miércoles, 27 de enero de 2016

DOCE ESCALONES

                                                    
El final…
-Te daría un beso, pero eres demasiado feo.
-O ¿Por ser sacerdote?
-Hasta siempre Carlos, fue un placer conocerte.
De pronto, la niebla bajó y la figura de Lucía se perdió en ella, aunque él pensó que su presencia no fue un espejismo sino… un regalo de Dios.

Primer escalón
“Proposición de la causa”
Regina regresaba a casa muy despacio; cualquiera que observara a esa mujer pensaría que la edad dificultaba su andar, que su mente iba al unísono de sus años. Craso error; iba meditando el paso que había dado. El banco autorizó la hipoteca de todos sus bienes, exceptuando la casita cercana a la ermita de San Antonio, en el camino forestal; esa era para Lucía, su hija.
Habían pasado justo cinco años de la muerte de Félix; ya se podía empezar el proceso. Quería dejar todo bien atado y así se lo dijo al abogado: debía garantizar la continuidad del procedimiento, aún después de su muerte si fuera necesario.

Segundo escalón…

“La figura del postulador se asemeja a la del procurador de los tribunales. Introduce la causa y elabora el informe que sostiene la propuesta”
-Monseñor Sánchez, le hemos elegido a usted no sólo por ser un especialista en Derecho Canónico, sino porque en anteriores causas su objetividad ha sido la clave de la investigación; ya sabe de sobra que estos procesos han de seguir las normas establecidas en la Constitución Apostólica “Divinus Perfectionis Magíster”.
Debe desplazarse hasta el valle del Matarraña, en la provincia de Teruel; la población se llama Calaceite. Se hospedará en la vivienda del párroco, el reverendo Anastasio Rodríguez, un buen hombre pero según mis noticias, un intrigante. Precisamente por eso, quiero que se quede en su casa. Pedí al Ilustrísimo señor Jiménez que me dejara hablar con usted directamente; Tengo un interés especial en que se estudie este caso. ¿Alguna pregunta antes de partir?
-Elaboraré lo antes posible el informe sobre el que se sostiene la propuesta Eminencia, y lo enviaré a la Congregación para la Causa de los Santos.
-¡Buen viaje hijo mío! Sin duda Dios no le abandonará e iluminará el camino correcto.

A Monseñor Sánchez el conducir era un hobby; con su destartalado Citroën DS 19 podía llegar al fin del mundo. Reconocía que no era un sacerdote a la vieja usanza aunque la llamada de Dios, la sintió desde muy temprana edad. Inteligente, extrovertido y distendido, fue la alegría dentro del seminario en sus años mozos. Su libro de cabecera, diccionario de la vida, fue el de Las Sagradas Escrituras; allí aprendió que Dios tenía un agudo sentido del humor que debía imitar, además de la consciencia, la comprensión y el amor, hablar y escuchar; ahí él consideraba que estaba la esencia de Dios. A veces la sotana pensaba tanto como una cruz. No sabía de otros tiempos; sí, de los que le había tocado llevar la verdad de Cristo, en un mundo en que el ser humano se destruye a sí mismo y que sólo vive para satisfacer sus deseos materiales.

Cerca de su destino, atisbó una pequeña ermita románica y decidió detenerse para ver aquel paraje; era una oportunidad para conocer el Maestrazgo aragonés, apacible zona donde se alternan suaves llanuras pobladas de olivos y vides, impresionantes riscos, solitarias ermitas. Nada más bajar del coche, se sorprendió de la incomparable vista de Calaceite desde ese lugar, por lo que estimó un buen momento antes de comenzar el trabajo, ponerse a rezar, y encomendarse a la Virgen de Guadalupe que en tantas ocasiones le había ayudado.
Sentir la dureza del suelo sobre sus gastados pantalones vaqueros le gustaba porque le hacía recordar que era carne, polvo, y a pesar de ello aún con sus debilidades, no le cabía ninguna duda de que Cristo le aceptaba como era.
-Hola ¿Qué haces en esa postura?
-Reflexionar, buscar amparo.
-Pues has elegido el sitio idóneo; yo hago lo mismo cuando me siento atorada. Me llamo Lucía ¿Y tú?
-Carlos.
-¿Qué has venido a hacer por estas tierras?
-Quiero plantearme que son unas vacaciones aunque en realidad deba escribir, investigar mucho.
-¡Ahhh! Eres escritor ¡qué estupendo! Calaceite te va a encantar; a simple vista, te parecerá el típico pueblo partido en dos por la carretera, sin el menor interés. Pero un paseo por los porches de la plaza, la iglesia parroquial con su portada barroca que es divina. ¿Sabes? Además mi pueblo tiene una procedencia árabe aunque apenas quedan vestigios; sólo los huertecillos con pozo y noria, y el molino aceitero.

