domingo, 20 de abril de 2008

EL SUEÑO AMERICANO

Ciudad de New York, 1993
Sentado en el asfalto, fumaba despacio mientras observaba los pies de los transeúntes; la mayoría de los zapatos eran viejos, estaban desgastados y rotos. La mugre cubría su brillo de antaño. Así sentía Larry cuando pensaba en las personas: como unos zapatos que, a fuerza de pisar y pisar, terminaban destrozados.¿Qué era él ahora? Basura blanca. ¿En qué se había convertido? O mejor dicho, ¿qué había hecho su país por él? Una leyenda urbana.
Un joven sin recursos, odiando su pasado. Ellos le vendieron sueños de humo; él se enganchó a la nube de un ideal, la única forma de volar de un callejón sin salida…, y se perdió en una mentira.

Estado de Wisconsin, 1965
Para los hermanos Greene, aquel paraje lejos de la civilización era su refugio y su mundo; el lago Michigan su océano. Cuando el alcohol y las drogas de sus padres reposaban su ira sobre los dos hijos, estos, huían durante días hacia su otra vida. Vivían de la pesca y la caza. Uno a otro se protegían del mundo donde habían crecido y que tanto odiaban. Con diecisiete y dieciocho años, Tommy y Larry eran los perfectos representantes de la otra cara de Estados Unidos.Tommy deseaba viajar, tener una oportunidad en lo que siempre había deseado: trabajar en un periódico; Larry, más escéptico, simplemente soñaba con paz en su espíritu, dormir sin miedos y trabajar en lo que fuera lejos del dolor que le provocaba su familia.
Tommy sabía por el periódico local donde pasaba mucho tiempo cuando se esfumaba de las clases del instituto, que el presidente Lyndon B. Jonson, desde el fatídico ataque a dos destructores americanos el año pasado en el golfo de Lonkin por torpederos norvietnamitas, decía públicamente que todo aquel que se negara a alistarse, sería considerado prófugo; Tommy también intuía que tarde o temprano llamarían a su hermano a filas, y él se quedaría solo. Si esto sucedía, tendría claro lo que haría: se fugaría, no sabía dónde pero se iría.
Larry, mucho más reservado y callado, no por eso se daba cuenta de la situación y conocía de sobra los pensamientos de Tommy y este conocimiento le asustaba, pero si no ¿qué otra salida había? Quizá aquello no fuera tan malo y a su regreso, si es que no le mataban, podría tener otro tipo de futuro lejos de allí.

Los prolegómenos…
En mil novecientos cincuenta y cuatro, la antigua colonia francesa de Vietnam se dividió por el paralelo diecisiete. Desde entonces, las guerrillas del Vietcong estaban ganando terreno al sur con la ayuda de Vietnam del norte y China, mientras que los asesores de Estados Unidos apoyaban a Vietnam del Sur. Tiempo después, ya en mil novecientos sesenta y cuatro, después del atentado en el golfo de Tonkin, Estados Unidos, Australia, y Nueva Zelanda ayudarían como países aliados a Vietnam del sur a luchar contra el norte comunista. El treinta y uno de marzo del sesenta y cinco Jonson envía tres mil quinientos infantes de marina para proteger la base aérea sur vietnamita de Da Nang de los ataques del Vietcong…

