miércoles, 23 de septiembre de 2009

LUZ DE INVIERNO

Era la más bonita de todas las mujeres que cada mañana se arremolinaba en la parada del autobús.
Pulcra, delicada, femenina, amable... Juntando todos los adjetivos, faltarían aún para definir a Aurora.
Se sentaba en el penúltimo asiento y dividía su tiempo en la lectura de un periódico y mirando por la ventana. Yo me sentaba a cierta distancia de ella, pero siempre frente a su asiento. Me intimidaba su personalidad dulce y arraigada en códigos íntimos que se la escapaban por sus ojos almendrados, o por aquella boca diminuta de labios finos. Me conformaba con mirarla, perderme en ella deseando que llegara el siguiente día para volverla a ver. Los fines de semana se me hacían eternos y el lunes volvía la luz a mi vida.
La timidez me mataba, se lo conté a mi amigo Luis y me dijo que me lanzara, que el no, el rechazo ya lo tenía, pero el sí era un misterio, una suerte que debía correr tras ella. Si no lo hacía, siempre me quedaría la duda; me convenció.
Y llegó aquel tres de diciembre, eran las siete y media de la mañana cuando ambos llegamos a la parada casi a la vez. Entre la multitud que había esperando fui haciéndome hueco hasta que llegué a situarme detrás de ella. Nunca había estado tan cerca de ella... Y olía a especias y su pelo eran infinidad de trigos cayendo por su abrigo.
Llegaba el autobús y la gente comenzó a tomar posiciones. Yo no me despistaba del pelo de Aurora que como una dulce luz de invierno iba iluminando mis expectativas.
De pronto alguien me empujó y fui a parar a la calzada. Me incorporé rápidamente, pero noté que me dolía todo aunque el dolor se evaporó rápidamente...Entonces me di cuenta que un cuerpo yacía en medio de un charco y un coche estaba empotrado contra la marquesina del autobús. Nervioso, busqué a Aurora que lloraba en un rincón. Me acerqué sigilosamente, su cuerpo se agitaba entre el llanto y el miedo. Sin darme cuenta abrí los brazos y atraje su pecho al mío. Mi nariz se perdió en el aroma de su piel hasta que la magia se rompió por las voces que nos decían que subiéramos al autobús. Nos sentamos en el penúltimo asiento y tomé sus manos bajo las mías; comenzaba a amanecer y sus dedos estaban fríos.

... Soy feliz, Aurora y yo no nos hemos vuelto a separar desde aquel día de invierno, tengo la sensación de que nuestro amor es eterno. No me importa que ella haya envejecido después de cincuenta años, y yo me siga viendo igual. También me da lo mismo que ella no me pueda tocar, ni siquiera ver. Ya lo hago yo por los dos.

5 comentarios:

José Luis López Recio dijo...

¡Ohhh! Una historia realmente bonita. Envuelves todo lo que escribes en una magia especial que lo hace único.
Un abrazo guapa.

A.Tapadinhas dijo...

Gosto de histórias com um final feliz...

...sobretudo, quando estão bem contadas...

Beijo,
António

VIVIR dijo...

Que relato mas bonito... y mas humano... yo estaba leyendo y me recordaba años A... se han perdido gente de esa categoria humana...

¡una pena!

Un beso

Nómada planetario dijo...

Trascendental, íntimo, entrañable creo que es la mejor definición para este relato.
Besos bajo un cielo que amenaza con derrumbarse.

Anónimo dijo...

en autobuses y metros es verdad que a veces hay chicas de las que uno se enamoraría por toda la eternidad, pero casi nunca sucede