-Ya veo que lo conoces a la perfección. ¿Naciste aquí?
-Sí. Llevo veinticuatro años; la pena es que cada vez queda menos gente joven. Todos emigran; ahora, viejos, todos los que quieras y alguno más jajajajajajajaja; en ellos encontrarás fuente de sabiduría, inspiración para tus pesquisas ¿En qué quieres basar tu libro?
-En una persona, pero aún no sé cómo es.
-Te tengo que presentar a mi madre; le vas a gustar muchísimo. Está obsesionada con su hermano Félix. Fíjate hasta qué punto, que está barajando la idea de gastarse toda su fortuna para que le declaren santo ¡Nada menos que eso! Ya le he dicho, que se conforme con beato. Las comadres del pueblo sostienen que hay un par de milagros que se los adjudican a mi tío; fue el párroco del pueblo durante toda su vida. Las historias de mi pueblo te apasionarán. ¿Dónde te vas a hospedar?
-Buscaré algo; lo que sí acepto, abusando de tu cortesía, es conocer a tu madre.
-Hecho ¿Te parece bien mañana a las cinco? Es la hora que suele recibir mi madre; es mujer de costumbres añejas. Prepara unas tertulias de morirse jajajajajaja con los pesos pesados de la población. Tú darás la nota novedosa en la reunión, algo distinto en mis tardes abúlicas. Vete al bar de la plaza, allí te dirán donde puedes hospedarte y preguntas por la casa de doña Regina Andrade ¡Adiós, hasta mañana!

Según había aparecido, se esfumó aquel ser tan rebosante de vida y naturalidad; aún Carlos permaneció un buen rato cavilando. Al final desestimó aun a sabiendas que desobedecía las órdenes de su Eminencia el Cardenal Ramírez de ir a casa del párroco; de momento, se sentía más libre pasando por lo que no era. Llamaría al obispado comunicando su decisión y que avisaran a la hermana del “posible santo” que tardaría unas semanas en ir a Calaceite el representante de la iglesia.

El salón de elevados techos y espesos cortinajes conservaba su rancio abolengo de antaño, sin duda, de antepasados con gusto a la pintura, a los libros y a la opulencia desmedida. Sin embargo, aquel lugar tenía algo especial; aquellas estanterías kilométricas repletas de libros ordenados por temas, la extensa mesa que invitaba al trabajo, la pinacoteca colmada de escenas religiosas, y la luz que entraba por los ventanales que daban a un patio interior lleno de geranios, hacían de la estancia un espacio singular. Olía a limpio, una mezcla de cera y madera; no podía evitar imaginarse a lucía flotando por aquel espacio.