Bosque cerca de Taegu, Vietnam del sur, 1968
Los arrozales se habían convertido en un siniestro cementerio; en vez de granos de arroz, los cadáveres de los soldados con el uniforme verde de ARVN, ejercito del sur, flotaban pudriéndose con sus fusiles antediluvianos. Cerca de allí, jóvenes anamitas, tapadas sus cabezas con gorros cónicos, reparaban los caminos dañados por las minas; ver un cadáver tirado en la cuneta era algo tan cotidiano que no las impactaba; miraban de reojo por si fuera algún conocido, hermano, novio o familiar cercano y a continuación, proseguían las labores como si nada hubieran visto. Después de tres años de lucha cruenta, Fuong seguía pareciendo un pájaro delicado y abrumador. Su piel era ambarina, el cabello negro y lacio le caía hasta la cintura, sus ojos de un verde fulgurante como el sur de Vietnam, llamaban poderosamente la atención; hija de una ramera, sin duda su padre fue algún hombre occidental que pasó por el lecho de su madre. Un intenso bombardeo a Taegu, destruyó la ciudad y prácticamente la población civil; los pocos supervivientes se internaron en el bosque y ahí vivía Fuong entre ancianos, niños y mujeres.
Al caer el sol en los arrozales emprendían el regreso a la aldea y así día tras día sin modificación alguna; según caminaba, sentía los pies y sus manos doloridos, pero comprendía que era un milagro estar viva porque a cada instante caían aviones bajo el fuego enemigo como palomas cazadas. El olor a gasolina mal quemada mezclada con carne humana se expandía por doquier, y eso pensaba Fuong, hacía que su alma se convirtiera en insensible, ya de nada se asustaba ni inquietaba, sólo un pequeño rescoldo en su interior hacía que su corazón al regreso cada día se percatase que su cuerpo seguía funcionando sin heridas externas, aunque la mayor herida estuviera dentro de ella; sabía que no tenía cura. El horror como la plaga un buen día se extendió en su pueblo y presentía que no cejaría hasta caer rendido ante el norte aniquilador. Un leve gemido entre la maleza, hizo paralizar los pasos de Fuong, conteniendo hasta la respiración. El ruido se volvió a repetir y la muchacha supo en qué dirección provenía. Tirándose al suelo, comenzó a arrastrarse con sigilo hasta llegar a un bulto ensangrentado y vuelto boca abajo. Despacio fue dándole la vuelta; sangraba por la frente, el brazo izquierdo y la pierna correspondiente pero estaba vivo y balbuceaba algo inteligible. Limpió como pudo el rostro e hizo dos torniquetes; cubriéndole de maleza para que no fuera descubierto, marchó corriendo en busca de ayuda.
Un olor extraño le hizo despertar; miró alrededor suyo no comprendiendo donde se encontraba. Quiso incorporarse pero una mano sujetó su hombro para que volviera a su posición inicial; la cara de una anciana le musitaba palabras que bien podían significar calma por la sonrisa de la vieja mujer desdentada. Le acercó un cuenco de madera a los labios y el líquido entró por su garganta adormeciéndole al instante. Si poder abrir los ojos, notaba como una mano áspera se paseaba por su cara y pelo. El aliento que abanicaba su cara era lo más parecido al olor a ajo y aunque le repugnaba, agradecía aquella sensación de comprobar que estaba vivo para, de nuevo, volver a las profundidades del sueño.El ruido de ráfagas de disparos volvió a despertar sus sentidos pero el humo denso, impedía ver…, después el silencio; debajo de su cuerpo algo se movió con prudencia inclinándole hacia un lado. Poco a poco debajo de él fueron apareciendo cabezas; ahora sí que veía con claridad. Dos niños, la anciana y una joven le observaban sonriendo.
-Sargento Greene, somos los únicos animales vivos de la aldea; huir ahora o morir como pollos fritos. Tú estar mal, pero tener fuerzas para andar, ¿verdad? – Aquellos ojos verdes que miraban a Larry era lo más hermoso que había visto en los dos años que llevaba en Vietnam, y su forma de expresar el terror de la realidad no dejaba de ser graciosa, por lo que sonrío.
-No quiero ser pollo frito, pero dudo mucho que podamos salir de esta emboscada. Es mejor que nos quedemos aquí ¿Cómo te llamas?
-Fuong, sargento Greene; sus papeles estar conmigo. Chou encontrar dos rifles, tener sólo una bala. Gastar su pistola en matar tres cerdos del Vietcong y no haber más balas. Tener un cuchillo que la señora Lee maneja con destreza. Ella matar seis cerdos.
-¡Bárbaro! Un cuchillo y una bala como únicas armas. ¿Me puedes ayudar a levantar? Veamos como está todo.Una vez superado el mareo inicial, Larry se apoyó en la muchacha y salieron de la choza; el panorama era desolador. Habían destrozado todo y las granadas habían achicharrado los cuerpos humanos que se esparcían por el poblado en mil pedazos; un soldado moribundo se retorcía de dolor. Larry lo contempló largo rato sin hacer amago de auxiliarlo; aquellos seres que habían cometido semejante barbarie con gente desprotegida, no merecía otra cosa que un largo dolor hasta su muerte total, pero la señora Lee le cortó ese placer. Con un temple único, se acercó al guerrillero y clavó el cuchillo sin titubear como una estaca en el corazón; posteriormente, lo sacó, limpiándolo en la ropa del soldado. A continuación, registró el cuerpo y exhibió con alegría inusitada su hallazgo: dos granadas. Las alzó al cielo y musitó palabras inteligibles, que Fuong tradujo como “Un gracias a los dioses por haberlos dado elementos de defensa” Larry pensaba que la anciana desde luego tenía un par de narices bien puestas y una sangre fría que demostró en las horas siguientes, recogiendo los restos humanos para meterlos en una fosa. Los dos niños que no levantaban un palmo del suelo buscaron afanosos todo aquello que les fuera útil para subsistir, porque lo que tenía claro Larry es que de allí no se movían o morirían todos. Hicieron la fosa más grande debajo de su camastro para refugiarse y así… pasó el tiempo, ¿cuánto? Según la anciana, sesenta días por las lunas que pasaron y al sargento Greene le pareció un suspiro. En aquel tiempo nada pasó y el bosque estuvo en calma total; el ruido de los aviones y bombardeos se oían muy lejos. Larry se recuperó del todo con las pócimas de la señora Lee y, aunque era evidente su cojera, se entrenaba haciendo ejercicios para recuperar las fuerzas; tenía prohibido a los niños hablar en alto y menos reír. Debían estar vigilantes en todo momento aunque la anciana es la que vigilaba amarrada a su cuchillo. Fuong aprendió a cazar todo animal que se moviera enseñada por Larry y éste a pesar de que pensara que las condiciones eran penosas, se sentía feliz, en paz. La compañía de Fuong era para él como algo extraordinario en su vida. La anciana y los dos niños eran el complemento perfecto para hacerle pensar que debía ser lo más parecido a una familia y que no le importaría que transcurrieran así el resto de sus días. Quizá estuviera loco pero más locura era todo el horror vivido esos dos años allí, más toda su vida anterior.Cada día vigilaba uno por la noche, mientras los otros descansaban hacinados en la fosa; una noche mientras Larry hacía guardia, apareció Fuong y con su eterna sonrisa se sentó junto a él.
-¿Qué haces despierta?
-No tengo sueño sargento Greene y la luz del otoño es milagrosa. ¿Tener familia en América?
-No Fuong, no tengo nada. Tenía un hermano que cuando llegué aquí me escribió un par de veces y luego, ya no supe nada de él.
-Yo tampoco, sólo lo que tengo puesto. Es un amuleto para alejar malos espíritus. Cuando termine esto ¿Te irás?
-Me supongo que sí, aunque dudo que salgamos vivos de esto. Lo de ahora, es alargar un fin que está escrito.
-No ser triste tú; sé que no morirás. La señora Lee, los niños y yo estar muy agradecidos y te quiero dar un regalo en nombre de los cuatro. ¿Aceptas?
-¿Qué es Fuong?
-Mi virginidad; he tenido suerte, ningún soldado me ha violado. ¿Aceptas sargento Greene?- según terminó la pregunta, acercó sus manos a la cara de Larry; éste, se había quedado totalmente rígido, helado y sin respuesta. Suspiró y cogió las manos de la joven besándolas con fervor.
-¡Gracias Fuong!, guárdalo para la persona que ames; en mi país se hace así. Además, quien debe sentirse agradecido soy yo a vosotros; me salvasteis la vida y me habéis regalado dos meses lo más bonito que me ha sucedido en la vida.
-Fuong amar a sargento Greene; no querer otro hombre. Señora Lee decir que si tú no quererme, que te seduzca; no sé que es seducir. ¿Saber tú? – Larry comenzó a reír con todas sus ganas pero su boca fue tapada por la mano de Fuong.
-No hacer ruido o despertar a fieras.
Terminada la frase la muchacha besó al soldado y éste supo por primera vez lo que era el amor en tiempos de guerra…

