Talina suspira
mientras mira por la ventana. Medita y se echa a reír. Su cara se ilumina al
observar con ternura a Anacleto y se dice a sí misma “Este hombre no tiene
remedio. Ha cogido afición a llevar la cámara al cuello y ahí está con ella en
el jardín. Irá a sacar el tejado del vecino porque otra cosa no saca. Se ha especializado
en tejados, gárgolas y vidrieras que no se ven. Un día me enfadé con él por
sacar esas fotos tan absurdas y para retractarse me quería hacer fotos hasta
haciendo mis necesidades detrás de unos matorrales ¡Mi Anacleto está disminuido
cerebralmente!”
Talina se vuelve
a coger su blog de notas donde guarda las sensaciones, algunas segadas de su
viaje por Bretaña y Normandía. Se habían ido tres parejas de vacaciones en un
monovolumen a hacer nada menos que 3400 km. Tadeo, adaptándose a las
dificultades, resolviendo dudas con su móvil. Una languidez inexpresiva y
apacible le envolvía. Sus ojos enfundados en unas gafas de sol no te dejaban
ver la lectura de los acontecimientos, si bien cuando se despojaba de los
lentes, sus pupilas descansaban en un mar de calma contenida. Su pareja,
Baldomera, una muchacha audaz, valiente, creativa, cariñosa y divertida,
disfrutaba leyendo el mapa de carreteras, buscando hasta los nombres imposibles
de pronunciar y cuando los hallaba, sus ojos bailaban en felicidad. Paquita, la
madre y esposa coraje. Intuitiva, honesta, de carácter fuerte y sincero,
resolutiva y directa. Su esposo, Sindulfo, alterado y divertido, intuitivo y
visceral. Gran conversador y extrovertido de emociones. Y Talina, la mujer de
Anacleto, simpática y extrovertida, despistada e imaginativa, legal y cabezota.
Este era el sexteto que se había embarcado en un monovolumen a la aventura
vacacional. Prácticamente conducían siempre los mismos aunque por lógica deberían
repartírselo pero Talina era un desastre; si a ella la hubieran dejado el
volante, además de haberla dado un ataque de nervios es probable que en vez de
visitar Francia hubieran visto Jerez de la Frontera. Anacleto el monovolumen le
daba vértigo, en Baldomera nadie pensó, Tadeo conducía bien, Sindulfo conocía
muy bien las carreteras francesas y Paquita conducía de maravilla. Tranquila,
reposada y atenta al asfalto.
Tantos kilómetros
metidos en aquel micro espacio dieron de sí para hacerse la peluquería, la
manicura, divagar sobre nefastos políticos, el porqué de alimentar a tanto
sinvergüenza, lectura o pasear por las nubes, actividad favorita de Talina. No
obstante, a veces las horas se hacían demasiado lentas por carreteras que en
vez de tardar un cuarto de hora, tardabas más de una hora.
El viaje comenzó
alterado por una rueda en mal estado que hubo de cambiar y esperar un rato que
se les hizo a todos eterno. Talina se sentó a esperar en una rueda de tractor
delante de un ratón muerto hasta que se decidió la suerte de las cuatro ruedas.
Cuando se volvieron a montar, Sindulfo, un enamorado de la música francesa,
puso unos compases que hicieron volar a cada uno a sus rincones secretos,
porque las sensaciones tienen su
personal vida secreta, así que aquella música, por ejemplo, hicieron soñar a
Talina, de los campos castellanos a su amada costa amalfitana repleta de
acantilados, aguas turquesas y cielos cuya inmensidad azul nunca termina. A
reflexionar mientras tanto que hay que dar descanso al rencor y al odio que
nada aportan sino malestar al espíritu. Dar oxigeno a la mente y al corazón
porque, en definitiva, viajar es eso precisamente lo que te regala, además de
vivir otras costumbres y paisajes, oxigenar tu vida para luego reincorporarte a
tu rutina diaria y mirar la vida bajo otras perspectivas más amables y
condescendientes.
La furgoneta
masticaba kilómetros alegremente llena de sueños, maletas, embutidos y cervezas.
Tintinearon botellas igual que campanillas desde Burdeos, Saint Emilión,
Nantes, La Baule, Vannes, Josselyn, Rennes, Dinard, Saint Maló, Mont Saint
Michel, Fougeres, Port en bessin, Deauville, Honfleur, la Rochelle y San
Sebastián. Un vino batido través de kilómetros que habrá de reposar antes de
ser bebido; soportó todos los rigores climatológicos.
