sábado, 7 de marzo de 2009

CUESTIÓN DE PELOTAS

Andrés caminaba trémulo. Dos veces le tuvieron que pitar los coches pues cruzó con el semáforo en rojo y ni siquiera había tomado conciencia de que nevaba con profusión; simplemente iba ensimismado en sus propias reflexiones.

Hoy había sido un día imprevisible. Amaneció como cualquier otro en los últimos tiempos, días en que cuesta amanecer, tragar la realidad aunque no guste y pese demasiado, pero Andrés era un tipo animoso, corriente, sencillo, sin grandes complicaciones y con una cabeza práctica hecha a base de esfuerzo y no pretender más allá de lo que su condición de hombre de clase humilde pudiera darle. A su modo Andrés era feliz, sacaba de la vida el jugo necesario para que su existencia fuera amble; sí, muchas veces, en etapas duras, pensaba de sí mismo que era un superviviente del mundo que le había tocado vivir, de una sociedad cruel, pero ahí estaba Andrés, tipo que a la par que trabajó desde que sus manos tuvieron edad para hacerlo y que fue estudiando módulos para ensanchar su mundo y no dejarse clavado en un erial como les pasó a sus padres. Estaba satisfecho hasta donde había llegado “Y sin ayuda de nadie” se repetía muchas veces.

Amigo de sus amigos, corrió desde chico por las calles del barrio tras una pelota, su gran pasión el fútbol, con sus zapatos siempre heredados, siempre viejos, pero él fue feliz. En esas mismas calles también olvidadas por los alcaldes sin alcantarillado ni asfalto conoció a Carmen… La primera vez que la vio sentada en la puerta de su casa cosiendo junto a su madre pensó que era un ángel de trigales espesos sobre su cabeza; fue un flechazo. Estuvo detrás de ella años hasta que se dignó a mirar de frente a Andrés; el mayor logro de Andrés, pensaba siempre al recordar aquel tiempo. No hubo boda, no hubo viaje ni regalos. Eran tiempos duros, pero ellos vivieron en su nube, no necesitaron más que su amor y ganas de salir “palante”

Andrés en la actualidad tenía cuarenta y tres años y llevaba trabajando en la misma empresa dieciocho años. Era una pequeña empresa de repuestos de neumáticos. Un negocio de barrio muy boyante hasta hace unos meses en que comenzó a planear la crisis por todo el país.
Al dueño le consideraba su padre, su mentor y al negocio lo sentía un poco suyo. Allí había hecho de todo: limpiar, vender, contabilidad, cambiar ruedas, ir tras los morosos…; no había secretos en esa pequeña empresa familiar para él y se consideraba un excelente profesional e insustituible. No es que lo dijera Andrés, él no era capaz de tirarse ningún pisto sobre su persona, sino Don Marcial, el dueño.

… Hasta esta mañana de un crudo invierno que no llegaba a su fin. Llegó como todos los días, bueno no. Últimamente barruntaba hacia sus adentros que el negocio iba a dar un petardazo. Ni ayudas, ni clientes y Don marcial cada vez que entraba algo de dinero en la caja, lo cogía y se largaba. Había ido despidiendo a empleados hasta quedarse sólo Andrés al frente de todo. Don Marcial había ido cambiando de carácter según transcurrían los meses. En vez de echar pecho, se había ido acobardando hasta que su actitud fue un huir hacia atrás… Así se lo contaba Andrés a Carmen cada noche a su regreso. Los tres últimos meses apenas había cobrado Andrés su salario; tiraba de sus ahorros.

Y hoy, esta mañana cuando llegó y vio la tienda y el garaje cerrado a cal y canto, el corazón de Andrés dio un respingo; algo no marchaba bien. Según metía las llaves en la cerradura comenzó a temblar. ¿Cómo pueden ver los ojos más allá de lo que la vista no puede ver? ¿Cómo la cabeza puede adivinar antes de que suceda algo de lo que va a pasar?...
Andrés entró y allí estaba Don Marcial atado a una soga y colgado de una de las vigas. Varios minutos tardó Andrés en descolgar el teléfono y llamar al 112, el primer número que se le ocurrió.

