Es navidad, y Manuel odia estas fechas hipócritas donde la gente se vuelca
en enmascarar sus soledades. Busca un lugar para perder la noción del tiempo en
esta sórdida ciudad llamada Madrid. Pronto lo encuentra...
El camarero sirve el coñac en una copa tan deshojada como el local; no se
da importancia a esos detalles, ni siquiera a la cara de perro maltratado del
camarero. Todo pasa desapercibido a excepción de lo que acontece en el
escenario.
Una nube de humo violáceo suspendido
en el aire encara con maestría a la cantante confiriéndole un halo de misterio.
Su voz como la del saxo o el clarinete entra en los tímpanos de los oyentes con
deleite. Tocan mal, ella canta fatal, trata de imitar a Billie Holiday sin
conseguirlo, pero el sentimiento con que ofrecen sus carencias es valorado por
quienes ocupan cada una de las mesas.
La escasa luz sólo permite ver siluetas, y eso le gusta a Manuel; el
anonimato es lo que necesita para seguir perdido en su confusión.
“Seguro que cada uno de los que estamos aquí tiene un esqueleto dentro del
armario que no debería conocer la luz” piensa
mientras su mirada pasea ciega por un bosque humano, y su olfato se
percata de que huele a sudor y tabaco; un ambiente tan putrefacto como quienes
lo componen.
Él debería enterrar a la mujer que
le abandonó. Su orgullo de varón está más que pisoteado, pero a pesar de eso,
no tiene la suficiente voluntad, y cada noche abre la puerta del armario y besa
con veneración el chasis de su dolor. Se refugia en alcohol barato y escuchando
blues a la caída del sol. Se dice “Mañana deberías de…”, pero su declaración de
intenciones cae en el silencio y en el olvido de querer arrinconar.
“¿Cómo me
pudo pasar esto a mí si soy un tipo divertido, cubierto de un descuidado
esnobismo que tanto gusta a las mujeres?” Martillea la pregunta en su cabeza
mientras lame la herida amorosa y la voz de la cantante se esfuerza en entonar
“Twenty four hours a day”
“¿Quién dijo
que el hombre no llora?” Oye decir en la mesa contigua; se vuelve, y encuentra
a otro hombre tan desgraciado como él hablando solo. Entonces, su mirada pasea
entre la nube de humo y se da cuenta de que todos los que allí se esconden son
hombres; buscan en la oscuridad lo que no son capaces de desvelar a la luz del
día. Ellos también sufren por amor.
Un clarinete
rasga el pensamiento de Manuel y suelta una risa hiriente, nadie se percata,
está solo y lo sabe. Para un hombre de su tiempo, este punto de inflexión en la
vida le está desgastando, porque la compresión se obstina en no entender que
hay actuaciones humanas sin una explicación coherente.
Le gustaría
hablar con alguien y preguntar “¿Se tarda mucho en olvidar?”, pero en el fondo
siente pudor y vergüenza por su debilidad, prefiere callar. Además, los hombres
reaccionan de otra forma. Se interroga una y otra vez qué es lo que más duele,
si ser abandonado, o que la mujer a quien tanto amó le canjeara por otra mujer.
Ahora, es un
piano que con sus teclas entona “Hello my darling” mientras las sombras
desencantadas van desapareciendo. Ya es tarde, mañana será otro día.
Camina por el asfalto y escucha decir “A veces no se olvida jamás pero el tiempo sólo tiene memoria para lo bueno y bello que fue”
Manuel se pierde en la madrugada, mientras un camión cisterna, en cuya parte trasera lleva un cartel luminoso de “Feliz navidad”, riega las calles abandonadas.
Camina por el asfalto y escucha decir “A veces no se olvida jamás pero el tiempo sólo tiene memoria para lo bueno y bello que fue”
Manuel se pierde en la madrugada, mientras un camión cisterna, en cuya parte trasera lleva un cartel luminoso de “Feliz navidad”, riega las calles abandonadas.
2 comentarios:
Es cierto. El hombre si llora y en muchas ocasiones lo hace por el amor de una mujer.
Un abrazo.
Vuelvo a visitarte y a disfrutar con inmenso agrado de tu magnífica manera de escribir.
Eres alguien súper especial.
Te envío un grande abrazo.
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