sábado, 29 de marzo de 2008

LAURA

“Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación” Proverbio Árabe
-¿Está usted seguro de lo que dice señor Montes?
-Acaso ¿la seguridad existe? Sé lo que vi, el significado es otra cuestión, libre de interpretarse ¿No cree?- Raimundo miraba a la cara del otro hombre con firmeza, deseaba que lo contado, tuviera una explicación coherente, por su bien, por el de otros.
-¿Sería capaz, de repetir lo que me ha contado delante de la policía? Repítame de nuevo, desde el principio. Si no le importa, pondré otra vez la grabadora, después compararé y tomaré una decisión.
-...Me encapriché de aquel piso desde la primera vez que lo vi, tenía algo especial, que no sé definir. Estaba muy mal cuidado, es cierto, pero tenía muchas posibilidades. Cerramos la compra a finales de agosto, así tendría tiempo antes de que llegara el otoño, de suficiente luz natural para ir haciendo arreglos y no tener que pagar el enganche de la luz antes de tiempo, ahorro de costes, ya sabe. Me quedaban días de vacaciones, con lo cual, me ponía a trabajar temprano y a eso de las 6 lo dejaba y me iba a la pensión, pero aquella tarde del 10 de septiembre, me entretuve más de la cuenta y cuando tomé conciencia, se estaba poniendo el sol. Recuerdo la luz del ocaso iluminar de una forma extraordinaria una de las paredes. Me sorprendió, la verdad, me fijé más detenidamente y me pareció ver algo escrito, pero ¡Torpe de mí! Sonó en aquel instante el móvil y en vez de dejarlo sonar, contesté y cuando volví, los rayos habían desaparecido. Olvidé el tema hasta cuatro días después en que, una vez acabada de pintar la habitación, me alejé para ver el efecto del conjunto y, noté una especie de sombra en la pared izquierda; me acerqué. Me daba rabia, me extrañaba, porque llevo años pintando muros, paredes y siempre se me ha dado muy bien, ese fallo no era lógico. Lo cierto es que allí estaba la sombra así que al día siguiente traté de difuminar y me quedó perfecta. El veinte de septiembre, por fin, me trasladé a vivir allí. La casa no era grande pero sí mi pobreza, con lo cual, tenía pocos muebles, no me importaba, compré en Ikea lo necesario y comencé la decoración. En habitación principal, puse dos cuerpos de estanterías y en medio de ellos, una mesa de trabajo; con el tiempo, pondría un cuadro pensé, cosa que no tardó en suceder porque invité a mis amigos a la inauguración de la casa, y me regalaron un grabado de grupo Crónica, bellísimo. Con esmero lo colgué y la habitación ganó lo que usted no se puede imaginar. Esa misma noche, un ruido fuerte, me despertó. Me levanté y me encontré con que el cuadro se había caído.
-¿Había hecho el suficiente taladro en la pared para que soportara bien el peso de cuadro?
-Por supuesto que sí; iba enganchado a dos escarpias, era imposible que se cayera. Además, no había resquicio de desconche en la pared, era como si alguien hubiera descolgado el cuadro y lo hubiera tirado al suelo.
-Eso es imposible, a no ser que lo hiciera usted u otra persona que estuviera en la casa, señor Montes.-Estaba solo y no fui yo, créame. Menos mal que el cuadro no sufrió daños, sólo el cristal que se rompió; lo mandé reparar y a los tres días lo tenía de nuevo en casa pero no lo colgué, simplemente lo dejé apoyado a la pared, encima de la mesa... apareció a la mañana siguiente en el centro de la habitación en el suelo y los cristales desparramados. Al levantar el cuadro, encontré dos trozos de cristal manchados de sangre o, a mí me pareció que era sangre. Me miré las manos, no tenía ningún corte.
-Podía ser que el que arreglara el cuadro, al ir a poner el cristal, se cortara, señor Montes.
-Ya, y ¿Sabe qué distancia hay de la mesa donde estaba hasta donde lo hallé? Es imposible que cayera a tal distancia.
-¿Es sonámbulo usted?
-Que yo sepa, no.
-Entonces ¿Qué explicación da usted?
-Comenzaba a estar mosca, no asustado ¡Ojo! Eso vendría después. Me arreglaron el cuadro de nuevo pero, lo dejé en el suelo y el hueco donde lo colgaba, lo dejé vacío. Un domingo, varias semanas después, estaba trabajando, el lunes debía entregar un trabajo y me faltaba el remate final, no veía la forma de acabarlo. Me levanté a por una cerveza y cuando volví ¿Sabe lo que encontré? Escrito a lápiz, el final de mi trabajo, era una fórmula que no conseguía hacer.
-Seguramente señor Montes, antes de levantarse lo hizo usted, y con el cansancio, no se dio cuenta.