El tic tac del reloj rítmico y austero marcó las cinco y la puerta se abrió de golpe, apareciendo ante Monseñor Sánchez una mujer alta, de constitución huesuda, pelo blanco con moño en la nuca, y apoyada por un bastón que a simple vista parecía ser de plata y marfil. Su porte era altivo y distante, la mirada fría y desafiante, aunque no por ello, pudo engañar a Monseñor: detrás de aquella postura calculada al milímetro durante años seguramente, latía la debilidad humana.
Lucía tardó en llegar; mientras, se sucedieron las presentaciones y los interrogatorios que siempre iban dirigidos a la misma persona ya que era la nota fresca; Monseñor sin perder un atisbo de paciencia, cordialidad y simpatía, fue respondiendo uno a uno.
El Reverendo párroco era el clásico cura de los pueblos de antaño; grueso, pómulos sonrosados, ojos de ardilla y alocución pastoral, mostrando una actitud de saber más que cualquiera de los allí presentes. Es decir, abusando de su posición, a sabiendas de que el resto de la galería de personajes que allí estaban, le tenían sumo respeto y que nadie hubiera osado rectificar ni una palabra suya.
El alcalde, personalidad zalamera y ambiciosa; antes de hablar, miraba al rostro de doña Regina, no habiendo duda que era su protectora, y él, el títere sin cabeza usado para satisfacer las querencias de aquella mujer adinerada.
Luego, estaban dos viejas beatas, Eufrasia y Paulina, que comían lo que en sus casas no podían; chismosas, retorcidas y los perfectos coros para la hermana del supuesto futuro santo.
Hacia las seis de la tarde, apareció un nuevo personaje; era don Celestino Holgado, médico en su época, del pueblo. Ahora gozaba acompañando al doctor actual en las visitas; no había duda de que amaba su profesión, que era justo, sincero, aunque reservado y muy observador. Era la nota disonante de aquel grupo.
A la caída de la tarde llegó Lucía, cosa que extrañó a Monseñor ya que ella el día anterior le contó que todos los jueves estaba presente en las tertulias de su madre ¿Cómo éste no había estado desde el principio?

Entró en el salón como una ráfaga de aire fresco, su sonrisa iluminaba a aquellos rostros con careta y Carlos no pudo evitar suspirar de alivio y dar gracias a la Divinidad.
-¡Hola a todos! Buenas tardes Carlos ¿Madre, ya le ha contado a nuestro escritor algo de mi tío? Está buscando inspiración y quizá si él habla de su hermano, madre, pueda también contribuir a la causa.- su cara no podía reprimir la emoción, como si por fin, hubiera un verdadero sentido a las horas de aquella chiquilla crecida entre seres gastados.-
-Lucía ¿Qué confianzas son esas? ¿Hiciste mis encargos?
-Sí madre, pero ya podía haberlos hecho mañana y no hoy, que me he perdido gran parte de la reunión.
-Tú aquí no pintas nada, además, siempre te estás quejando de que mis tertulias te aburren.- La voz de Monseñor terció en la reprimenda de la madre; no cabía duda de que el ser angelical le molestaba, a pesar de que fuera su hija.-
-Doña Regina, su hija me comentó que su hermano fue sacerdote.
-¡Ah! Un ser insigne, hijo de su tiempo y de su iglesia, además culto brillante, espiritual, sibilino, comprometido con los valores y las necesidades de la sociedad de los pobres:- terció el párroco, mientras el rostro frío y calculador de doña Regina se iluminaba por primera vez.-
-¡Un santo! Postrado siempre ante Dios.- dijo el alcalde.-
-Desde niño quiso ser sacerdote. Con diez años se fue al seminario y en la adolescencia, cuando todo hombre descubre el pecado del cuerpo y la mujer, se reafirmó en su vocación.-inquirió una de las beatas.- en este comentario, una sombra apareció en la cara de doña Regina.-
-Y usted ¿qué opina don Celestino?- preguntó Monseñor.-
-Como médico del cuerpo hijo, sin duda fue un ejemplo del sufrimiento callado; su resignación al dolor fue espectacular, como si hubiera hecho un voto más en su vida. Una cruz que le acompañó durante más de veinte años.-
-¿Qué enfermedad tuvo don Celestino?
-No hallé nunca el nombre, era extrañísima; es más, todas las veces que le sugerí ir a la capital para que le viera un especialista, jamás quiso ir. Siempre aducía lo mismo: “Celestino, esto no tiene solución, es un castigo de Dios y con ello he de apechar”.
-Bueno, bueno, dejemos la conversación para otro rato.- inquirió doña Regina un tanto nerviosa.- se ha hecho tarde y no es cortés cansar a nuestro nuevo invitado. Si lo desea señor Sánchez, el sábado después de la misa de doce, puede venir a casa a comer y le enseñaré ciertas cosas de mi hermano que quizá le sean de ayuda para su libro.
-¡Bien madre!
-Recuerda Lucía que tú el sábado quedaste en pasar el día con la familia del pastor.
-Es cierto madre, no lo recordaba.- la voz de la muchacha se apagó.-
-Será un placer doña Regina. Muchas gracias y buenas noches a todos.

