domingo, 14 de diciembre de 2008

LUZ DE INVIERNO

Diciembre, nueve de la mañana. La niebla envuelve la luz y el adoquinado de la calle está mojado. Las pisadas suenan a hueco mientras Daniel avanza lento, pausado; no tiene prisa.
El sonido de sus pasos y el gorgojeo de las cigüeñas en el campanario le reconfortan. Siente que vuelve a casa después de haber caminado tanto en su busca. Huele a ella, a leña y hollín y ese frío de la llanura no hace más que calentar sus ansias.
Ve una tabernilla y decide hacer un alto. Entra, el garito está perfumado de café de puchero y porras. Se sienta junto a la ventana a ver pasar su memoria vieja. Los años le han hecho deleitarse en el recuerdo y vagar sobre los pensamientos. Ella se lo enseñó y, él, lazarillo fiel de un amor que no tiene fin, siguió su estela. Ahora, con los años acuestas, no es losa, sino viento que abre sus alas. Le gusta sentarse y desenredar su realidad. Total ya queda poco para finiquitar su peregrinaje anual. Siempre la misma fecha, el mismo día, la misma hora. Ama esa rutina.
Enciende un cigarrillo y pide una copa de anís. Cae en la garganta como una burbuja de pimienta que estremece la piel a la par que hace tiritar una sonrisa. Una mujer que lee un periódico cerca de la mesa de Daniel, ha levantado la mirada y no ha podido por menos que admirar la belleza pausada de ese hombre que ríe solo y, el caso, es que si le observa más detenidamente se le ve que disfruta de su soledad. Sus gestos son de varón templado, marchito de experiencias. “No es de aquí”, se dice Laura, “Un hombre así, no se me hubiera escapado”, se vuelve a decir.
Daniel nota una mirada y se vuelve. Una mujer le analiza y él le devuelve ternura “lastima que no haya más mujeres, que mi corazón ya no le queden ojos” Y sigue fumando entremezclando pequeños sorbos de anís.
Unas campanas marcan las diez. Daniel tiembla de pronto. Es la hora. Deja unas monedas encima de la mesa y subiéndose las solapas del abrigo sale a la calle. De repente se da cuenta que está nevando. Cierra los ojos y levanta la cara al cielo. Necesita sentir los copos sobre su rostro y recordar que hubo una vez hace, ¿tal vez treinta años? Un veintidós de diciembre dijo adiós a Ana; justo dos portales más abajo. También nevaba… Parece que fue ayer.
Según se aproxima a su destino de alguna ventana se escapa un sonido cantarín “Tres mil trescientos ochenta y ciiiiiiiiinco… Veinte milloooooones de pesetas” Sí, ya es navidad, se dice Daniel. Un año más de mi vida, doce meses pensando en este día; al fin ya ha llegado.
Le vuelve a temblar la mano izquierda. El ramillete de margaritas blancas titubea mientras se adentra en su destino.
Llama al timbre y siente que unos pasos se acercan.
-Ave María Purísima…
-Sin pecado concebida… Una docena de perrunillos y media de mantecadas.
Treinta segundos después, el torno se mueve y aparece el pedido. Daniel pone un billete, las margaritas y una carta; el torno se vuelve.
Daniel antes de salir se queda unos segundos parado, estrechando contra su pecho el botín. Después encamina sus pasos por donde llegaron.

Vuelve por la calle blanca, no deja de nevar, y Daniel sonríe, sonríe y da gracias a Dios. Ana sigue viva.
Entra de nuevo en la tabernilla y se vuelve a sentar en la misma mesa. Pide un café y saca una mantecada, Cierra los ojos para concentrar más el sabor, Sabe que las ha hecho Ana para él.
Laura levanta la vista y se encuentra con el hombre de hace un rato. Ahora le nota henchido de placer. La da envidia, algo en su interior la dice que ese hombre saborea el amor, un amor en mayúsculas y vuelve a sentir el gusanillo de la pelusa.
Lo que laura no sabe ni tenga oportunidad de saber es que Daniel, efectivamente siente la llama del amor. De un amor puro, sin roce, poético y místico. Daniel se enamoró de Ana y ella de él, pero el destino les jugó una mala pasada. Daniel se fue de reportero a Vietnam. Tardó tanto en volver que Ana creyéndolo muerto, ya que lo dieron por desaparecido, se metió a monja de clausura… Y ha sido quedó inmortalizado su amor.
Cada diciembre, la luz de invierno enciende sus pasiones y conectan sus almas con un ramo de margaritas, unas cartas, una docena de perrunillos y media de mantecadas; el amor, a veces, sigue caminos que el tiempo no puede borrar su huella.

8 comentarios:

aapayés dijo...

El frío. siempre diciembre, pero este tu escrito es una luz que ciega la tiniebla...

bello

un abrazo fraterno

Juan Escribano Valero dijo...

Hola Mª de los Angeles: A un cuando en mi blog dejare mi felicitación para todos quiero con algunos hacerlo individualmente.
Con mi deseo de que el Niño Dios que nos nace en Navidad tenga un constante nacimiento en tu vida y la de los tuyos un abrazo y
MUCHAS FELICIDADES.

João Videira Santos dijo...

Deciembre con hojas de palabras simples y mojadas de nostalgia...

Si me gustó?

Claro que si!

Desde Lisboa sonrindo con tu sonrisa

María dijo...

Me he teletransportado al leer tu relato.
He sentido la luz de invierno, el calorcillo de la taberna, el carraspeo del anís, los copos de nieve en mi rostro .... el aroma de las margaritas -porque lo tienen- y esas mantecandas de amor ...
Un abrazo

Unknown dijo...

Lo siento, pero no me cuadran los detalles...
Habría que trabajarlo más.
Feliz Navidad.

Unknown dijo...

Detalles:
1º Laura dice que Daniel no es de allí. Pero él siente que vuelve a casa... Como cada año.
2º ¿Pasa una hora en la tabernilla?. Con sólo unos sorbos de anís y un cigarro
3º Decir adiós a Ana a dos portales más abajo. ¿despedida del reportero? Eso significa que ¿la casa de Ana se ha convertido en un convento?.
4º ¿Y ha sido quedó inmortalizado su amor? Cambiar “sido” por “si”. Pero eso de encender pasiones, me parece fuera de lugar, aunque si se podía decir que se conectan...

De todas formas el jamón es siempre jamón, es decir, es una bonita historia de amor.

misticaluz dijo...

Hola Mª Angeles, al leerte desaparece el frio con tus cálidas y hermosos relatos!

Te dejo un abrazoo grandee!

Mónica dijo...

Hola ma. angeles, me encantó tu relato en medio de ese otoño tan bien detallado por ti.

Precioso. Te deseo feliz navidad!!!

Bss. Nos vemos