-¡Ya viene, ya viene!- La señora Greene chillaba, Fuong gemía y los niños y Larry estaban paralizados. ¡Mover culos o niño morir! ¡Traed agua!Larry miraba embelesado el bulto diminuto envuelto en un trozo de piel; nunca se fijó en un bebé y ahora estaba impresionado. La anciana le ofrecía que lo cogiera en sus brazos, pero él se negaba en rotundo; sentía pánico, emoción, agraciado por los dioses anamitas.
-Sargento Greene no es un varón pero en América las mujeres ser bien vistas; no reniegue de su sangre.- la señora Lee le miraba verdaderamente enojada.
-¡Noooo!, si es preciosa señora Lee; lo que pasa es que me da miedo cogerla. Es muy pequeña.
-¿Hombre cobarde ahora sargento?- la anciana seguía frunciendo el ceño- coger a hija ahora y yo cuidar de Fuong, ¿entendido? Tome y sujete fuerte.
Larry tomó entre sus brazos a la pequeña Luna, nombre que escogió Fuong si nacía una niña, y marchó con los niños a sentarse cerca del pozo que estaba cubierto por la maleza para que nadie lo viera en caso de tener una visita no deseada. En los últimos tiempos se habían vuelto más confiados pues no había pasado nadie por allí; estaban totalmente desconectados y confiando que si al fin vivían, ya se enterarían que bando había ganado. Precisamente por eso, no sintieron unas pisadas que se acercaban cautelosas; fue el pequeño Chou quien alertó a Larry pero era demasiado tarde pues los guerrilleros estaban casi en la puerta de la choza. El sargento haciendo un gesto de silencio a los niños, entregó a uno de ellos la niña que la tapó con su cuerpo y Larry tomando una de las granadas que siempre llevaba en el bolsillo, se arrastró con sigilo pero un pie se posó encima de uno de sus muslos. Larry paró en seco y no se movió; cerró los ojos para controlar su ira aunque unos disparos le obligaron a abrirlos de nuevo.
Fuong y la señora Lee estaban acribilladas a balazos entre las risas de los guerrilleros; sin saber lo que hacía, Larry se volvió con todas sus fuerzas y tiró la granada. La última imagen fue el fuego acompañado de un olor a quemado.

