domingo, 6 de enero de 2008

BESOS BAJO EL PÓRTICO

“Su vida fue una serie de páginas color sepia, muchas en blanco, intactas.
Ella no era ni es dulce como la miel, eso sí, tiene algo especial pero no azúcar en su carácter. Quizá se distinga del resto de los mortales en que jamás engañó, si deseas la verdad, ella te proporciona todos los ingredientes. Su mirada altiva, firme y directa parece taladrar el pensamiento del contertuliano de turno; voz gastada por el tabaco, algunos decían que de joven le gustó cantar, quién sabe, las especulaciones corren de boca en boca y llegado un momento, no sabes nada, sólo los bulos flotan en el ambiente.

Leal a si misma, vive en soledad, catapultando sus querencias a ojos extraños; amiga de sus amigos, pocos la conocen de verdad, nadie ha indagado quién hay en su interior, todos se han quedado en el pórtico, disfrutando de su serena compañía y besos furtivos a media tarde…”

Guillermo Ruiz ha de hacer un retrato de la vieja dama, por eso se ha trasladado hasta el retiro de la mujer. Es su primera experiencia periodística en vivo; siempre escribió inquietudes, noticias a pie de calle, ahora le toca un cara a cara con el reverso de la moneda y le pone nervioso desconocer cómo lidiará ese diálogo frontal. Hacía dos días que el editor, el bueno de don Guillermo, tocayo suyo en nombre, puso el encargo en sus manos; le dijo que era un trabajo muy especial, que él era el más apropiado para hacerlo, era virgen en esas líderes y por tanto más sincero y natural, ausente de prejuicios, sin el empaque de las firmas consagradas que van a lucir la pluma con la que sellan sus artículos e importándoles muy poco la esencia de lo que escriben. Le dio escasa información, según él no hacía falta, leves pinceladas de lo que fue aquella mujer para una época pasada. Se mira en el retrovisor del coche antes de bajar, unas aureolas oscuras enmarcan los ojos, ha estado preparando la entrevista, no quiere defraudar ni engañarse, han confiado en él; su maestro y mentor, don Guillermo, le dijo que sería un gran honor para el joven aprendiz aquel artículo.Una mujer entrada en carnes le abre la puerta con una tímida sonrisa y le indica una salita a mano izquierda, a continuación, le deja solo; envarado en medio de la habitación no sabe qué hacer si sentarse y esperar o, dar un paseo visual por aquellas cuatro paredes. Saca la grabadora y a media voz comienza a pintar el escenario…

“Lo que una mujer no cuenta nunca a nadie parece resumido en cada detalle que la habitación guarda para sí; nada está puesto al azar ni siquiera un vaso de boca ancha con la sombra de unos labios encarcelado en una pequeña urna de cristal junto al chupete de un bebé, cosa que sólo haría una mujer. Decorada con un gusto exquisito, apacible y sensual, intemporal y asexuada por otra, dejo al gusto de cada cual que se imagine ese lugar que te invita a la charla serena, a la reflexión más audaz…”

Guillermo ya no está nervioso, se ha concentrado en su trabajo, la voz se convierte en una sucesión de fotografías difuminadas, no le gusta el detalle claro sino el abierto a la imaginación del lector que se convierte con las pistas que Guillermo da, en el mejor detective para descubrir un fin, un porqué y tal vez una verdad.

Un suave carraspeo le hace levantar la vista y allí está la dama misteriosa…“Fui una joven de alta alcurnia con costumbres muy poco respetables para la época en la que me tocó vivir, sin embargo, el dinero me permitió hacer lo que me viniera en gana, acallando voces a mi paso por ser “Hija de”. Sociedad costumbrista la de los años cincuenta, pobre, hambrienta de ideas, rígida y fascista, obediente a la voz de su amo el general Franco, caudillo de la España invertebrada de aquel entonces.

Las mujeres de mi época eran preparadas para el matrimonio, ser fieles, sumisas y procreadoras de las futuras juventudes; a mí eso no me iba, mi cabeza estaba llena de nombres de mujer como Simone de Beauvoir, Virginia Wolf, María Teresa León, Clara Campoamor y Dolores Ibarruri. Un atardecer llevé a mi padre a pasear cerca del Palacio de Cristal y le dije de las palabras que él más odiaba:

-Papá, es mejor morir de pie que vivir de rodillas.

- No volví a verle y mi persona fue vetada en su entierro, me desheredó… no me importó”

Agitó con energía la campanilla y apareció la mujer que le había abierto la puerta con dos Martinis secos con aceituna; daba por hecho que Guillermo lo tomaría. Bebieron en silencio, cada uno refugiado en sus pensamientos; le gustaba Elvira, personalidad acusada, feminidad apabullante y sus canas lejos de envejecer el aspecto, daban un aire juvenil a toda su persona. Poseía una peculiaridad: hacía sentirse como si estuvieras en casa, su franqueza le desarmó.

“La sociedad madrileña se hizo eco de mi situación y con ello, se cerraron las puertas, se acallaron los peloteos. Me reí de la hipocresía, me sentí más libre.

Allá por 1958, vivía un idilio con un profesor de la Universidad de Deusto, algo se estaba fraguando en el país vasco y los curas estaban detrás de todo aquel montaje; en el fondo yo era una mujer vulgar aunque no lo quisiera reconocer, de vivir bien a vivir mal, se lleva fatal, estaba harta de pasar penalidades, que mi amante no pudiera ayudar a la causa pues apenas le llegaba para terminar el mes; volví a Madrid y el primer cliente que tuve fue un amigo de mi padre, forrado de dinero, sentí nauseas de él, asco por mí. Volví a Bilbao con dinero pero, mi querido profesor no había soportado mi ausencia y se fue con otra; despechada, de nuevo retorné a mi ciudad y fui vaciando sin escrúpulos ni remordimientos los bolsillos de los más acaudalados que buscaban, unas veces placer, otras, oídos que escucharan sus miserias, mi cuenta corriente se consolidó y, cuando conocí al hombre que me hizo conocer el amor verdadero, me retiré. Él también estaba casado, parecía que lo prohibido me imantaba, no me importó, sé que fue todo lo honesto que le dejaron, había demasiados intereses de por medio, pertenecía al mundo periodístico, y yo no le quería hacer daño, así que cuando estuvo a punto de descubrirse su infidelidad, desaparecí para siempre.

Desde entonces, vivo en este retiro, tiene un pórtico muy bello, venga, se lo enseñaré. La vista desde allí es incomparable, el mar parece tragar la inmensidad”

Según me dijo esto, me miró con tal ternura que recordé la única foto que tengo de cuando era niño. Una mujer me besa bajo aquel mismo pórtico.

1 comentario:

El rincòn de mi niñez dijo...

Ángeles ,que placer venir a visitarte,....leer estos textos tan atrapantes con el fondo de esta música es super relajante..¡¡que historia que vida! un beso enorme