martes, 9 de marzo de 2010

BAJO LA SOMBRA DEL VIENTO

Samuel es un hombre tranquilo, perdedor para otros, pero él lo tiene asumido y no mira hacia otro lado que no sea de frente.

Se mira en el espejo. Con sus años ya muchos quisieran estar como él: sin grasa, apenas grasa en el tórax y sin estrés; tal vez por eso le envidien. Mientras los otros engordan, corren amargados para llegar a fin de mes y, para colmo, duermen junto a una mujer a la que hace mucho que dejaron de amar.

Samuel, sin embargo, no se levanta antes de las nueve de la mañana. Encuentra todo donde lo dejó la noche anterior. Abre los armarios y están en perfecto orden: los botes de tomate, alineados, la leche, igual. Los calcetines en su sitio, las perchas mirando todas en la misma dirección, y las camisas, de una en una. Holgado espacio para cada cosa.

Desayuna despacio, leyendo el periódico, escuchando la tertulia en la radio. Después, enciende el primer cigarrillo y pierde la miranda en la ventana. Allá lejos, donde las palomas encienden el vuelo y no hay muro que las atrape.

Después, echa un vistazo al correo, enciende el ordenador y mira cómo va la bolsa; tal vez haya una oportunidad de compra o venta, quién sabe.

Más tarde, cuando las horas no se terminan, Samuel se sienta en un sofá y atrapa con sus manos las sienes cubiertas de hollín; no hay más que hacer. Nadie le espera y le sobra dinero y soledad.

Pero esto nadie lo ve, nadie se para a bucear qué es lo que corroe a Samuel en sus entrañas; a nadie le interesa que se sienta abandonado por la mujer a la que amó, no como ella hubiera querido, pero la amó con respeto y gratitud. Ni siquiera que sus hijos deseen estar un rato con su padre. El teléfono no suena, jamás le llaman. Él alguna vez lo intentó, los chavales eran pequeños y no entendían porque su padre se largaba de casa; ya se encargó su madre de contarles su versión. Ésta, fue descarnada, ausente de caridad y sentimientos, y él no tuvo oportunidad de poderse explicar como hubiera querido. Ha pasado el tiempo y con él se han echado los escombros encima; a nadie le interesa conocer la verdad de Samuel.

Y la verdad de Samuel es simple y honesta; él no sirve para fingir.

Samuel se siente mujer y no hombre. Sentimiento juvenil que creció con el tiempo mientras él se hacía hombre y se casaba y tenía hijos y ganaba dinero y…

Un buen día no pudo continuar el camino de falsedad y con la cabeza gacha confesó su verdad a quien amaba y respetaba; Clara.

Ella, esposa despechada, le dejó en la calle aireando su frustración. Samuel huyó, el estigma de lo obsceno cayó sobre él, comenzó de cero, era trabajador y con ideas, pero no pudo asfixiar su enorme vacío, esa pena de no sentirse querido ni respetado.


Eran los años setenta… Hoy, tal vez, la vida de Samuel hubiera sido distinta.

3 comentarios:

Juan Julio de Abajo dijo...

La vida de Samuel no la eligió él: se la impusieron. Pero, como hombre de una pieza, mira hacia adelante, que es hacia donde hay que mirar, y lo que quedó atrás, bien oteado y mejor razonado, era nocivo. Puede que ahora respire el aire sano y puro de la libertad en su más dilatada expresión.

Siempre serás la reina del amor, princesa de la belleza y emperatriz de la simpatía.


JULIO.

www.fancyediciones.es
juan@fancyediciones.es

ALBINO dijo...

Conoci a mas de un Samuel, pero no tan perfecto como el que describes. Merece llevar una vida como el la ha configurado y creo que en este siglo XXI, ya todo es posible, aunque quizá le pille un poco viejo. Pero su ánimo y la verdad al descubierto servirán para ayudarle.
Eres un prodigio describien situaciones
Un beso Maria Ángeles.

José Ignacio Lacucebe dijo...

Si no fuera por la soledad que le provoca su baja autoestima su vida no estaría mal del todo.
Un saludo