viernes, 3 de abril de 2009

LA COLECIONISTA DE BOLSOS

Seis y cuarto de la mañana…
Voy a comenzar un diario. No sé si tendré voluntad. No soy constante para nada… Menos para los bolsos. Lo llevaré metido en él y cada cosa que se me ocurra, lo anotaré. ¿Para qué? ¡Qué más da!, como si yo fuera una mujer lógica.
¡Qué noche he pasado!, me he despertado angustiada, sudando; la menopausia va a terminar conmigo.
Tengo ansiedad, como que necesitara algo; en el estómago hay un agujero. Me he ido a la cocina y me he hecho un par de huevos fritos con patatas y chorizo; un desayuno a la americana que me ha sentado fatal en cuerpo y mente. He consumido grasas sin haber amanecido y mi organismo ahora no quema calorías ni haciendo el acto sexual siete veces seguidas. Bueno, eso si tuviera con quién. El mercado de hombres está fatal. La mercancía acorde a mi edad está pasada de rosca y la que no es de mi edad es un infanticidio; claro un hombre jamás pensará eso cuando se pone a salir con una muchacha veinte años más joven que él. Al contrario, sus hormonas rejuvenecen, sus espermatozoides procrean. ¿Y los nuestros? Un asco, además de sentirnos viejas pellejas por manchar y abusar de un joven con las locuras de una mujer madura… Me acabo de sentirme fatal con estas reflexiones; no sé para que pienso, siempre termino fatal.
Si pesco a un hombre hablando de las mujeres como si fueran mercancía, hubiera puesto el grito en el cielo. Y es que en el fondo somos iguales. Pero a ellos estas cosas que nos pasan a nosotras o no les pasan o no se les nota. Ellos salen a ligar y ligan aunque sea con un adefesio, el objetivo está cumplido. ¿Pero nosotras? No nos vale cualquiera y menos a una edad. Parecemos lobas en celo. Que sí, que no es tirar piedras contra nuestro tejado, es la verdad.
Y si a eso sumamos que nosotras buscamos compromisos, amor…, apaga y vámonos.
Mi madre dice que acarree con las consecuencias “¿No querías igualdad? Pues ahora atente a las consecuencias” Claro que quería igualdad, ya bastante había visto con mi madre toda la vida frustrada con niños, casa y un marido apestoso. Ella quería ser peluquera, pero él dijo “Natalia, tú saca la casa adelante, yo sostengo a la familia” Mi madre se lo creyó a pies juntillas y ahí está, con sesenta y tres años hablando todo el día si ella hubiera sido peluquera. En cambio yo…, yo nada de nada tampoco. Me siento hueca. Las de mi generación han estado a caballo entre querer y no poder y libres como el viento; somos un puñado de frígidas mentales. No hemos entendido correctamente el mensaje que nos lanzaba la sociedad, o hemos salido corriendo en busca de una libertad que no hemos sabido interpretar con los moldes de un pasado; vamos como hacer magdalenas con las técnicas de la “Nouveau cousine” con los elementos de ayer; un churro. Tal vez si yo hubiera tenido hijas, ellas ya tendrían ahora la cabeza como dios manda, bien amueblada, pero yo no.
Yo me he convertido en una solterona con manías de solterona y con los tic de la edad que no perdona. Y lo que es peor: renegando de los años y tratando de hacer lo que hacen mis sobrinos con dieciocho años; total, un esperpento.
No lo asumo, no digiero los vahos que se me aproximan y, ¿qué hago? Comprarme bolsos… Hay qué dolor de cabeza me he puesto.

Ocho treinta y cinco de la mañana…
He abierto el armario y he llegado a la conclusión de que soy una coleccionista de bolsos, o detrás de ellos se esconde una fijación, enfermedad, un cuadro patológico. Una manía sería el diagnóstico más benigno y el que me consolaría más, pero hoy me he levantado con ganas de psicoanalizarme, de ser valiente y mirarme al espejo de frente, sin tapujos. La honestidad no la puedo aplicar hacia los demás si no la he consumido previamente conmigo misma.
Podría montar un comercio ahora mismo con semejante cargamento que tengo: todos los colores, nacionalidades, tamaños, tendencias, buenos, malos, y de imitación; absolutamente todos.
¿Cuándo empecé? ¿Y por qué? Creo que con el primer novio que tuve y que, por cierto, era mi jefe. Me dejé engatusar, me gustaba, era buenísimo en la cama, yo más infeliz que una colección de cromos y para colmo ambiciosa: quería ascender. Me creí todo lo que me dijo, hasta aquel bolso que me regaló diciéndome que era auténtico y que ni a su mujer la regalaba uno así; el tiempo me hizo descubrir que no sólo era falso, el bolso digo, sino que además su mujer tenía otro igual y era el de verdad. Aquella experiencia me toco hondo tanto que comencé a gastarme los ahorros en pieza legítimas.
Años después salí con un pusilánime, pero buen hombre. Como veía que cada día iba con un bolso y él era viajante, siempre que venía de viaje, me traía un souvenir: un bolso. Los de Europa del este son los más feos.
Luego tuve una época en que el estrés laboral fue tan fuerte que me desquitaba comprando bolsos. Tuve amantes esporádicos poco detallistas; no me regalaban nada, pero como yo ya estaba en una etapa de mi vida de total independencia hormonal y psicológica, me compraba todos los bolsos que pillaba a mano; fue la etapa de los tamaños. Todos eran enanos, como mi cerebro.
Y hace un año entré en la época vanguardista: grandes, casi como maletas colgadas al hombro, de hechuras disparatadas que no pegan ni con cola con mi vida. Voy de casa al trabajo y del trabajo a casa. Me enfundo en el pijama, un buen libro o una película de amores imposibles para dar rienda a mis frustraciones.
Me aburre salir. Siempre los mismos solteros, las mismas chorradas, los mismos caretos de angustia que el mío.