En las cuarenta y ocho horas siguientes, Monseñor Sánchez trató de relajarse, de observar el ritmo de aquella población que en cada hora tenía siempre su quehacer, siendo éste el mismo invariablemente. Paseó por las calles cientos de veces para que sus habitantes se fueran acostumbrando a su figura y poco a poco pudiera ganarse la confianza de aquellas gentes; iba anotando en su bloc de notas cada detalle que podía ser de cierta relevancia, los nombres de las personas que en un futuro le pudieran dar algún dato más allá de la imaginación y sí, de lo más cercano a la realidad de Félix.

A la una menos diez de la tarde del sábado estaba ya delante de la casa de la familia Andrade y su corazón galopaba como un potrillo desbocado; sabía que había mucho detrás de aquella puerta, lo intuía…
-Ya me ha contado el Reverendo lo madrugador que es usted, como se encomienda a Dios en la Santa Misa y hasta comulga con un fervor poco frecuente para gente de su edad ¿Hay algún religioso en su familia Carlos?
-Aquí por lo que veo, las noticias vuelan. Sí, hay varios religiosos doña Regina. De todas formas, no crea que soy tan joven; pronto llegaré a los cuarenta y cinco. Por cierto, no he tenido el momento de decirle que me llamó poderosamente la atención su biblioteca; hay verdaderas joyas.
-Lo comenzó mi padre; lo siguió mi santo hermano y mi difunto marido.
-¿Lleva muchos años viuda doña Regina?
-Va para veinticinco. Fueron momentos muy dolorosos; si no llega a ser por la fe y por mi santo hermano… no sé que hubiera sido de mí. Murió de un infarto. Me encontraba embarazada de pocos meses. Lucía no conoció a su padre y mi amado Félix ocupó su lugar.- En ese instante la charla fue interrumpida por una de las personas al servicio de Doña Regina para comunicarle que acababa de llegar don Celestino Holgado con el albañil, por lo que se tuvo que ausentar, mientras Monseñor se quedaba charlando con el antiguo médico de Calaceite.-
-Don Celestino ¿Usted conoció al difunto esposo de doña Regina?
-Claro que sí Carlos. Era un hombre excepcional; hube de firmar su acta de defunción, fue muy triste para mí. Era joven, lleno de vida; no me explico que una persona tan joven sufriera un infarto, además, llevaba una vida sanísima… ¡Misterios de la vida muchacho!
-En alguna ocasión he leído que esos repentinos ataques al corazón, pueden ser debidos a un profundo disgusto, o que aflora un dolor callado hasta que el corazón no puede más y estalla.
-Investigué un poco aquellas circunstancias Carlos; cuando llegué, encontré a Regina fuera de sí y el Reverendo Andrade parecía levitar en sus rezos, así que pregunté al servicio qué había pasado ¿Sabes hijo quien trabajaba en aquella época en esta casa? Pues las dos mujeres que conociste el otro día, Eufrasia y Paulina. Ellas me dijeron que hubo una fuerte discusión en la biblioteca, pero que era una más de tantas que en aquellos tiempos pasaban en esta familia, pero que jamás se oía la voz del señoríto, sólo la de los hermanos. Ya sabes hijo, discusiones de familia.
-¿Siempre vivió con ellos el Reverendo, don Celestino?
-Sí, por supuesto que sí; si alguien hubiera osado separar a Regina de su hermano, no sé lo que hubiera sido capaz de hacer esta mujer. Aquello era más que cariño; muchas veces pensé que el sentimiento de Regina hacia su hermano era enfermizo… aun lo pienso aunque apoye hoy fervientemente la causa de Regina en que se investigue sobre su hermano para hacerle santo. De verdad Carlos, fue una vida la de este sacerdote intachable; sobre todo a partir de una época. Sufrió tal transformación, que sus cualidades como sacerdote fueron potenciadas de una manera que no tengo palabras ni suficiente raciocinio para explicarlo.
-¿le molesta don Celestino que esté grabando sus palabras?
-Ni mucho menos; intuyo quien eres verdaderamente, y tú bien sabrás el porqué de desear permanecer en el anonimato.
-Gracias don Celestino. No me equivoqué en la imagen que me hice de usted el otro día cuando fuimos presentados.
-Si me permites un consejo, yo que tú, me guardaría la grabadora y pediría primero permiso a Regina. Es muy desconfiada y si deseas toda la verdad, habrás de ganarte su confianza.
-De nuevo, gracias.
Aquel día la charla con don Celestino fue tan jugosa que Monseñor decidió no insistir más de momento con doña Regina y enfocar sus esfuerzos en ganar su amistad y distanciarse un poco de la familia, no deseaba que ella sospechara algún interés por parte de Monseñor; esperaría que la siguiente pieza la moviera la anciana.