-No era mi letra. Miré aquellos garabatos por activa y por pasiva y le aseguro que no eran míos pero, lo más gracioso es que hice un gesto moviendo la cabeza hacia atrás en amago de recordar y, mis ojos se toparon con el trozo de pared desnuda. Estaba iluminada.
-¿Cómo dice usted? Disculpe, no le he entendido.
-Sí, como si fluyera la luz detrás de la pared. Ahí, sí que pensé que estaba agotado y me marché a la cama. Cuando desperté, pasé a limpio el final del trabajo con aquella respuesta que no quería más pensar de donde había salido y me fui. Cuando volví por la noche, encontré encima de la mesa un papel, con la misma letra del día anterior y que hacía una escueta pregunta “¿Fue correcto mi resultado?”
Me asusté y decidí acudir a un amigo mío que es psicólogo infantil, tenía miedo de que el estrés de los últimos meses, me estuviera haciendo perder la cabeza.
-¿Qué le dijo?
-Se partió el pecho de la risa pero, seriamente me recomendó que no me preocupara, que aquello era efectivamente producto de la imaginación y del cansancio. Me sugirió que me apuntara a unas clases de relajación y, así hice.
-¿Qué paso después?
-Comencé a convivir con aquellos garabatos. Todos los días, al llegar a casa, encontraba una nota. No me pregunte si alguien iba a limpiarme el piso, si entraba alguna persona... la respuesta es no. En navidades, ya me daba igual estar chalado o no, volví a colgar el cuadro en su sitio y tomé precauciones; dejé una nota diciendo que si molestaba el cuadro, que no me lo tiraran al suelo, simplemente que me lo descolgaran. De paso, felicitaba las fiestas. No ponga esa cara, puede que hubiera perdido el juicio, total, nadie me creía, era inútil enseñar las notas a mis amistades, se lo tomaban a guasa, en definitiva, debía continuar yo sólo y descubrir mi verdad, mi realidad o, lo que fuera aquello ¿No le parece?
-Usted sabrá... ¿Qué pasó después de aquella nota?
-Lo que era de esperar. Encontré el cuadro descolgado, no tirado y, encima de la mesa, una nota diciéndome que el cuadro impedía la visibilidad y que a mí, también me deseaba felices fiestas. Aquí, ya me decidí preguntar quién era el que escribía. La respuesta la tuve después de fin de año pues eso días me fui a esquiar y cuando volví, estaba escrito en la pared el nombre de Laura. Recordé entonces, aquella tarde de principios de septiembre cuando vi por primera vez la sombra. A partir de aquí, la vida entre Laura y yo transcurrió de forma pacífica, ella se convirtió en un complemento de mi yo, si alguna vez había experimentado la soledad, ésta desapareció por completo. No me daba problemas, me hacía compañía, me daba respuestas a mis dudas, incertidumbres, podía pasar horas hablando con ella. Me escuchaba silenciosa, sabía que lo hacía así y, algo que me gustaba era que me empezó a querer, me lo hizo saber de una forma especial, como era ella, intuitiva, delicada...
-Pero ¿Qué me está diciendo? ¿Ella hablaba? ¿Dónde estaba metida? ¿Qué sabia de su vida? Usted, señor Montes, no se da cuenta de lo que está contando, no tiene ni pies ni cabeza su historia.
-Laura había vivido mucho antes allí, por el año 46 me dijo una vez. Tenía 36 años cuando murió.
-¿Me dice, que hablaba con una muerta?
-Me comunicaba con ella a través de la escritura; su espíritu se quedó enganchado en aquella pared; estaba atrapada hasta que yo llegué. De hecho, hice mis averiguaciones y la casa se construyó a principios de siglo; después de la guerra civil, al ser un edificio muy hermoso, trataron de rehabilitarlo porque se quedó muy dañado pero, se vino abajo, sólo quedó en pié la fachada, que es lo que existe hoy.
-Ya, es muy interesante lo que me cuenta. Y ¿De qué se murió ella?
-Es un misterio, nunca me lo ha querido contar pero sé que me oculta algo y que si lo descubro, su alma descansará en paz y su espíritu desaparecerá para siempre y en el fondo, Laura no quiere. Está enamorada de mí y yo de ella ¿Comprende?
-¡Vamos que le comprendo! Como a un libro abierto. Usted está loco, señor Montes.
-Ríase de mí, si lo desea, no me importa. He venido porque Laura desapareció, cuando un día volví a casa, la pared estaba llena de sangre. He esperado un tiempo prudencial; he limpiado la sangre pero, al día siguiente cuando me despierto, la sangre vuelve a estar allí. Eso no es muy normal ¿No?
-En eso, le doy la razón, señor Montes... nada normal. Tranquilícese, me pondré ahora mismo a investigar.- Javier, sintió lástima de aquel pobre hombre.
-¿Me tendrá al corriente? Si desea, tome las llaves de mi domicilio y la dirección, ahora no estoy allí. No, hasta que Laura vuelva.
-Tranquilo, tendrá noticias mías.
-¡Adiós! Y gracias, es usted el primero que me escucha de verdad.

