viernes, 25 de septiembre de 2020

JARRÓN CHINO


 ¿Quién no ha tenido alguna vez un jarrón chino en su casa, aunque fuera de imitación? Hubo un tiempo que en las listas de bodas había una pieza de esas y si no la había, te la regalaban igualmente; a mí me regalaron tres y con las mismas, se los cedí a mi madre que gustosamente pasaron a engrosar el cúmulo de chismes decorativos que no servían para nada, pero quedaban tan monos haciendo bulto en una estantería o en una rinconera.

Mi difunta madre colocó uno, el más feo, el más horroroso -en vez de estar pintando, aunque fuera mal, si tu cogías una lupa, veías perfectamente que eran pegatinas, eso sí, muy bien pegadas- Pues bien, al chinesco lo colocó en el pasillo; sí o sí lo veías cada vez que pasabas, era inevitable.
Hasta que un buen día, de esas tardes de invierno aburridísimas que, para colmo, no te queda otra que estar en casa pues no ibas a sacar a los niños a la calle con la que estaba cayendo, me levanté a coger unas galletas y al pasar me quedé parada mirando al susodicho y solté, sin darme cuenta que detrás venía uno de mis hijos, ¡eres feo de cojones!, y escucho una vocecita angelical a la altura de mis tibias, “Mami, ¿e cojone?”… A un niño le cuesta hablar o al menos vocalizar ciertas palabras, pues bien, mi hijo no solo la interiorizó, sino que la pronunció divinamente.
La abuela de la criatura, mujer muy fina toda su vida, el padre del niño, un hombre que llevaba y lleva a gala haber sido educado en los jesuitas, pusieron a caldo a la mamá del querubín; odié más al jarrón chino, era el culpable de que mi persona hubiera caído en desgracia y mi hijo, para rematar, soltaba “el cojone” delante de propios y extraños aguantando la coletilla de mi madre “Qué pensará la gente de nosotros”
Ante estos agravios, no me quedó otra que planear el asesinato del jarrón chino; lo tenía facilísimo, sería una venganza limpia y yo estaría fuera de cualquier sospecha… El jarroncito de las narices estaba mostrando su horrenda fachada delante de una ventana. Lo único que yo tenía que hacer era abrir la ventana y un par de ellas más, y la corriente generada, haría el resto.
¡Voilá!... El tiro me salió por la culata. Una mañana dejé todo listo y me fui a hacer las camas hasta que escucho el llanto de mi hijo que más que llanto eran alaridos. Salí corriendo, mi madre, igual, y nos encontramos a la criaturita en el suelo abrazado al jarrón y diciendo “Cojone malo, pupa nene”
¡Menudo chichón le salió en la cabeza!, y el enfado de mi madre que me echó la culpa por no haber pensado en los peligros estando niños por medio. Por cierto, el chino no sufrió ni una triste magulladura. Entonces mi madre decidió cambiarlo de lugar al sitio de honor de la casa.
¿Cuál era? La entrada de la casa en la que justamente había un reloj estilo Luis XV en versión SXX que ya, su dorado, hacía daño a las retinas. Así que entraras, salieras, recibieras visitas, el hortera de Luis XV que, por cierto, daba los cuartos, las medias y las enteras, todas, toditas, en un tono afeminado hasta que se quedaba sin cuerda, pero eso mientras vivió mi madre casi nunca pasó. Lo primero que hacía mi señora madre nada más levantarse y subirse a sus stilettos era dar cuerda a la melodiosa voz del macarra de Luis XV.
Así que el hall, pieza que dicen los expertos en decoración que es el alma del dueño de la casa, fue la parte del hogar de mis padres favorita de mis hijos, entre el tolón de Luis y el cojone, mis hijos se pasaban las horas muertas allí; mi duda aún hoy es qué pensarían, qué dirían las visitas cuando llegaran a casa y la elegante de mi madre abriera la puerta. Se me ha olvidado contar que las paredes del hall fueron pintadas en naranja…, como os lo cuento, muy luminoso.
¿Qué pasó con esas dos piezas, claves en la vida familiar? Ahí siguen como memoria histórica, pero para nada democrática, eh, incluido el naranja de las paredes. Pero lo peor que llevo de este asunto son dos cosas: una, mi falta de voluntad para asesinar al naranja, a Luis y a cojone.
Y dos, esto es lo más fuerte, es que mi cara, mi cuerpo, se descuelgan con los años, en cambio, el naranja sigue más vivo cada día, Luis brilla como nunca y su tolón es aún más femenino. En cuanto al jarrón chino, como me falla la vista, ya ni con lupa veo sus pegatinas.
PD. Aclaración: me parecen maravillosos los jarrones chinos, los de verdad.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©La vida secreta de las mariposas ©Un Lugar al que llegar ©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies


1 comentario:

Reina Letizia dijo...

Nuestro jarrón chino anda por Abu Dabi. Es mi suegro.

Un gusto volver a leerte.

Besos de Reina