Mientras el tiempo transcurría, él meditaba, hacía turismo, esperaba la oportunidad de que algo nuevo sucediera y retomara el pulso inicial. A Lucía no la volvió a ver hasta casi un mes después; se la encontró justamente saliendo de la casa de Eufrasia y Paulina. No pudo por menos que pensar que aquella chiquilla era una especie de ángel.
Fueron caminando tranquilamente a pesar de que las temperaturas habían sufrido un gran descenso y los copos de nieve comenzaban a nacer. Supo cosas de aquella alma cándida, sin malicia y que chupaba con ganas cualquier alteración en su vida como si eso significara un premio por su conducta sumisa y entregada. A su lado cualquier corazón atormentado sin duda podía hallar la calma, la seguridad y alegría en la cosa más imperceptible.
Deseaba hablar, contar cosas y Carlos le daba el motivo justo. Fueron juntos a tomar un chocolate con picatostes al bar de la plaza y sin darse cuenta, el reloj del ayuntamiento dio nueve campanadas; como si de una cenicienta se tratara salió corriendo del castillo. Monseñor, no se quedó precisamente con un zapato, pero sí con demasiada información para digerir.

Su Eminencia, el Ilustrísimo Cardenal Ramírez estaba sentado en su despacho, en apariencia de llevar tiempo esperando la visita de Monseñor Sánchez.
-Eminencia, sé que abuso de su bondad, pero necesito que usted me aclare algo antes de proseguir con mis investigaciones; de ahí que haya abandonado precipitadamente Calaceite.-La cara de Monseñor era de preocupación e incertidumbre.-
-No me gusta eludir preguntas; es más, sabía que mi elección era acertada y que tarde o temprano estaría usted delante de mí haciéndomelas. Comience padre…
-Usted conoció al Reverendo Félix Andrade mucho antes de su muerte ¿verdad?
-Sí. Tuve varios encuentros con él a lo largo de su vida, y siempre fueron para tratar sobre el mismo tema. Mis contestaciones eran constantemente iguales “Sacrifícate hijo mío” Después, no volví a saber más de él, aunque su rostro torturado no me abandonaba y una pregunta hecha al Altísimo se quedaba sin respuesta “¿Estoy pidiendo demasiado a un ser humano Dios mío?” Cuando me enteré de la solicitud por parte de la familia, supe que Dios me daba la respuesta y me abría la puerta para que hiciera justicia con aquel hombre. Pensé sin dudar en usted, que navega por encima del bien y del mal y aunque como criatura usted es limitado como el resto de los mortales, Dios no lo es y usted Monseñor tiene el don de poner a Dios en todos sus actos.
-Eminencia ¿De qué trataron sus conversaciones con el Reverendo Andrade?
-Su deseo fue siempre el de abandonar la parroquia de Calaceite y que la Iglesia le diera otra.- En este punto, el Cardenal Ramírez se levantó dirigiéndose a un extremo del despacho donde abundaban infinidad de carpetas. Tomó una de ellas y se la extendió a Monseñor Sánchez.- Aquí tiene hijo mío toda la documentación que dispongo; la fui archivando durante años. Este es su hombre; júzguelo usted mismo y que Dios le guíe. Por cierto Monseñor ¿Cómo supo mi relación con el difunto?
-Lucía, la sobrina del Reverendo Andrade, me contó que una persona en la que su tío confiaba todas sus dudas, sufrimientos y a la que pedía orientación, fue al Ilustrísimo señor Ramírez, Obispo por aquel entonces de Teruel. Eminencia, gracias y buenos días.
Antes de partir, ya más sereno, concelebró misa con uno de sus ayudantes. Lentamente fue despojándose de la casulla, el alba, la estola, el cíngulo y por último, de la sotana, para ponerse de nuevo los vaqueros y partir en busca de su enigma.

