jueves, 23 de junio de 2016

DANIEL Y LUCAS

Lucas, así se llama mi perro y, por mucho que digan algunas voces que los animales son el vivo reflejo de sus amos, Lucas y yo no nos parecemos en nada; eso sí, el entendimiento es total. Cada uno de nosotros tiene sus manías, sus gustos y sus amores…

Hay una química entre ambos muy especial. Lo mío por él, he de reconocer, que comenzó por ese sentimiento llamado lástima para pasar por aquel estadio en el que yo sufría hace dos años, nueve meses y once días: la soledad más absoluta.
Él era demasiado pequeño para barruntar cómo podía ser la vida callejera si no llego a aparecer en su vida. Su madre parió delante de mis narices mientras estaba sentado al calorcito del sol andaluz un mes de abril del 2004; me impactó. Al rato, sin yo haber despegado los ojos de aquella escena y, mientras la madre lamía los tres cuerpecillos famélicos, apareció el dueño del cortijo. Me explicó que estaba arto de que se le colaran chuchos por cualquier rendija y, sin más dilación, cogió a la madre y a los tres cachorros y se los llevó; no sé qué haría con ellos, lo que sí sé es que a los dos días estaba contemplando el aguacero que caía, cuando oí un ruido extraño; busqué, pero no encontré nada, así que seguí en mi ensimismamiento por observar la lluvia tan delicadamente triste como yo me sentía, pero el dichoso ruidito volvió a surgir, esta vez junto a mí. Miré en dirección a la maceta de geranios instalada junto a la puerta de la casa y allí encontré una especie de bola negra con manchas blancas que levantaba a duras penas los ojos en mi dirección;  se me pusieron de escapulario mis partes varoniles ante aquella mirada de desamparo, de abandono… Tal como yo me sentía. Inmediatamente, según lo cogía con mi mano, recordé que era uno de los perrillos de dos días antes. Aferré una toalla y lo envolví; estaba tiritando y a continuación comenzó a chupar mi dedo meñique.
Sé que, a veces, los hombres damos de sí, lo que damos y lo único que se me ocurrió en aquel momento fue tirar de mi taza de café, ¡cómo lamía el plato!... desde entonces, puedo decir que Lucas es un experto cafetero; no le vale cualquiera y, es más, el aroma le hace mover el rabo que da gusto…, más vale que no haya nada a su alrededor porque va al suelo.

El resto de mis vacaciones solitarias las pasé con aquel chucho de raza imprecisa compartiendo mis cafés y llevándole en mi mochila cada vez que bajaba a Sevilla a ver alguna procesión; pensaba que si le dejaba solo le podría pasar algo.
Llegó el día de mi partida y, honestamente, mi intención fue dejarlo y entregárselo al dueño del cortijo, pero ¡coño!, me lanzó una de esas miradas tan suyas que se me partió el mundo en dos. ¿Qué iba a hacer yo con un perro en Madrid si no sabía  cuidar ni de mi vida? Me sentía  el ser más desdichado desde aquel once de marzo en que mi Macarena se fue al cielo en uno de aquellos trenes malditos. Yo, tampoco quería seguir viviendo y, sin embargo, estaba condenado a respirar el mismo aire que el de los asesinos que me robaron a mi esposa… Entonces, ¿qué hacía un perro en mi truculenta existencia?
Después de sopesar todos los inconvenientes y la ausencia de ventajas, el chucho se coló en mi coche… Bueno, no tengo porqué mentir: el perro era tan pequeño que si no le llego yo a montar en el asiento, allí se queda… Así llegamos juntos a mi nueva vida de viudo de España. Con él, nunca me sentí solo en aquellos tiempos difíciles en que la niebla oscureció mi biografía.

Juntos hemos aprendido a caminar, a disfrutar de los pequeños placeres. Lucas es mi mejor confidente. Fíjense cómo será de inteligente que cuando le cuento historias de Macarena y me quedo callado porque una lágrima se escapa de mi corazón, él me lame mis manos perdidas en la nada.
Claro que, a veces, es un perro que no me respeta: odia a Tchaikovsky y en el momento que me ve con el CD en la mano, se pone a ladrar como un poseso… ¿Lucas no será la reencarnación de Mozart?

… Si una mañana, alguien llama a tu puerta y ese alguien es de cuatro patas y te ladra, déjale que se enganche a tu corazón… Yo sé que Lucas me salvó del abismo.




4 comentarios:

PEPE LASALA dijo...

Me encanta Mª Ángeles, sentimental a tope y lleno de corazón.
Te comento que por el Verano me tomo unas vacaciones blogueras, así que me despido hasta Septiembre. Un abrazo y Feliz Verano. @Pepe_Lasala

Macondo dijo...

¡Qué bonito!

Reina Letizia dijo...

El único ser de cuatro patas que me engancha es mi Rey. ¿Los brazos se cuentan como patas, no?

Besos de Reina

Ricardo Tribin dijo...

Te cuento que tu Lucas en mi caso se llama Sam, el cual junto con mi gato Bruno, nos hacen la vida grata y muy amena.

Gran post.

Un gran abrazo.