Susana llega exhausta al portal de su casa, solo piensa en meterse debajo de la ducha y que el agua barra tanto cansancio. Vive en un tercero sin ascensor en pleno centro de la ciudad. A penas doscientos metros y alcanzará su objetivo y, según se acerca, ve un bulto que se mueve en la entrada; ya lo vez con nitidez. Es un hombre hecho un ovillo que apoya la cabeza contra la puerta.
Es curioso, en otro momento hubiera tenido miedo, pero desde que comenzó el calvario de la pandemia, se ha volatilizado el miedo al malhechor, aunque es consciente que, como sigan las cosas así, los ladrones saldrán de caza por necesidad y por vicio. Ahora las calles están desiertas, no hay ruido, no hay nada.
Susana intenta abrir la puerta, el hombre la ignora y sigue con los ojos cerrado. Lleva una bolsa con fruta y verdura un tanto pasada para Candela, la del entresuelo, con tres adolescentes y un marido borracho. Es camarera y se ha quedado sin trabajo. Todos en el inmueble, la echan un cable.
Es un vecindario atípico, pequeño y todos se saben la vida y milagros de todos. Susana lleva viviendo allí ocho años. Ingeniera agrónoma y es, junto a Carlos y Rosa, los progres, como los llama doña Inocencia, del tercero derecha, los más jóvenes, médicos ambos.
A parte están Segismundo y Teodora, octogenarios, metiditos en casa desde que comenzó la movida y, con tanto miedo, que Susana cree que no abren ni las ventanas. Candela, la del marido borracho, les hace la compra y de paso, por el favor, Segismundo la obsequia con unos huevos, un paquete de pasta…, poco, más no puede dar porque su pensión es tan chiquita que apenas les llega para sus necesidades básicas.
Susana abre la bolsa y rebusca hasta encontrar una manzana, se la tiende al hombre que la mira de forma rara, pero la coge y da un gracias tan bajo que ni se oye. Cierra la puerta y comienza a subir los peldaños arrastrando los pies, llamando a las puertas, en ademan de pasar revista y que todo el mundo conteste. Candela tarda en abrir y aparece con un buen moratón en el pómulo izquierdo.
- ¿Otra vez? -Candela agacha la cabeza, ¿qué va a contestar? Su marido la pega cuando no tiene alcohol en las venas-… Denúnciale-dice Susana entre dientes.
- Me da pena, le quiero…-y Candela cierra la puerta.
Susana sigue ascendiendo y en el segundo encuentra a Inocencia abrazada a su mañanita tan vieja como ella.
- Niña, ¿qué tal el día?, ¿Qué se cuece por ahí fuera? -la mira expectante, aunque su sonrisa eterna de ancianita encantadora esta noche no aparece- …Rosa ha tenido que llamar al 112 y se han llevado a Teodora muy malita con una bombona de butano para que pudiera respirar, fíjate qué desgracia- lo del butano provoca una sonrisa de ternura en Susana porque Inocencia comienza a cambiar el nombre de las cosas. Rosa, la médica, le ha comentado que la soledad y la incomunicación para los ancianos no es nada buena.
Por fin, Susana se mete debajo de la ducha. Siente tantos remordimientos como pesares, tanta tristeza como asombro y alegría. Es todo tan extraño como absurdo, piensa mientras el agua se lleva por el desagüe tanto cansancio. Hace poco más de dos meses estaban a punto de cerrar ella y su socio, Luis, su pequeño anhelo: una frutería ecológica. Apenas vendían nada, Luis se mataba a trabajar en el huerto junto a dos alumnos de la escuela, estudiantes en prácticas, pero la gente prefería ir al mercado y grandes superficies y comprar más barato.
Pero llegó en coronavirus y las circunstancias cambiaron todo. El pequeño comercio de proximidad se reactivó y el suyo fue valorado como nunca hubiera imaginado. Quienes compran tomates no dejan de decir “Susana, saben a tomate” … Han tenido que contratar un repartidor y añadir un estudiante voluntario al huerto. Su sobrina Sofía, la eterna adolescente y peleada con el mundo porque sí, quebradero de cabeza de sus padres, hace de telefonista recogiendo encargos, y hasta se la intuye feliz por descubrir en el estercolero de la vida una gratificación.
Y Susana, por todo ello, se siente tan feliz y recompensados todos sus esfuerzos tras un sueño, que siente remordimientos, pesares que, en medio de tanta desgracia y muerte, ella sea eso…, tan feliz.
1 comentario:
Tu artículo es como una ventana abierta a nuevas ideas y perspectivas. ¡Gracias por ampliar nuestro horizonte!
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