Llevaba tres semanas encerrado en la posada del pueblo sin bajar a comer; hasta sus rezos los había hecho en la habitación, no dejando si quiera, que limpiaran la estancia. Recibió la visita un par de veces del antiguo médico, don Celestino holgado, que colaboró sin duda en esclarecer algunos capítulos como la enfermedad de doña Regina; fue ahí cuando el Reverendo Andrade decidió desistir de su partida por temor a que su hermana pudiera cometer otra tropelía, y acertar en esa ocasión quitándose la vida, como en las dos veces anteriores; tema que ocultó don Casimiro con su habitual discreción.

Había comenzado a disipar nubes en torno a la vida del reverendo Andrade, hostigado siempre por la sombra de su hermana, por el celo de la mujer que ahora comprendía después de haber desempolvado aquellos escritos; estaba enamorada de su hermano y le tentaba como hombre lo que a un sacerdote le está vetado por su voto de castidad. Aunque un espeso nubarrón se cernía cada vez más sobre la mente de Monseñor; una tempestad que no habría forma de parar si eran ciertas sus sospechas. Ahora sí que necesitaba una entrevista con doña Regina; se haría el encontradizo yendo a misa de doce el próximo sábado.
-¡Me alegra Carlos verle restablecido! Ya me comentó don Casimiro que le fue a visitar un par de veces, pero que usted es un enfermo díscolo. ¿Cómo va su trabajo? Véngase esta tarde a casa y charlamos.
-Claro que sí doña Regina, su compañía me es muy grata. Muchas gracias, a la cinco en punto allí estaré.

Su sorpresa fue tal al no encontrar a nadie más que ellos dos en la reunión de aquella tarde, que pensó que era el momento idóneo de intimar, de oír la voz del verdugo.
-Quiero que esté inscrito en el libro de los santos; es lo único que ya puedo hacer por él. Se lo debo; hice de su vida un infierno ¿Me explico padre?- de pronto se mostraba abatida, sincera y humilde. Todo ello sin venir a cuento. Se hallaba en un estado que Monseñor temió que estuviera sufriendo algún ataque extraño y que la razón la hubiera abandonado. Parecía estar confesando su crimen; además, le acababa de llamar “Padre”. Ella sabía con quien estaba hablando.-
-Doña Lucía analicemos las cosas tranquilamente, y procuremos ser justos, fieles a la verdad; por favor, tampoco quiero que se deje llevar por la soberbia, que se auto castigue.- era el momento de la verdad e inconscientemente Monseñor se había puesto virtualmente la sotana y la estola para escuchar la confesión de un ser atormentado.- Comprendo su postura Regina, pero tenga en cuenta que para llegar a ser declarado santo no es tarea fácil; Y es que no sólo hay que serlo, hay que parecerlo y sobre todo, demostrarlo.
-Tengo suficiente dinero. Creé la asociación Félix Andrade con un fondo de cuarenta millones, y tengo muchos más a la espera Padre, sin tener que pedir limosnas; me basto yo sola. Postuladores, jueces, promotores, notarios, peritos, médicos, historiadores… todos cobrarán sus honorarios.
-No es cuestión de dinero; la causa ya está abierta Regina. Ha de ayudarme, ser franca y honesta consigo misma, y con la veracidad de los hechos… encontrar el camino, la palabra de Dios.
-Hasta el Siglo XVI los papas, obispos, emperadores o reyes, a su muerte eren enterrados en un altar y recibían culto público sin que nunca se haya producido una declaración oficial de santidad.
-Estos son otros tiempos Regina. En la Iglesia todos estamos llamados a la santidad desde el bautismo que se convierte en una semilla por desarrollar a través del resto de los sacramentos y de las virtudes; Dios da a todo el mundo medios para serlo.
-Mi hermano lo fue y su deber Padre es demostrarlo. Seré sincera, le daré todas las pruebas que poseo; no mentiré y le juro que le pondré en contacto con quien sabe todo sobre él.
-Hija mía, no jures en vano. Teresa de Calcuta aseguraba que la santidad no es un lujo de unos pocos sino un deber de todos.
-Estoy bien informada; cumplió lo que Dios le había pedido. En sus actos estaba la presencia divina. Los últimos veinticinco años fueron ejemplarizantes; hasta su muerte fue silenciosa aunque muy dolorosa y él jamás mostró queja alguna, siguiendo su labor de apostolado.

