martes, 29 de septiembre de 2009

LA PSICÓPATA AGAZAPADA

Desperté sudando. Un sofoco frío recorría toda mi piel. Fijé la vista en el entorno y, al ser el cotidiano, me tranquilicé. Cuando la respiración volvió a la calma imaginé que había sufrido durante la noche una pesadilla que, sin embargo, según iba recuperando la conciencia, presentía que no era tal ya que pensar en ella me agradaba. Mi subconsciente había logrado lo que yo en las horas de luces y sombras era incapaz.
Sí, había soñado que, en el colmo de la desesperación, un arrojo interno sumando fuerzas de flaqueza había cogido una inmensa piedra y machacado el cráneo de mi instigador. Aquella sensación me hizo paladear un regustillo agridulce: volvería a ser persona con derechos. Recobraría mi vida privada. La sonrisa, esfumada, retornaría a mi rictus habitual así como el buen humor. Dormiría al menos siete horas seguidas. Saldría a horas normales, no cuando retiran las calles del mundo. Y sobre todo, recuperaría mi autoestima, vejada durante los últimos tres años… Rescataría mi salud mental y física.

Lejos de levantarme de la cama, ya era tarde, seguía en ella vagueando en el disfrute de mis pobres anhelos. No hacía daño a nadie, pero la atmósfera complaciente se vio interrumpida por el sonido del móvil. Miré la pantalla y comprobé que la realidad llamaba a mi puerta. Contesté con premura. Tomé un café rápido para despejarme y me dediqué a acicalarme con esmero. Luego salí corriendo o perdía el último tren.
Acercarme a la ciudad diariamente en ese medio me gustaba; un lapsus de tiempo para descansar, meditar… Aquella mañana veía todo con nitidez. Estaba contenta, resuelta.

-Buenos días, Clara.
-Buenos días, Ramón. Te dejé anoche el informe terminado. Dime tus puntualizaciones
y quedará perfecto.- le miraba de frente, alegre, segura de mi misma.
-Lo he tirado a la basura; no sirve.
Sí, creo que fue en ese momento cuando mis ojos se toparon con el regalo que le hice en la anterior navidad: un sujetapapeles de malaquita. La mano reptó hacia él con agilidad y… lo aplasté sobre su cabeza.

En este momento me hallo entre rejas sin remordimiento alguno. Cumplí mi sueño: me liberé de mi jefe.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

hay liberaciones que lo justifican casi todo

un besote

calamanda dijo...

¡Vaya! Al principio estaba pensando
que si cometía un acto cuestionable
no sentiría culpa si es una buena
psicópata y que su comportamiento
pasaría inadvertido...cuando he
leído el título,pero como siempre
hay que llegar al final...siempre
es una sorpresa.¡Está estupendo!

Saludos.Un beso.

José Luis López Recio dijo...

Que burra la psicópata. Claro no siente nada por serlo.
Me ha gustado.
UN gran abrazo.

MIS CUENTOS PREFERIDOS dijo...

jajajaja, ays, que encantadorrrrrrrrrr!
me ha gustado mucho, yo hubiera hecho lo mismo, ¡pero qué pedazo de pelotudo ese Ramón!
un idiota a todo dar!

bien por la fantasía, bien por el sujetapapeles, juas!


besos y buen fin de semana!

Máximo Cano dijo...

Que fuerrrrte. Me ha gustado. Volveré