viernes, 25 de diciembre de 2009

DESCOSIENDO TIEMPOS

Un hombre de unos cincuenta y muchos años, de pelo cano y aspecto cansado se acercó lentamente a mí…
-¿Daniela Vargas?
-Sí, soy yo.
-Su hija ha tenido un paro cardiaco- su voz enmudeció para instantes después reanudar su textura fría e impersonal- lo siento mucho, señora.
No tenía lágrimas, ni siquiera sentía nada. Oí mi corazón latir nada más.
El hombre de bata verde se dio la media vuelta y me dejó sola…, bueno, como siempre había estado. De repente sentí los años estrellarse contra mi cabeza sin siquiera avisarme del derrumbe. Sí, tenía cuarenta y tres años, ¿y qué? Como si aquello fuera a significar algo. Me veía vieja y cansada. Toda yo había fracasado en mis relaciones con los demás, no había sido capaz ni de querer a mi propia hija, ésa que tuve con apenas veintidós años y que siempre me estorbó en mi camino.
Me agaché al sofá a recoger el bolso y el abrigo; estaba lloviendo, hacía frío y quería cerrar los ojos y olvidar. Tres horas antes había recibido una llamada del hospital para comunicarme que mi hija había ingresado con parada cardiaca. Me avisaban a mí porque era el teléfono que ella llevaba en el móvil en caso de emergencia; no me dijeron más. Salí disparada y cuando llegué, pocas explicaciones me dieron, sólo que esperara. Y esperé hasta aquel fatídico desenlace. Un año si saber de mi hija y cuando supe…
-Señora, ¿se va?
-Sí. Sólo quiero rellenar los papeles y me iré a preparar las cosas…
-¿No va a ver a la niña?
-¿Qué niña?- miré a la enfermera desorientada, sin comprender de qué me hablaba.
-A su nieta, señora Vargas- ¿nieta? ¿De qué me hablaba aquella mujer?
-Venga, por aquí, por favor, la podrá ver en la incubadora… Es preciosa.
La seguí como una autómata, había algo que no cuadraba. Lo que me decía era imposible y, sin embargo allí estaba siguiéndola. Llegamos a una habitación con varias urnas de cristal. Era una sala templada, de luz tenue que te transmitía lasitud, el tiempo congelada. La mujer me sonrió indicándome con un dedo una de las urnas. Me acerqué lentamente sin poder parpadear hasta que con un hilo de voz pude garabatear con la voz unas breves palabras.
-El doctor no me dijo nada. Nadie me ha explicado nada…- y enmudecí. Un nudo en la garganta me impedía continuar.
-La recogieron desvanecida. Una sobredosis, señora Vargas. Su hija estaba embarazada de siete meses.
No pude contestar. La enfermera pasó su brazo por mis hombros; el primer gesto humano en horas.
Me llevó con delicadeza al bar del hospital, y me tendió un café humeante que agradecí infinito… Me comenzaba a sentir tan ruin, tan…, que necesitaba del calor de alguien a mi lado, daba igual quién fuera.
Los tres días siguientes fueron una pesadilla. Me había convertido en una mujer hipnotizada por el momento que estaba viviendo, arrastrada por los remordimientos. A mis padres no les di explicaciones, ni a mi hermana, ni siquiera al padre de mi hija. A todos oculté que en el final de mi hija había algo más; hasta pasados cuatro días no volví al hospital.
Después de dormir más de veinticuatro horas seguidas encerrada en mi soledad, en mi vacío, recibí una llamada un tanto extraña convocándome a una entrevista en el mismo hospital. Acudí con desgana, ni siquiera me importaba qué me fuera a comunicar. Sólo deseaba desaparecer. Se me habían descosido los tiempos y necesitaba repararlos huyendo.
La reunión fue un tanto ambigua, pero lo suficientemente directa para entender que me estaban preguntando si querría dejar a la neonata en adopción al no tener padre conocido. No puse reparos para la salida más digna para aquella criatura, y me volví a casa peor aún de lo que había salido.
Era de noche cuando entré en casa a oscuras chocando con algo. Encendí la luz y miré al suelo. Era una pequeña caja de cartón que me entregaron cuatro días antes en el hospital. La cogí y me fui con ella a la cocina. Una vez que me calenté un vaso de leche y encendí un cigarrillo, abrí la caja.
Unas playeras mugrientas, ropa interior descolorida, un pantalón vaquero, un blusón y una chaqueta agujereada; en el fondo de la caja, un bolso.
Lo volqué encima de la mesa. Parecían lágrimas cayendo diseminadas y sin amparo sobre la superficie: un móvil apagado, un peine casi sin púas, un encendedor, un monedero con tres euros y su carné, una agenda y un sobre… Todo eso dejaba resumida la vida de una joven de veintiún años totalmente desconocida para su madre.
Dudé unos instantes antes de decidirme a abrir el sobre o la agenda; me decanté por el sobre.
Una letra temblorosa y escueta decía:
“Por si me pasa algo, mi madre sabrá qué hacer. Daniela Vargas. Calle Cerrajería cuatro. Segundo derecha.
Mamá, perdóname… Si es niña quiero que se llame María, y si es niño, Pablo. Ámala como nosotras no supimos hacer”
Marta
… Sentí como la pena, al fin, brotaba.
Dos meses después dieron de alta a María. Fuimos a recogerla mis padres y Alfonso, mi ex marido.
Cuando nos dejaron solas en casa, un rayo de sol entró por la ventana del salón; supe que era mi hija que me daba una nueva oportunidad.

4 comentarios:

VIVIR dijo...

Un relato magnifico... de la universidad de la vida... de esa universidad que se van much@s sin aprobar ni tan siquiera el recreo... ¡una pena!

¡Con lo que se quiere a un hijo...!

Un beso reina, que el 2.010 sea testigo de todos los deseos que te vaticino...

Juan Antonio ( Amaneceres mios) dijo...

Que bonito,me gustan los relatos donde triunfa el amor ,el AMOR con mayusculas.Aunque muchas veces no lo parezca ,Dios da siempre una oportunidad.
Muy bonito ,si señor...

ALBINO dijo...

Una historia patética pero que puede ser real. Tan real que yo conocí en mi entorno algún caso parecido.
La recien nacida indica que, a pesar de todo, a pesar de las desgracias, la vida continúa. La protagonista tiene de nuevo una preocupacion y todos deseamos que vaya adelante con más suerte.
Muy buen relato
Un beso y felicidad, que buena falta hace.

Ricardo Miñana dijo...

ILUSION, PAZ, AMOR Y PROSPERIDAD
PARA EL NUEVO AÑO.

¡¡¡FELIZ AÑO 2010!!!

UN ABRAZO
RMC