martes, 4 de agosto de 2009

EN EL CORAZÓN DEL ABISMO (Hasta septiembre, amigos, me voy de vacaciones)

Me llamo Ismaiel. Me llamo Khadija. Voy a contarles un trocito de mi vida. Tan cercana como la nuez en mi garganta. Tan lejana como esos planetas que rondan en el universo…

Aquel día de principios de verano, acabábamos de terminar el último alimento de la jornada. Mi madre estaba fregando los cacharros, mientras que mis hermanas recogían del patio la ropa recién secada por los últimos rayos del sol que se me antojaba abrasador. Mi padre y mi hermano mayor, tumbados en unos modestos pero recién mullidos cojines, se hallaban sumergidos en una charla mientras fumaban. La luna era muy joven a esas horas pero no impedía otear el fulgurante destello de chispitas luminosas en el cielo. El silencio de la noche era hermoso, decía mi padre a mi hermano. La hora bruja que hace que te concentres en las pequeñas cosas sucedidas durante el día. El momento idóneo para que las mastiques, como el tabaco, y saques la savia que hay en ellas. De repente, un trueno rasgó nuestra paz. La descarga de metralla duró unos pocos segundos. Los suficientes para destrozar nuestras vidas.
Tenía apenas 11 años cuando vi morir a mi hermano mayor. Mi padre enloqueció y fue ingresado en un psiquiátrico. Mi madre perdió el nuevo hijo que esperaba. A nuestro alrededor todo era muerte y desolación. No quedó vivo ni un vecino. Nosotros cuatro éramos el único atisbo de vida en aquel espacio chamuscado. Situación que mi progenitora aprovecho a favor nuestro. Nadie nos conocía, nada nos quedaba sino esos hilos ensangrentados y doloridos de cuatro vidas a la deriva. A esa edad tan temprana -y algo más que mi madre procuró guardar como el mayor de los secretos-, yo me convertí en el sostén familiar…
Mi cara y cuerpo eran irreconocibles después de las terribles quemaduras sufridas por el misil, y a pesar de que la policía obligaba incluso con golpes en público a llevar como mínimo la longitud de la barba del tamaño de un puño de varón, a mí nadie me preguntó por qué no me crecía.
Primero trabajé cortando hierba. Mis manos eran demasiado pequeñas y de escasa fuerza, por lo que me echaron sin haber cobrado nada. Esos días vagué por las calles de la ciudad mordiendo el polvo, comiendo mis lágrimas y mocos infantiles y pidiendo limosna… robando fruta en el mercado para que comieran mi madre y mis hermanas. Al fin, encontré un trabajo transportando ladrillos: me pagaban poco muy poco pero lo suficiente para que mi familia pudiera llevarse unos granos a la boca y no morir de inanición. Mis dedos crecieron, las palmas se encallecieron y atrás dejé la niñez. Después, pasé al terreno de la construcción, haciendo agujeros para el cableado eléctrico y colocación de tuberías. Mis espaldas ensancharon y se robustecieron. Trabajos mal pagados pero que al menos permitían que viviéramos con cierta dignidad.
Ser hombre me posibilitó hacer muchas cosas a las que mis dos hermanas debían constantemente renunciar: ir a la escuela, andar solas por la calle, montar en bicicleta, ganar dinero ni defender a su familia.
Un hombre recibe el aire limpio de los amaneceres hechizados de mi tierra, tan bellos que no parecen reales. Mientras, a la mujer se le tapona la luz hermosa de la mañana en la oscuridad del burkha… Me podrían sentenciar por estos pensamientos, por estas palabras. No soy valiente aunque estoy aprendiendo, por eso hablo tan bajito, conformándome que el corazón de ustedes me oiga…
Mi vida estaba bien encauzada por aquel entonces y me sentía medianamente satisfecho hasta que me ofrecieron en la escuela aquellas clases de inglés. Tenía en aquel momento 19 años cuando conocí a Siddiq. Me enamoré perdidamente de él y mis desgracias llegaron todas juntas. Olvidé que era hombre y me dejé arrastrar por el corazón de la mujer que con tanto celo trató de guardar mi madre para que no muriéramos en un mundo donde el varón era la pieza clave para subsistir. Si descubrían el doble juego, no sólo perderíamos lo poco material que teníamos, sino además, lo único valioso: nuestras vidas.
A mi madre le habían adjudicado, por ser viuda, el honor de confeccionar “nan”, --el pan sin levadura que comíamos todos los afganos- para otras viudas, huérfanos y personas con insuficiencias económicas. A mi madre eso le vino bien para olvidar su propia amargura y desesperación al ver a sus hijas enflaquecidas jugar sin alegría en un suelo sembrado de recordatorios de guerra: cartuchos de proyectiles, tanques quemados y árboles desmochados por la crueldad de los cohetes. La fortaleza que crecía en el interior de mi madre era fruto de una silenciosa lucha por la vida, no la suya, sino la de su descendencia. Ahora comprendo muy bien la bofetada que me propinó mi madre la noche en que me pilló probándome un zapato de tacón que había comprado en un mercado prohibido, así como adornando mis mejillas de un suave color. Pedí perdón por la ofensa, pero mi corazón bramaba por ser mujer y mostrarme con mi burkha al hombre de habla inglesa.
No tuve picardía alguna y me tomaron como un maldito homosexual. La áspera y cuarteada piel de mis manos rozó el brazo de Siddiq. Esa fue mi primera manifestación de mi sexo controvertido. La segunda y definitiva fue cómo le miré públicamente sin pudor, llena de amor.
Me pasearon por las mordisqueadas calles de Kabul en una camioneta de caja descubierta con el rostro ennegrecido con aceite de motor. Después, me llevaron junto a otros dos homosexuales a la base de un enorme muro de barro y ladrillo y, por medio de un tanque, lo derribaron sobre nosotros. Permanecimos enterrados bajo los escombros media hora, yo logré sobrevivir. Estaba condenado a seguir caminando… Los designios de Alá son inescrutables.
Permanecí en el hospital varios meses hasta que me recuperé. Allí supe que a las mujeres se les permitía ser enfermeras. Aquello me gustó y decidí llevar una doble vida: por un lado no deshonraría más a mi familia, por lo que seguiría siendo el cabeza de familia tal como lo proyectó mi madre cuando yo era una niña de apenas 11 años. En mis horas robadas, estudiaría enfermería bajo un supuesto nombre que al fin y al cabo era el real: Khadija.
El tiempo continuó su transcurso lento y agónico. Los talibán prohibieron toda forma concebible de entretenimiento que, de todos modos, siempre escaseaba en un país pobre y lleno de privaciones como es aún hoy Afganistán. A los afganos nos entusiasmaba el cine, pero las películas, la televisión, los vídeos, la música y el baile fueron vetados. Nos dijeron que la gente necesitaba cierta diversión y que para eso podíamos ir a los parques y ver las flores.