Talina sigue
repasando las hojas de su blog y suelta una carcajada; ahora comienzan a
aflorar recuerdos chocantes y divertidos porque, cuando sales de casa, eliminas
ese corsé que te auto impones delante de la sociedad para hacer cosas
impensables como comer a la orilla de un cementerio un buen queso regado de
cerveza o Coca-Cola bretona, darte un paseo entre las tumbas, pegar la hebra
con una francesa que tiene un hijo en Madrid, darle un ataque de cólera al
bueno de Anacleto porque Talina quería un currusco de pan y él lo estaba
reservando para el resto de la expedición. Lavarte las manos en el grifo del
cementerio y, si con eso no has tenido suficiente, te vas a tomar café a un bar
coqueto frente a un concesionario de pompas fúnebres mientras que Paquita,
Baldomera y Talina tocaban madera en sus cabezas.
Un viaje se
resume por detalles mínimos, simples pero llenos de instantes únicos e intensos
en la mente, en el corazón, en las retinas. Sensaciones que corren internamente
de agrado, o desespero algunas veces. Esa mirada a una muralla, a un castillo,
a un amigo. Tú te quedas en la sombra simplemente observando y ves como cada
uno va diluyendo sus sensaciones
personales en un gesto de satisfacción, en una mueca contrariada, en una
sonrisa que fluye libre y llena de satisfacción, en un ensimismamiento al presentir la tranquilidad de un pueblo, al
admirar la arquitectura local, al oler el aroma de un cruasán o el salitre de
la mar en un pueblecillo pesquero mientras discurren barcos de colores y el
canturreo de las gaviotas alegra a tus sentidos.
Todos los
viajeros del monovolumen miraban glotones, respiraban con fricción, contaban
los colores del mar, hasta cinco, desde el cobalto al esmeralda. Un mar de
oscuras sombras alternándose con las aguas turquesas y un cielo, tan azul, que
se desplomaba sobre aquel lugar de playas kilométricas y acantilados de
cuchillo donde un 6 de junio de 1944 desembarcaron aquellos que proporcionaron
la paz a Europa; un lugar que mientras paseabas perdido entre los pinos y las
cruces se oyó el batir del toque a silencio y el himno de USA. Todos los
americanos pararon y saludaron a su bandera y Anacleto, Baldomera, Tadeo,
Sindulfo, Paquita y Talina sintieron envidia por ese respeto a un himno, a una
bandera cuando en España se los pisotea a ambos.
Talina piensa que
los hombres escarmientan poco, por eso vuelven a cometer sus mismos errores una
y otra vez. Mientras se obstinan sin conseguirlo en poner atención a cuanto
dicen, hacen y sienten porque están convencidos que con esa actitud sentirán la
vida más cerca correr por sus venas y se darán cuenta que todo lo que les rodea
encierra una enseñanza, sin embargo el hombre suele hacer todo lo contrario… Se
acerca el blog a la naricilla y aspira su aroma. Su cabeza entonces se
convierte en una filmoteca que salta de Burdeos, ciudad señorial y elegante,
tremendamente chic y seductora, repleta de hippies contemporáneos y sus perros.
A Nantes con sus chimeneas rectangulares y su línea verde para que el viajero
la bordee… Talina de pronto se para y se pregunta “¿A ti que cosas te
emocionan?” “Tantas”, se contesta… “El
azul del mar o del cielo. Su luz imprime carácter, te ensancha el espíritu, te
confiere una serenidad especial de optimismo
que te hace pensar que todo es posible. Pero también me emociona la
lluvia, un amigo con un detalle inesperado. Rafa Nadal, Pau Gasol, el himno
nacional…” “Para Talina”, se reprocha, “que cuando te pones patriótica, desbarras”
Entonces Talina vuelve la mirada hacia
el jardín y encuentra a Anacleto con su cámara al cuello enfocando al tejado “Este
pobre hombre está como las maracas”, vuelve a sonreír, cierra el blog y se dice
“Bonjour France” mientras coge el aspirador y vuelve a su realidad presente.
BURDEOS
SAINT EMILIÓN
NANTES
LA BAULE
VANNES
JOSSELYN
RENNES
DINARD
SAINT MALÓ
MONT SAINT MICHEL
FOUGERES
OMAHA, NORMANDÍA
DEAUVILLE
HONFLEUR
LA ROCHELLE
SAN SEBASTIÁN
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