Siete menos cinco de la tarde…
Me he quedado dormida abrazada a un bolso. Me cogí tal llantina, que tengo los ojos de una rana.
Este bolso me lo regaló Rubén, el gran amor de mi vida. Fue una relación breve aunque intensa. Un día se esfumó de mi vida sin darme explicaciones; me quedé deshecha y embarazada. Estuve durante semanas noqueada, hipnotizada hasta que decidí borrar todo rastro de Rubén.
No tiré el bolso, lo guardé en el fondo del armario; dentro metí un babero que había comprado para nuestro hijo… Ahora tendría dieciséis años.

Once de la noche…
¡Decidido!, mañana mismo saco de mi vida todos estos bolsos; los he estado contemplando, incluso he abierto uno por uno y he encontrado rastros, pruebas de lo que he sido y soy. Son demasiado peso a mis espaldas. Más vale tarde que nunca.

Dos años después…
Podía haber tirado este diario, pero me alegro de no haberlo hecho aunque no haya vuelto a escribir nada desde el primer día que lo hice.
Pero hoy es un buen día para reanudarlo; cumplo cincuenta años y sigo soltera como antes aunque soy otra.
Todo comenzó aquella noche de marras cuando tiré los bolsos… Menos dos: el de mi jefe y el de Rubén.
Ellos dos me recordarían en lo que me había convertido y el otro en lo que quería de verdad ser. Por supuesto no utilizo ninguno, pero cuando me pierdo, voy en su busca. Enseguida ellos me disipan mis dudas, la brumas del ayer.
Ahora sólo tengo un bolso donde cabe de todo: el móvil, sonrisas, peine, lágrimas, monedero, esperanzas, pañuelos, proyectos, perfume, fracasos, sueños, bolígrafo y agenda, consuelo… Todo para mí y los demás. He comprobado que cada vez que abro el bolso, la vida me llena los pulmones de aire fresco.

7 comentarios:

aapayés dijo...

WOw que bolsos y que amores, toda una vida llena de bolsos, digo de amores, digo bueno eso tu vida escrita tan bien con tus bolsos que solo eh imaginado tu rostro, acariciando tus bolsos...

un gustazo leerte siempre preciosa..

un abrazo con mucho cairño

besos

Zayi Hernández dijo...

... a mi me pasa lo mismo con unos libros, pero los he dejado en la parte de atrás del librero para no encontrarmelos...
besitos.

Xabo Martínez dijo...

Vaya que hay de bolsos a bolsos, y tan inocentes que se miran..

sabes en relacion a tu apellido hay cerca del pueblo de donde naci, un lugar al que acostumbraba ir con mi padre y en el que hay unas piedras muy curiosas con un poco de cuarzo y formas caprichosas, la anecdota es que un dia visitaron ese lugar unas monjas que iban camino al pueblo y se detuvieron en ese lugar y al observar esas piedras le nombraron a ese lugar "canta la piedra" y fue una de las cosas que recorde al visitarte..

un saludo

goyo dijo...

Estoy frente al teclado y no se que escrbir, Rubia.
Que quieres que te diga...
No se, no se.
Es muy ancho el atlantico para ir nadando?
Estara muy fria el agua? Si llego bien, Te encontrare?
Donde estas, alma en pena.
Sabes algo de destinos?
Estira tu mano y yo la mia...quiza no haya mas distancias.
Me has entristecido el corazon, mujer Rubia.
Un beso muy largo, para que llegue a tu frente y por que no, ha tu labios.
Me has dejado, dolor... ve a mi casa, te espero con un cafe a medianoche, en mi casa hay luna nueva, quizas...

Mónica dijo...

un relato que nos identifica mucho a las mujeres. Mi bolso es como mi casa rodante... llevo de todo... incluídos sentimientos, como tu.

Bss. ma.angeles y animo, mi querida amiga.

goyo dijo...

Hola Rubia, gracias por pasar por almacatamarcana. De verdad me ayudan mucho tus comentarios, para seguir adelante con este incipiente intento.
Con respeto a la invencion, me pasa lo mismo a mi, muchos creen que son situaciones personales y de verdad no lo son. Solo narrativa o poesia.
Y con respecto a mi comentario en tus Relatos, tambien es asi, pura galanteria y algo de poesia, nada mas.
Si te he incomodado en algo te pido mil disculpas, no ha sido mala intencion.
Bueno Rubia, no he andado por alla porque el agua del atlantico ha estado muy fria, me han dicho. ja ja ja
Rubia, un beso muy grande para vos.
Que tengas muy felices pascuas.
Y algun dia, tomaremos una copa de vino.!!!

José Luis López Recio dijo...

Me has emocionado. Ha sido muy bonito el relato de tus amores en torno a los bolsos.
Por cierto, no seas tonta que eres muy guapa y seguro que no soy el único que lo piensa. Lánzate sin complejos y disfruta de tu sexualidad.
Saludos