Los pasillos del hospital a esas horas de la noche están totalmente vacíos y en silencio, sólo alguna enfermera va y viene con sigilo para no despertar la placidez de los enfermos. Al fondo, por debajo de una puerta, se ve una tenue luz; es el despacho del doctor Martínez. Laura Rubio, la enfermera de guardia llama levemente a la puerta.
-Pase.
-Buenas noches, doctor ¿No es muy tarde para estar trabajando?-Es la mejor hora del día, Laura. Me tiene encandilado el caso de Raimundo Montes ¿Le conoce?
-¿Quién no, doctor? En el psiquiátrico es de los casos más divertidos, el loco viviente enamorado de la muerta.
-Dime una cosa Laura ¿Los anteriores médicos investigaron lo que cuenta Montes?
-¡Por Dios! Doctor, está claro que es una disfunción psíquica.
-¿Dónde vivía Montes, antes de venir al psiquiátrico?
-Era un vagabundo, doctor. Le encontraron hace cuatro años tratando de tirarse por el puente de Isabel II. ; carecía de documentación. Nadie reclamó su desaparición.
-Entonces, estas llaves que me ha dado, la dirección... ¿De dónde han salido?
-Siempre va con ellas colgadas de sus pantalones. Una vez, el doctor Ruiz trató de quitárselas y fue horrible. Como es un enfermo que no hace daño a nadie, el doctor pidió que se las volvieran a dar. La dirección es la primera vez que la veo.
-Gracias Laura por la información.-Gracias a usted, doctor.- Laura se le quedó profundamente mirando, después, le dedicó una larga sonrisa y cerró la puerta.