-Cálmese Regina. Tome otra taza de café y prosigamos charlando; tenemos todo el tiempo del mundo ¿De acuerdo?
-Gracias Padre. Desde el día que lo vi supe quién era y me molestó que mintiera deliberadamente; más tarde, comprendí con su proceder que quería ser discreto, no levantar polvo que le impidiera ver lo que había venido a buscar. Poco a poco, me fui mentalizando; usted sin querer, me fue preparando y ahora creo estarlo. Tengo la conciencia del paso que he dado y no quiero mentir, de verdad que no.
- Cuénteme Regina como fue la relación con su hermano…
-Mis padres murieron muy pronto y la única familia que me quedó fue mi hermano, cinco años mayor que yo. Para mí, él era todo: protector, amigo, padre, madre… los años del seminario lo pasé muy mal alejada de su lado, me faltaba hasta la respiración, pero Dios me lo devolvió y prometí que lucharía con uñas y dientes porque jamás volviera a suceder. Él era bueno, integro, bondadoso, humilde y comprensivo; yo, espiaba todos sus movimientos, hasta los de las noches que bajaba a hurtadillas a coger alimentos para luego repartirlos entre los necesitados.
Un buen día, me dijo que me iba a presentar a una persona, de un pueblo cercano al nuestro; yo no lo conocía pero él sí a mí de haberme visto en las fiestas patronales. Félix estaba entusiasmado con el encuentro, me decía que era un tipo estupendo, alegre, trabajador y que ya tenía años para formar una familia, que debía ser independiente. Él tenía su vida entregada a Dios, y que yo debía hacer la mía. Aquello Padre me dolió; me lo tomé como si quisiera arrancarme de su lado. Me negué con todas mis fuerzas hasta que con su dulzura habitual me convenció y en cierto modo me engañó, prometiéndome que seguiríamos viviendo juntos; entonces, claudiqué…
Mi pobre Genaro, que en paz descanse, fue otro santo ¿Sabe una cosa? Jamás me rozó no más allá de besarme la mano con suma devoción o cogerme el brazo para bajar unos escalones. Sumamente cariñoso, comprensivo y enamorado, aceptó el papel que le tocó vivir.
El apetito carnal nunca me lo satisfizo él. Cada día que transcurría, cuando cada noche llamaba a la puerta del dormitorio de mi hermano para desearle las buenas noches y que me diera la bendición, me corría un escalofrío por todo el cuerpo, que me dejaba sin fuerzas… hasta que una noche, aprovechando la ausencia de Genaro, fingí estar enferma. Él, todo solícito se acercó a mi lecho y le violé Padre ¡Qué Dios me perdone!- su llanto era imparable; lágrimas de años contenidas, emergían convulsionadas, desvalidas y aterradas por el pecado que atormentadamente la había acompañado durante tanto tiempo a esa pobre mujer.- Padre, sólo sucedió aquella vez, se lo juro por mis muertos… fruto del incesto Padre, producto del diablo que llevo dentro, nació Lucía.
Genaro al conocer la verdad, le dio un infarto; Félix le comenzaron a salir unas llagas extrañas que no le abandonaron hasta su muerte, y yo, me quise suicidar por tres veces consecutivas. Compré a todo el mundo que estaba a mi alrededor y a cambio, me devolvieron con un pacto de silencio, pero las obras de Félix hablaron por sí mismas; Ayudó a parir a una mujer que dio a luz a un bebé muerto; lo mantuvo estrechado entre sus brazos rezando horas y nadie se explica cómo, el niño rompió a llorar.
Serafín, un labrador honrado con seis hijos a su cargo y sin esposa, ya que ésta murió de neumonía, le detectaron un cáncer de Laringe. El hombre estaba abatido ¿Qué iban a hacer sus hijos si él faltaba? El mayor contaba con once años. Félix no le abandonó ni un instante… en la última revisión medica, los médicos comprobaron que el mal había desaparecido.
Esta es mi verdad Padre, no he omitido nada. La última confesión de mi hermano la hizo con el párroco actual. El Reverendo Rodríguez… puede hablar con él. Además, Félix llevaba un diario de sus horas, aquí lo tiene; tome también las direcciones de los médicos de la capital para que pueda hacer las comprobaciones pertinentes.

