martes, 30 de mayo de 2017

DE TEJADOS Y VENTANAS

Las ventanas poseen un mágico imán para mí. Es asomarme a ellas y sentir que mis ojos despliegan sus alas paseándose por las nubes, los edificios, mojándose de lluvia, niebla o de perpetuos amaneceres…

Era una mañana soleada de grados templados y cielos rasos. La espera se me hacía incisiva a pesar de estar rodeada de soñadores como yo aguardando el turno de una cita que no llegaba. En un momento indeterminado sentí que a mis pulmones no les llegaba el oxigeno necesario y pedí una ventana, una soledad, un silencio. 
Me depositaron en un despacho al abrigo de la calma y volví a encontrarme, aunque tuve que salir corriendo tras mis ojos pues se escapaban por una ventana. Nada más sujetar a ese par de ladrones de sensaciones supe el porqué de su fuga. 
La ventana era chiquita con un par de plantas en su poyata. Algunas hojas estaban secas de hielo, los fríos atrasados las mataron. Las quité con cuidado y emergió la belleza simple sin florituras ni ornamentos, la sencillez estampaba su riqueza. Entonces volví a sentir la fuga de mis ojos que volaban lejos a la lontananza de una sierra nevada en sus picos para regresar y depositarse como dos pajarillos en un tejado.

¿Por qué me parecen tan románticos y evocadores los tejados, techumbre de secretos inconfesables, bóvedas de amores clandestinos? Tejas gastadas de edificios llamados viejos y alturas bajas, de vertientes a dos aguas que en esas horas amainaban sus fríos pasados a un sol alegre de finales de enero.
Tejados de tejas de colores gualdos, rubios, pajizos, ambarinos y dorados. Una amalgama en la que mis ojos se mecían en el sosiego de una hora incierta hasta encaramarse en la barandilla de una balconada, un mirador de trastos abandonados pero aún así de vivo clamor por la vida. Una bicicleta colgada de su pared desconchada, una maleta mal cerrada, un minúsculo ventanuco entreabierto flagelando de airecillo sus raídas cortinillas. La colada tendida de un hombre pulcro sin duda por los elementos encajados de mayor a menor tamaño en pinzas de madera. Dos espontáneos geranios de rojo reventón ponían la nota colorista a aquella naturaleza muerta como si de un cuadro de Agustín Arrieta se tratara. Un perfecto bodegón de nubes, tejados y la vida de un balcón, morada de un hombre sin conocer.

Se abrió la puerta, ya era mi turno. De mis ojos colgaban esa belleza cotidiana que nunca miramos.

1 comentario:

Pluma y Data dijo...

Una manera muy simple de otear el mundo en su profundidad.
Hay momentos en los que aquellas "ventanitas"permanecen cerradas y lejanas de: la belleza, las historias que se esconden, de tras de los visillos y de los tejados, de las noches y las sombras, de aquella naturaleza aparentemente muerta.
Esta en nosotros, el abrir aquellas ventanitas, para visitar al mundo y a su existencia.
Gracias por permitirme este comentario y por visitarte.
Me gusto mucho tu post.Muy profundo y muy sensible.
Jose Luis