martes, 15 de mayo de 2018

LAS AVENTURAS DE PEDRITO


La pureza, el candor, la inocencia, de un niño es tal dúctil y delicada que  parece papel de fumar; una sola chispita y prende, se quema, desaparece para siempre…

Los años sesenta para Pedrito fueron fulminantes. Tantas experiencias diluyeron al Pedrito niño para ir tamizando en lo que sería el futuro Pedrito hombre.
El 29 de mayo de 1965 Pedrito se vistió de marinero de agua dulce e hizo su primera comunión. Ni qué decir la emoción que sintió por dar el gran paso para dejar la niñez aunque en su mesilla de noche por mucho tiempo estarían sus fieles compañeros de aventuras Toro Salvaje, Rin Tin Tin, el indio Gerónimo y el perro más famoso de muchas infancias, Lasie.

Ese mismo verano, sus padres prepararon unas vacaciones  muy especiales: además de ir a Galicia, le llevarían a ver el Botafumeiro en Santiago de Compostela.
Por mucha imaginación que Pedrito echara al asunto del botafumeiro, en sus sueños solo veía una nube de humo blanquecina sin gracia alguna y como en aquel entonces con su primera comunión recién estrenada, pensamiento o acción que creía sospechosa pues cada dos días se iba a confesar esos pecados que él creía que podían llegar a ser pecado como el de no emocionarse por aquel chisme que volaba mientras echaba humo como las chimeneas.
Y llegó aquel veinticinco de agosto. La catedral estaba a rebosar y Pedrito impaciente. Su madre le había vestido como un príncipe con sus pantalones de lino blanco cortitos y un polo inmaculado al que su madre se le olvidó abrochar los dos botoncitos. Como el asunto del humo tardaba, Pedrito para aplacar su ansiedad dijo a su madre que se iba a confesar.

-¿Otra vez, criatura? Si te confesaste esta mañana- pero Pedrito no la escuchó y se fue corriendo al confesionario.

Y allí llegó Pedrito a uno de aquellos recintos cuadrados que parecían huchas del Domund donde se depositaban pecados inconfesables, ficticios y vicios innombrables y delante de un sacerdote cuyos tabúes estaban a flor de piel, Pedrito desembolsó la ingenuidad y candor de un niño de ocho años. Como respuesta a sus pecados fue desvirgada su inocencia por un hombre que se hacía pasar por pastor de almas tachando a un infante de ir provocando la libido ajena por llevar unos pantaloncitos blancos y un polo con dos botones desabrochados.

El niño sintió vergüenza, muy bien no sabía a qué, ni siquiera comprendía de qué se le acusaba pero cuando Pedrito volvió junto a su madre, alguien en la oscuridad clandestina de un confesionario le había arrebatado la pureza con un solo golpe de voz, con un toque de palabras salpimentadas de vetos malsanos.

En el momento que Pedrito vio volar al botafumeiro por la nave central, en su interior deseó ser una humilde gaviota que amaba la lectura sobre todas las cosas y volar de aquellos muros para siempre.
Jamás volvió a pisar una iglesia como creyente.

1 comentario:

Alondra dijo...

Que hermoso escribes!!!... Es ver por un hueco las historias que cuentas.
Un abrazo afectuoso