gustillo al asunto y pronto le dio a mayores el Sergi que se hiciera cargo de unas embarcaciones de alquiler. Todos los días, las limpiaba, las pulía y a media mañana ya las tenía alquiladas todas para el resto del día. Sergi le pagaba bien con lo que ahorraba toda la paga y vivía de las propinas.
Lo malo era el invierno. Los turistas desaparecían y el Pau se quedaba sin trabajo. Entonces se bajaba al puerto y ayudaba a remendar las redes de los pescadores. No le pagaban nada,, pero siempre caía algún pescado que otro con lo que ir tirando.
Habían pasado cinco años ya y el negocio iba en aumento. Joan, el dueño del chiringuito no hacia más que decirle que la cueva no era un lugar para vivir, que debía tomar cartas en el asunto y alquilar aunque fuera la habitación. Un día se puso tan pesado que ya el Pau le tuvo que contar su secreto.
-Allí no estoy solo. Escondo la Mareta. Con lo que ahorre este verano ya podré comprar los artilugios para pescar y en otoño cuando todo el mundo se haya ido, saldré con ella.
--Lo que tú digas, pero vivir en una cueva no es lugar para una persona.
-Tengo de todo y el suelo lo he forrado de las losetas que sobraron del hotel. En invierno enciendo el fuego y estoy tan calentito. Me tapo con los vestidos de la Eulalia. A pesar del tiempo,, aún huelen a ella. Hay noches que me corro con su aroma. Veo amanecer y por las noches hablo con la Mareta. ¿Qué más puedo pedir?
-Estás loco, Pau.
-Tengo más de lo que muchos desearía. He pintado ya la Mareta. De blanco y el azulón que a la Eulalia le gustaba tanto.
…Es finales de septiembre, ya queda poca gente. El tiempo viene revuelto, pero el Pau le parece bien. Anteayer cogió en bus y bajó a Mahón; ha comprado una red y un par de cañas. Lleva dos noches que no duerme, no puede, no deja de mirara a su Mareta, a sus cañas de pescar y a la red que la tiene arrebujada entre la ropa de la Eulalia.
Mediados de octubre… Joan está preocupado. Hace tres días que no hace más que mirar hacia la cueva del Pau. Ni entra ni sale. Piensa “¿Dónde se habrá metido este truhán?”, y vuelve a mirar. Hace tres días justos, por la noche hubo una gran tormenta. El diablo vino a hacerse con la cala. Las olas arrastraron todo, hasta las hamacas y las sombrillas del Sergi; las embarcaciones de recreo se han dado por perdidas.
Joan vuelve a mirar en la misma dirección. Entonces deja de barrer, se quita el delantal y se encamina hacia las rocas.
Sí, menos mal, allí está el Pau, en su cueva, abrazado a su Mareta mientras una red le tapa la cabeza.
Joan se agacha, no puede reprimir el llanto; El Pau se ha ahogado por el maldito temporal. Lo sabía que hago pasaba. Le quita con cuidado la red y descubre el rostro de su amigo. En él está pintada una sonrisa.

4 comentarios:

José Luis López Recio dijo...

Muy muy bonito. Un marinero ha de morir en la mar... Feliz con su Mareta, al fin y al cabo, para eso ahorraba el bueno de Pau.
me alegro mucho de tenerte de vuelta y poder así volver a disfrutar de tus relatos.
Un beso enorme.

Juan Escribano Valero dijo...

Hola María de los Ángeles: De nuevo delante de mi ordenador, y de nuevo disfrutando de tus relatos, ¿estaba Pao enamorado de la mar? Yo pienso que si
Un abrazo

Anónimo dijo...

Una historia reflejo de tantas, porque infinidad de vidas fueron entregadas al mar como ofrenda. Que las olas al menos no se lleven los recuerdos. Un beso, amiga y me alegro de tenerte de vuelta. Cuídate.

José Antonio Illanes dijo...

Si yo pudiera elegir los aspectos de mi muerte, me gustaría morir sonriendo.
Muy tierno tu relato, Mari Ángeles, es como siempre un placer. Muchas gracias y un fuerte abrazo.