Hospital La Paz en Saigón, 1971
-Sargento Larry Greene, por fin mañana vuelve a su país; su salida no se puede demorar más. Allí terminará de curar sus heridas. No tiene familiares sargento. Sus padres murieron y su único hermano desapareció en combate el año pasado; nada hemos vuelto a saber de él. El estado de Wisconsin se hará cargo de usted.
-Sabe perfectamente doctor Minh, que físicamente estoy bien; hace más de un año que me recuperé pero las lagunas de mi memoria me obsesionan. Sé que no me puedo aún ir.
-Nixon ordenó hace dos años la evacuación de soldados de forma escalonada; ustedes no pintan ya nada aquí ¡Váyase señor Greene por su propio bien!
-Doctor Minh, déjeme ver mi informe una vez más y le obedeceré… por favor, es lo último que le pido.
Al cabo de un rato, una enfermera se acercó a Larry entregándole una carpeta; dentro estaba su documentación y el informe hecho en mil novecientos sesenta y nueve. Según dicho informe, el cuerpo del soldado Larry Greene fue hallado flotando en un riachuelo con múltiples heridas de astillas y un par de balas; colgado al cuello un amuleto…nada más. Sin embargo, Larry le acompañaba en su mente unos ojos verdes y el llanto de un bebé ¿Qué significaba aquello?Al día siguiente por la noche, el avión despegó; Larry miraba por la ventanilla y sus ojos se toparon con una gran luna ¡Luna! Dijo en voz alta y una enfermera le dio un sedante y se durmió.

No lejos de allí, un hombre joven que se hace llamar Ngô Nhu está escribiendo sobre los avances de los guerrilleros del Vietcong. Desde hace un año se pasó al enemigo como única forma de subsistir. Para un instante y contempla a los tres niños que juegan a sus pies. Se siente dichoso entre la miseria que contempla y manifiesta para sí mismo, la acertada decisión que tomó aquel día fatídico en que halló a los tres niños y uno de ellos con su lengua de trapo en un mal hablado inglés, le comunicó que el sargento Greene lo habían matado y que el bebé era su hija. Sus ideales de reportero se vieron entristecidos, pero Tommy Greene encontró en aquellos tres seres abandonados por la fortuna un aliciente para continuar… En memoria de su hermano.

Ciudad de New York, 1993
Larry para de fumar y saca un trozo de papel del bolsillo; tantas veces leído, pero incapaz de memorizar; trece largos años de intervención norteamericana en la guerra civil vietnamita, sirvieron para que cerca de dos millones de soldados entre un bando y otro murieran y un país carbonizado ¿Para qué valió todo eso? Su memoria seguía perdida y sólo la palabra Luna, un amuleto, unos ojos verdes y el llanto de un bebé le seguían acompañando en su deambular.
Por algún lugar, la música de Sinatra sonaba atenuando el dolor de Larry, y éste, en voz alta dijo a un transeúnte: “Iré al cielo, porque aquí viví en el infierno”… con este grito, al fin descansó el sargento Larry Greene para siempre.
Dos días después, fue enterrado sin ceremonia ninguna, sin lápida ni nombre… Era un vagabundo más de esos que se encuentran en cualquier calle de una gran ciudad.

4 comentarios:

WILHEMINA QUEEN dijo...

Holissssssssss
Hace varios días que no venía, anduve perdida, jajajaja
me voy poniendo al día.
La verdad, tus cuentos son sencillamente MARAVILLOSOS, todos ellos!

sigo leyendo con tranquilidad, vale?

besotessssssssss

Unknown dijo...

Lo triste es tener una flor de 22 años y no haberla visto crecer. Lo bonito es que su hermano la ha criado.
Aunque esa memoria perdida y ese odiar el pasado... ¿?

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Wijhemina, buenas tardes... gracias por volver a este lugar tan tranquilo.
Un besote

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Jaume, ¿cuanta gente tiene la memoria perdida? Millones.
¿Odiar el pasado? ¿No odias cuando presientes que perdiste un eslabón y no sabes por qué fue?
Un besillo con sabor a manzanilla