Tercer escalón
“No hay malos ni buenos. Hay defensores y fiscales que velan por el cumplimiento del proceso”

El Ilustrísimo señor Jiménez, obispo de Teruel, publicó en su diócesis una solicitud para sus fieles, invitándoles a que manifestaran toda la información que poseyeran que impidiera o favoreciera la causa de santificación del reverendo Andrade.
Posteriormente se nombró un tribunal que instruyó el sumario y unos peritos.

Cuarto escalón
“Hay materia suficiente, y se envía un resumen de lo más sustancial al prefecto de Causas de Santos”

Quinto escalón
“El tribunal está compuesto por tres personas: el juez, que viene a ser el delegado del obispo de la diócesis; el llamado promotor de la justicia, que es algo así como el fiscal y que en literatura es conocido como abogado del diablo. Y un notario que levantará las actas”

Sexto escalón
“Toma de juramento a peritos, miembros del tribunal y postulador. Dirán la verdad, no se lucrarán, no presentarán testigos falsos…”

Séptimo escalón
“Se recopilan documentos administrativos, partida de nacimiento, de bautismo, correspondencia. En la documentación del reverendo Andrade se llegó a recoger más de diez mil cartas con seres anónimos con los que mantuvo el sacerdote correspondencia”

Octavo escalón
“Se interroga a los testigos. En el caso que nos confiere duró tres años, seis meses y dos días”

Noveno escalón
“Positio: empieza el proceso.
El relator de la causa, Monseñor Sánchez hizo un esquema biográfico y otro de virtudes. El Fiscal General nombró ocho consultores”

Décimo escalón
“Los consultores presididos por el Fiscal General estudiaron la causa y votaron su continuidad gracias a cinco votos escritos. Un segundo consejo, compuesto por cardenales, entre ellos, su eminencia el cardenal Ramírez, y obispos de la Congregación también votaron, esta vez de forma oral la causa que se les presentó”

Undécimo escalón
“Se consiguió la mayoría simple en la segunda votación, demostrando que practicó las virtudes cristianas como fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia y fortaleza en grado heroico, la causa fue presentada al Papa, y éste le nombró Venerable al reverendo Andrade”

Duodécimo escalón
“Intervinieron médicos, teólogos, cardenales y por último el Papa. Con un milagro se le declaró beato. Un segundo milagro… santo”

Epílogo
Seis años después…
Lucía empujaba la silla de ruedas de su madre; ésta aún se apoyaba en su bastón de plata y marfil. La ceremonia había sido brillante. El altar papal adornado de flores frescas bajo el baldaquino de bronce de Bernini relucía como la hipotética estrella de Belén, pensaba la muchacha; La misa concelebrada por siete cardenales, veintidós obispos y trece sacerdotes fue impresionante.
-Lucía, hija…
-Dígame madre ¿Se encuentra bien?
-¿Me perdonarás alguna vez?
-Lo que he de hacer madre, es darle las gracias yo a usted… por el padre que me dio.
-Te quiero hija mía.
-¡Qué gracia madre! Esto nunca me lo había dicho.                                                              

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