El sol ha despertado en el horizonte,
tibio, amable. Nos hemos mirado como si no nos conociéramos, pero ambos
callábamos, es un día donde sobran las palabras y los recuerdos surgen a
borbotones como hachazos en la memoria.
Cada doces
meses, surjo en la sombra de las letras de mi autora. Realmente no existo si no
es en su imaginación, pero juro por Dios que tuve vida, vibré, gocé, amé. Pero
un solo mordisco en el tiempo se llevó cualquier sentimiento y aunque ella,
MªÁngeles, tratara de reanimarme, de volverme a dar un haz de luz, no pude
superar la ausencia de mi fiel compañera Macarena; hoy es su aniversario. Para
mí, un once de marzo sin fecha de caducidad.
MªÁngeles
busca entre las hojas de la memoria mi piel, mi esencia y sólo encuentra el
frío del vacío, la soledad de mis palabras.
Mi
existencia era maravillosa. Macarena y yo viajábamos y contábamos nuestras
experiencias, la convivencia, el día a día de nuestro amor. Los lectores
estaban encantados con nosotros, pero un once de marzo, a eso de las ocho
treinta de la mañana, cuando estábamos preparados para iniciar una nueva
aventura, las entrañas de nuestro Madrid rugieron, bramaron polvo y dolor, y
los dedos de MªÁngeles se rompieron, entre líneas de lágrimas montó a mi
Macarena en uno de esos trenes que nunca llegaría a su destino… Y yo, Daniel,
de profesión cuenta cuentos, me quedé paralizado en el andén de una estación
esperando el regreso de Macarena.
Macarena,
te quiero…
Daniel
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