“Manuel, nos estamos haciendo viejos” Pero Manuel no se entera, últimamente
ha perdido audición del oído izquierdo y se niega ir al otorrino. Dice que es
un tapón y que él sabe cómo quitárselo pero nunca lo hace. Triana le mira
meneando la cabeza y se da la media vuelta. Está limpiando los armarios de la
cocina, ese polvo inexistente que se empeña en quitar con tal de rellenar los
huecos de las horas. Sin embargo hoy ha intentado subirse al taburete y no ha
podido. Un vértigo y un dolor de rodilla se lo han impedido. Como tonta, se ha
puesto a llorar. Antes ¡hacía tantas cosas! y ahora encuentra trabas por todos
los lados, y a Manuel no puede recurrir porque la lía. Ayer se fundió una
bombilla y al ir a quitar el casquillo, rompió la bombilla y se cortó en los
dedos; tuvieron que ir a urgencias. Hace dos días, Triana se puso a freír
pescado y siempre que guisa se pone a pensar; se la quemó el pescado. Del humo
que se preparó, se saltó la alarma y de nervios ni ella ni él supieron apagarla
¡un desastre!
Los chicos, son tres hijos, hace tiempo que se fueron de casa. Se
marcharon a cuentagotas. Cada vez que uno se iba, Triana dormía un par de meses
en la cama vacía. Se agarraba a la almohada y sentía que su hijo aún estaba
allí. El día que se fue el último, Triana y Manuel se agarraron de la mano y
salieron a pasear, el silencio de la casa les apabullaba. Cuando volvieron, se
metieron en la cama y durmieron abrazados.
Los chicos les regalaron hace tres años un perrillo. Es pequeño y
agradecido. Manuel sostiene que muy putas tuvo que pasar el animal para esa
mirada tan triste y ese temor que tiene a quedarse solo. Marina, su hija, se
fue a una perrera y rescató un animal. Se llama García y con él van a todas
partes o se deprime, incluso por las noches duerme entre los dos. Manuel es el
encargado de cuidar al chucho: paseos, comida, veterinario… Largas charlas hay
entre ambos. García le adora, siempre está a sus pies y cuando Manuel habla, el
perro le mira como si en el mundo no hubiera nada más.
Desde que García llegó apenas viajan, hecho que a Manuel le satisface
sobremanera pues se ha pasado media vida arrastrando una maleta por la manía de
Triana a viajar. Ella no quería regalos como otras mujeres, solo que la
llevaran de aquí para allá. Ahora un par de veces al año y gracias. García se
queda normalmente con Marina y ellos se van a Málaga a casa de unos amigos de
toda la vida. Antes salían los sábados con un matrimonio amigo pero dejaron de
salir pues uno de ellos tiene un Alzheimer galopante y es un lío salir con él a
la calle. Otros dos amigos se fueron a Valencia a vivir cerca del hijo. Otro se
murió el año pasado y el anterior dos casi a la vez. Manuel se restriega las
manos “Se van quedando solos” piensa mientras trata de leer en el ordenador
noticias económicas, su hobby.
Manuel y Triana ya no discuten; antes no paraban. Si él decía negro,
Triana, blanco. Sin embargo ahora es distinto. Triana no le lleva la contraria.
Se le queda mirando y cuando Manuel termina su arenga, ella suspira y solo dice
“Manuel, Manuel, qué sabelotodo has sido toda tu vida”
Su rutina diaria siempre es la misma. Bueno, no. Ahora han incorporado ir
a misa todos los días y juntos, y esto es desde que a Triana el corazón les dio
un susto. Desde entonces, más de una noche
ha abierto los ojos y se ha encontrado a Manuel mirándola mientras
dormía “¿Por qué haces esto?” pregunta Triana y Manuel responde “Porque te
quiero”
A media tarde se toman un café descafeinado y luego Manuel lee en alto a
Triana “Te has vuelto vaga, Triana, no sé por qué no lees tú sola” “Me gusta tu
voz, Manuel. Anda lee y deja de refunfuñar”
“Cuando seas viejo, te quiero con sabor rancio pero gallardo;
independiente y eternamente gaviota. Parco, raspa y salado como tu mar. Cuando
tu piel se marchite y tu esqueleto se curve, deseo tu envoltura ácida, pero
tierna en tu interior. Cuando el tiempo rasque nuestras voces, sueño con oír tu
susurro en mi tímpano. Cuando las nubes fluyan a tus ojos, porque la edad todo
deteriora, anhelo tu chispeante mirada de pícaro empedernido. Cuando tus manos
tiemblen, espero tu roce tibio sobre mi cuerpo, pues mi deseo por tu persona no
habrá tiempo que lo acalle. En los albores de tu senectud… te estaré esperando,
te estaré esperando siempre”… La voz de Manuel enmudece. Levanta los ojos para
mirar a Triana. Allí está pegadita a él enjuagándose las lágrimas “Ay, Manuel,
nos estamos haciendo viejos. Tú cada vez más despistado y yo cada vez más torpe”
Los dos se echan a reír y un día más ha llegado a su fin y siempre juntos.
2 comentarios:
Qué bonito, María Ángeles.
Yo no puedo ir a un sitio donde no limpian la basura. Es horrible. Me quedo en casa.
¿Sabías que mi cuñada es tonta?
Besos de Reina
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