Yo todavía no he recuperado mi identidad. Sigo siendo hombre al despuntar el día mientras acarreo fajos de ladrillos. En las tardes, soy una eficiente ayudante de enfermería. Mientras tanto, lucho en tres frentes muy distintos: como hombre, en ser más humano en una sociedad machista; como mujer, en defensa de nuestros derechos; y mi tercer frente, el más duro quizá, es el de defender a aquellos que han nacido homosexuales, no se han hecho ya que es una condición biológica no una opción. Que la sociedad acepte y reconozca su derecho a ser diferentes, a que dejen de ser objeto de palizas, difamaciones, chantajes y, en el mejor de los casos, burlas o conmiseraciones. Y que ellos mismos sepan afrontar su condición. Son homosexuales. Personas, seres humanos como usted, como yo.

Desde el fondo de la espesa bruma, Ismaiel va emergiendo en su bicicleta como cada día. Va para diez años desde aquella negra noche…

Mí presencia aquí no fue elección mía;
A mi pesar el destino me acosa
para que me vaya.
Levántate, envuelve un trapo
a tu cintura, mi SakÍ,
Y embriágate para alejar la miseria
de este mundo.
Si hubiera sido mi elección,
¿habría venido?
¿Y en que me habría convertido?
¿Qué mejor fortuna podríahaber hallado
Que no venir, devenir o incluso ser?
RUBA-I-YYAT OMAR AL-JAYYAM

9 comentarios:

Taller Literario Kapasulino dijo...

Que historia tan conmovedora! Y sufrida! Es terrible todo lo que tuvo que pasar esa familia y otras, y sobre todo esa muchacha que tuvo que dejar de ser quien era por alimentar a su familia...

Anónimo dijo...

Me gusta.

Nómada planetario dijo...

El relato pone el dedo en la llaga de dos problemas agudos: el sinsentido del extremismo religioso y la homofobia.
Muy bien trenzada la desgarradora narración.
Besos de tarde naranja.

MentesSueltas dijo...

Hola, te invito a leer un "auto-reportaje" por mis 4 años en el ciber-espacio, espero te guste.

Mil abrazos.
MentesSueltas

calamanda dijo...

¡BONITO!

Te marchas y yo de vuelta...Espero
que disfrutes de unas merecidas
vacaciones.

Un abrazo.

Deprisa dijo...

Los horrores de la guerra, la imposición de una forma de vida, la falta de recursos y de libertades tan fundmentales como la elección sexual. Todo ello concentrado en un sólo relato.

Muy duro, pero a la vez desprende la fortaleza de aquellos que consiguen sobrevivir aunque la vida les ponga todo en contra.

JAVIER AKERMAN dijo...

Inpresionahte, querida Mª Ángeles.
Un ejemplo de espíritu de lucha.
Un fuerte abrazo.

toñi dijo...

Una historia impresionante nos dejas hasta tu regreso.
Felices vacaciones

Un beso

José Luis López Recio dijo...

Esta historia se me había escapado por haber sido publicada después de no estar yo en mi casa. pero me alegro de ser tan curioso y mirar por el blog las cosas que no había leido. Es estupenda, conmovedora, real y tan dura como la vida.
Un abrazo preciosa.