domingo, 14 de marzo de 2010

ME GUSTARÍA DECIRTE

No puedo pensar en ellos sin emocionarme. Las aguas en los ojos resbalan su caudal sin poder contener esta sensación entre pena y júbilo. Porque si no les hubiera conocido, no estaría amueblando estas sensaciones ahora en el lugar que las corresponde. Ni pensar, siquiera, que conocía al ser humano y que éste como tal es un depredador que destruye según pasa.

No, ellos desubicaron mis razonamientos y me mostraron sin querer un mundo que desconocía.

Soy una persona fría, alejada de sentimentalismos. Ácida en mis concesiones y con pocas ganas de jarana. Camino solo, me molestan los otros y odio el chascarrillo mundano.

Sin embargo, recuerdo aquella mañana como si fuera ayer, cuando el día despuntaba esa primavera dulce de temperaturas suaves y leves perfumes. Me senté en una terraza con el periódico y mi inseparable bloc de notas donde apunto cualquier suspiro contaminado que luego traslado a las páginas del periódico donde trabajo.

Cerré los ojos mientas la cerveza caía en libertad por mi garganta. Un rayo testarudo se había depositado en el ángulo de mis ojos; no me moví, su calor reconfortaba mis sensaciones gélidas. Entonces, tras de mí escuché una voz de un hombre adulto. Sus palabras ni eran ricas ni pobres, pero me sonaban sinceras. Hablaba de una mujer con pleitesía, admiración y cariño. Después cortó las palabras y se hizo un breve silencio roto por una segunda voz. Era una voz juvenil reposada que preguntaba sin malicia… Lo bueno de no ver y sólo sentir es que a veces deliberas con más libertad, sin prejuicios que encasillen tus resoluciones. El hombre volvió a hablar contestando a las preguntas, contando con leves retazos su vida de ayer, la de ese momento.

El embrujo de mi escena imaginaria, de repente fue roto por alguien que me pedía fuego. Abrí con esfuerzo los ojos y con mi mano derecha a modo de visera miré con mirar extraviado. Era una mujer de mediana edad, corriente, sin rasgos grandilocuentes pero una agradable sonrisa. Me incorporé y la ofrecí el mechero. Me dio las gracias y desapareció por detrás de mi espalda. Al segundo la escuché que hablaba de su padre. Sí eran las dos voces que me tenían cautivado. Pedí otra cerveza, al unísono que ellos pedían dos vinos y el hombre se acercaba a pedirme fuego. Esta vez le conocí a él. Hombre de unos sesenta años, canoso, delgado e igualmente con un rostro afable. Según encendía el cigarrillo levantó sus ojos hacia mí y me preguntó si yo era el periodista del diario la Región, asentí sin decir palabra y él me tradujo que era un admirador de mis artículos descarnados y sin fe en la materia humana. ¿Cómo un hombre sencillo como aquel podía gustarle mis letras?


Cómo un tonto, mi subconsciente se liberó de mí y le preguntó cómo podía ser eso. Él echándose a reír me invitó a que me sentara con ellos; y lo hice lleno de curiosidad.

A partir de aquel día, nos solíamos encontrar una vez a la semana. Me sentaba, charlábamos sin decoro y cuando les abandonaba no hacía más que repetirme que tenían ellos que por su compañía yo dejaba mi castillo amurallado.

Nunca hablamos de nuestras vidas y, sin embargo, en cada frase había algo de nosotros mismos, como un puzzle que con el tiempo y en mi soledad recalcitrante arme para comprender.

Era una pareja de enamorados, corriente y vulgar. Bueno, de eso nada, ni corriente ni vulgar. Eran dos personas maduras que por casualidades de la vida se habían conocido y, dejando sus vidas a parte se habían construido un islote donde transcurría su amor. Un amor tranquilo, sin prisas, oculto, prohibido, sin un haz de egoísmo. Este amor hablaba por si solo en miradas, roces tiernos de caricias tímidas… Y yo me enamoré de ellos, de su esencia; me enseñaron a reconciliarme con el ser humano que creía extinguido.


Pero ayer, me senté en un bar, las terrazas aún no han salido a regalarme su espacio de ocio. Hace un frío que pela y el invierno se está alargando demasiado. Me tomaba mi cerveza cuando la vi pasar…, sola. Me levanté precipitadamente y salí a llamarla. Se volvió y me miró con tanta pena que no pude pronunciar ni una sola palabra.

Se refugió en mis brazos mientras su cuerpo salpullía dolor.

La invité a entrar sin preguntar. Ella, como un perrillo dócil y abandonado se dejo llevar.

Al principio no hablábamos. Ella lloraba, fumaba y bebía su pena. Al cabo de un buen rato me dijo sin decoro “Miguel murió la semana pasada en mis brazos. Tuve que huir antes de que llegara la policía. Le dejé sólo en un banco del parque. Detrás de un árbol veía la escena y cómo el Samur no podía hacer nada por él…” Su voz calló, no dijo más; no hacía falta.

La acompañé hasta su casa y nos despedimos con un hasta luego. Y aquí estoy llorando, un tipo que no creía en nada y que por ellos hoy cree en algo.


Sólo me pregunto una cosa, ¿Por qué la pureza muere y jamás la maldad?

Quizá es que la vida como los sentimientos conste de cuatro estaciones donde todo ha de morir para volverse a reinventar; sí, esto me gustaría decirte la próxima que te encuentre.

3 comentarios:

Juan Julio de Abajo dijo...

El amor callado, el que sugiere pero no expresa, ese tipo de cariño que nada pide y todo lo da, es el otoñal regreso de los que vivieron pasiones violentas, tal vez salvajes, pero que ahora ya, con la serenidad de los "despiertos", sienten más con el corazón que con los sensuales y olvidables placeres carnales. Darse a los que lo merecen es revivir otros tiempos de pubertad que quizás no fueron tan plenos ni gozosos ni, desde luego, tan hermosos.

La felicidad no existe; pero sí el hondo sentir. Hay que estar de vuelta para hallar el camino... pero que no sea demasiado tarde.

(Pido perdón por si me he alargado un poco).


Chavala, date por besada.

JULIO.

José Luis López Recio dijo...

Me ha gustado la historia de amor sereno que has descrito y aún más cómo la cercanía con esa estupenda pareja humaniza al protagonista del relato.
Un abrazo

Unknown dijo...

Es mi vida la que está plasmada en ese relato. Llevamos muchos años juntos, nos conocemos al dedillo. El primer año él me decía que había hecho el amor conmigo en ese tiempo, más que con su mujer en toda su vida. Entonces ellos llevaban cerca de 20 años casados. El nuestro sí es un amor secreto, y a la vez, un gran amor. He vivido sus viajes de bodas de plata, de cumpleaños, de semana santa, de verano,(a ella no le gusta hacer el amor, pero sí viajar), el amor importante es el que sentimos el uno por el otro, y la pasión que hemos vivido y que todavía perdura a pesar de los años, el tiempo que pasamos y los viajes que hacemos juntos. Algunas veces pienso que quizás algún día tengamos un accidente con el coche, o le pase algo cuando esté en mi casa, o me pase a mi. Él me dice que "no piensa morirse nunca". Eso espero.