Desde que se jubiló el doctor Ruiz, Javier Martínez iba de cabeza, era demasiado trabajo para una sola persona pero, parecía que la dirección del psiquiátrico no estaba por la labor de poner a más personal, alegaban que la subvención era muy pequeña. Apenas salía de aquel edificio, pero aquel domingo de primavera con el sol radiante, el olor a azahar recién nacido, animaba a pasear a Javier. Se duchó, se vistió y cuando fue a coger la documentación y el dinero de encima de la mesa, vio el llavero de Raimundo Montes; recordó que también le había entregado un papel con una dirección. Fue a por el expediente del enfermo y copió los datos, después, buscó en el mapa la calle; no estaba lejos del puente de Isabel II, en donde se quiso suicidar.
Eran las 5 de la tarde cuando llegó a la citada calle; el edificio que contemplaban los ojos de Javier era tal como se lo describió Raimundo. Frente a la casa, había unos bancos y decidió sentarse, ordenar sus ideas ¿Habría contado la verdad Raimundo a otros médicos? ¿Por qué nadie lo había comprobado hasta ahora? El expediente médico de Raimundo era muy pobre, datos escuetos, poca cosa. Metió la mano en el bolsillo y sacó el manojo de llaves. Con decisión, cruzó la calzada y se encaminó al portal, al segundo intento, la puerta cedió y Javier tragó saliva. En el papel ponía 4º piso y subió andando, no había ascensor. Al llegar al piso correspondiente le temblaban levemente las manos, pero al fin se decidió y metió la segunda llave en la ranura de la cerradura; la puerta se abrió y una tibia luz iluminó sus pasos hasta el fondo de la casa. Era extraño, no había suciedad, olía a limpio, esa casa no estaba deshabitada. Llegó a la estancia del fondo y allí estaba la habitación tal como se la describió el pobre Raimundo, hasta el cuadro, pero éste se hallaba colgado donde él eligió en su momento, la ventana entornada, decorada con geranios en flor, se colaba el aroma de azahar de la calle. Nada estaba modificado, al menos hasta aquí, su enfermo no se había inventado nada. Salió de allí y fue a recorrer el resto de la casa. La cocina era pequeña pero puesta con coquetería, en la nevera había alimentos. Otra habitación estaba vacía. De allí, se fue a la siguiente puerta que era el baño, encendió la luz; no había utensilios que pudiera utilizar un hombre y sí, una mujer. Destapó el frasco de colonia y su perfume le recordó a alguien pero no supo quién. Por último, abrió la puerta que le quedaba, era el dormitorio; encima de la cama estaba depositadas prendas femeninas, sin duda, recién planchadas y dispuestas para guardar en el lugar correspondiente.
Una vez, pasado el impacto emocional, encendió un cigarrillo y se dispuso a buscar algo ¿Qué? No sabía. Le llamaba la atención que si allí vivía una mujer, no hubiera ese detalle tan femenino que eran los marcos de fotos; sólo había uno en el salón y era una foto muy antigua en la que se hallaba retratada toda una familia. Se fijó más detenidamente en la foto y notó como por si del revés estuviera escrita; abrió el marco, no se había equivocado, una inscripción rezaba “A Laura, mi hija, para que no olvide sus raíces” Leer el nombre de Laura le desosegó en sumo, ahí tampoco Raimundo le había engañado.
Cuando estaba a punto de dejar la foto en su sitio, sintió que la puerta de la calle se abría, Javier no se movió, era el momento de descubrir la verdad, se lo debía a Raimundo. Cuatro años de su vida perdidos, sin que nadie le escuchara, y menos, le creyese... no era justo.
Sintió pasos que se movían con lentitud, como adivinando que alguien estaba esperando, no se equivocaron.
-Hola ¿Quieres tomar algo? Si me permites voy a prepararme un Bourbon.
-Que sean dos, por favor.- Apenas la voz de Javier se escuchaba, estaba impactado por el descubrimiento. Ella no tardó en volver con dos vasos con hielo; les llenó y se sentó junto a Javier.
-Desde que te conocí, te consideré un hombre controlado, inmutable, hasta hoy. Tu cara es todo un poema.- Su voz era templada, nada nerviosa, aceptaba los hechos.
-Laura, ¿me puedes explicar este galimatías?
-Esta casa perteneció a mi familia hasta que mi padre, endeudado, perdió todas sus pertenencias. Menos mal que mi madre ya no vivía para ver semejante desastre, era hija única. Mi padre al poco de que nos quitaran la casa, se suicidó. Yo acababa de terminar los estudios de enfermería y me salió un trabajo en el psiquiátrico, nunca he trabajado en otro sitio. Allí he aprendido mucho, mucho... los antecedentes de la locura, los indicios, me parece apasionante el mundo de los esquizofrénicos, los idos. Ideé un plan para recuperar mi casa, los enfermos no dejaban de darme claves y así volví loco a Raimundo Montes, hasta que se enajenó del todo y perdió la razón.
El siguiente paso no era difícil; Raimundo no tenía familia, sólo tres o cuatro amigos que están convencidos que reside en el extranjero, yo, soy para ellos una prima lejana que vine a la ciudad a trabajar y que él amablemente me dejó su casa... Ya está. Mi trama es sencilla, sin dobleces; se busca en lo retorcido, muy pocas veces en lo simple. De verdad nunca pensé que se fuera a descubrir, más, después de cuatro años.
-¿Estás en tu sano juicio Laura Rubio?
- Está claro que no. ¿Sabes, Javier, ese dicho que dice que no son todos los que están, ni están todos los que son?
-Laura se le quedó mirando largamente, no tenía duda que aquel hombre era más listo que ella, al menos, su mente estaba oxigenada.
-Laura ¿Me permites el teléfono? Es hora de hacer justicia ¿No crees?
-La justicia no existe pero si te empeñas...
“El hombre que dice, no puede hacerse, será sorprendido por alguien que lo haga” Anónimo

7 comentarios:

WILHEMINA QUEEN dijo...

María Ángeles, me he quedado con la bocota abierta
No me esperaba el final, ah sido completamente sorpresivo.

En algún punto intermedio hice una asociación pero pensé: noooooo, no puede ser
jajaja y fue!

realmente escribes de maravilla.
Es un deleite pasar por acá.

Mil besos
y sigue escribiendo (¡ya me he vuelto adicta!)

Unknown dijo...

Tan bien planeado y por no hacer un cambio de cerraduras, pierde lo soñado...
Lo triste es que jugara con los sentimiento del pobre Montes que se creía enamorado.
¡Esto sólo lo puede hacer una mujer!.
¡Precioso!

Anónimo dijo...

Wilhe... Gracias, con gente como tú, no hay duda que empuja a mi imaginación a seguir fabricando historias.
Muchas gracias.
Un besote y que termines bien el domingo.
Ángeles

Anónimo dijo...

Jaume, buenos días... No creas, cuando lo escribí en el taller me pusieron todo tipo de agujeros, algunos los tapé, otro, como la frase final, la del anónimo no la quité; no sé, mi instinto me decía que era la llave que cerraba la historia.
Gracias por seguirme.
Un abrazo y buen domingo
Ángeles

UNA dijo...

Buena historia... bien narrada.
Me felicito por haber encontrado este blog.

El rincòn de mi niñez dijo...

UHHHHHHHHHH Ma Angeles que historia.... ¡¡que final!! realmente es un lujo tus textos...Un beso enorme,es como si acabara de ver una película.

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

TWO y el Rincón de mi niñez: muchísimas gracias por leerme y por vuetras palabras.