Había sido un día imprevisible, largo, extraño, muy duro, demasiado, pensaba Andrés mientras cruzaba los pasos de peatones con el semáforo en rojo y la nieve anidando en sus hombros. “¿Y ahora qué, Andrés?” No cesaba de repetirse la pregunta. Siempre había sido capaz de salir de cualquier atolladero, pero hoy…

Sin darse cuenta, caminando, caminando sin rumbo, Andrés llegó a la calle principal del barrio donde siempre había transcurrido su vida, sus mejores momentos. “Cómo ha cambiado”, pensó mientras intuía el asfalto cubierto de nieve. Buscó instintivamente el portal donde vio por primera vez a Carmen; éste había desaparecido y ahora había una tienda de electrodomésticos. Sin pensar más cruzó, como rastreando las fuerzas que le faltaban en el pasado, queriendo retroceder al ayer. Delante del escaparate había dos hombres mirando muy enfrascados y Andrés miró por curiosidad a ver qué miraban aquellos tipos “¡Dios santo!” masculló al darse cuenta. Era la final de la copa del rey de fútbol y su equipo, el Atleti, el equipo que siempre perdía, pero que jamás se rendía había sido capaz de llegar hasta la final… Andrés disfrutó del partido, olvidó los tres bajo cero que hacía en aquellos momentos, la nieve, el suicidio de Don Marcial, su futuro negro, todo…, y cuando terminó el encuentro y volvió para casa despacio, Andrés iba con otro ánimo. La realidad era la que era, sus circunstancias no dejaban de ser graves por mucho que su equipo hubiera ganado la copa, que la había ganado. Sin embargo, Andrés sonreía, triste, pero sonreía sin dejar de repetirse “Andrés, una vez más, demuéstrate que eres un superviviente”.

Para Andrés y muchos tipos como él, mañana sería otro día…

6 comentarios:

José Luis López Recio dijo...

Mágnifico relato. me encantan y me llegan al lma estos personajes que siempre se vuelven a levantar despues de cada golpe que les da la vida. Muy actual el tema. Enhorabuena.
Saludos

aapayés dijo...

Bello relato nos entregas preciosa..

un placer siempre disfrutar tus escritos--
saludos fraternos con mucho cariño..

un beso
que pases un buen fin de semana

José Antonio Illanes dijo...

No has podido describir mejor la realidad cotidiana de los que nos rodean. Yo he visto tantas veces a ese personaje tuyo resurgir de sus cenizas a causa de una frivolidad que para nada influye en su
circunstancias, que al final la cuestión es si el error no estará dentro de uno mismo.
En mi pueblo había uno que si perdía el Betis el domingo, hasta el perro se escondía debajo de la cama y si ganaba "sacaba" a la mujer y a los niños a tomarse unas tapitas.
Al día siguiente el pan le iba a costar lo mismo y lo mismo iba a cobrar de suelo, pero ya la vida le cambiaba.
Yo confío en que al final, como el final que dejas intuir en tu cuento, hubiera en su cerebro o en su instinto una chispa que le despertara una chispa de cordura.
Gracias por este cuento.
Un abrazo.

ileana dijo...

MUY BUEN RELATO, PARA QUIENES NO SE DEJAN VENCER FACILMENTE POR LAS ADVERSIDADES DE LA VIDA.

FELICIDADES.

Y GRACIAS POR SUSCRIBIRTE A MI BLOG, ME DA GUSTO SABER QUE HAY ALGUIEN A QUIEN LE GUSTA LEER MIS IDEAS.

UN ABRAZO DESDE MONTERREY MEXICO.

Leo Zelada dijo...

Que curioso...esas palabras finales las digo al termino del día.

Wilhemina Queen dijo...

Tengo un obsequio para tí en mi blog, pincha AQUI para buscarlo.

un beso y un abrazoso y FELICITACIONES!