domingo, 21 de febrero de 2010

AL CALOR DE UN VERANO

Me asomé a la ventana. La luz se desfilaba ceniza entorno a mí. La tarde caía irremediablemente lánguida. Me dije que eso era imposible pues en mis manos cantaban mil veranos. Sin embargo, las farolas en la calle se iban encendiendo al unísono que los candiles taciturnos. Quise mirar mi reloj pero, por alguna extraña razón, no lo llevaba puesto aunque su huella estaba en mi muñeca descolorida. Entonces, decidí abrir de par en par la cristalera y buscar los últimos rayos de sol cuando se convierten en sangre antes de morir en el horizonte. Ya era tarde, tampoco estaban.


La nostalgia vino a buscarme. No era admisible que julio, agosto, incluso junio, hubieran volado sin haberme mojado en sus aguas, sin oler el aroma del salitre al chocar con la roca, la fragancia del heno en los campos, o el miasma de mi lluvia.


Me senté a esperar mientras la noche me tragaba. Tenía frío, la soledad me comía, y el silencio era tan lúgubre que quise llorar. Inútil: las lágrimas estaban secas.


Me quedé soñando aunque mis párpados no se apagaban. Me vi entre las olas reír y correr tras mis amores. Me sentí divertida y brillante despojándome de falsos tabúes que me aprisionaban. Miraba a la vida con ganas de habitarla hasta el último suspiro, y anidar en los brazos de mis pasiones las ansias de volar.


Luego llegó la imagen del jardín donde colgaba la buganvilla y mi madre regaba sus geranios. Mi hijo dormía placidamente en la cuna. Me aproximé y contemplé su rostro chiquito, tan dulce y bello como el estío aquel en que se me escapó… ¿qué perdí? No lo recuerdo.


Despierto al fin, y noto sobre mí el paso acelerado de alguien a quien no conozco. Siento el temor de la irrealidad, pero cuando la congoja llega a desnutrir mis esperanzas, advierto que llegas tú con un ramillete de flores blancas. No sé cuál me enternece más, si el detalle de las margaritas o tu rostro sembrado de penas. Trato de acariciarte pero entonces, me doy cuenta de mi verdad más absoluta: soy polvo y éste, no tiene veranos.

6 comentarios:

José Ignacio Lacucebe dijo...

El sentimiento de precariedad nos conduce a una mayor intensidad sensitiva. Me gustó el relato.
Buen fin de semana.

JULIO dijo...

Poesía y lirismo entremezclados, con un ápice de ensoñaciones vagabundas por la mente ardorosa e inquieta, como es connatural en los creadores que saben de hechizos y embelesos.

Todo lo que se puede respirar, vivir o soñar, reconforta y da fuerzas a aquel o aquella que lo desafía. Y tiene un nombre muy hermoso: "SENSIBILIDAD".


Que pases un buen domingo, ragazza.

bixen dijo...

Hoy casualidad he recogido una flor de buganvilla lila del suelo y ahora está en mi coche. No marchita y tal vez esté polinizada. Tendrá bichitos que no han podido teletransportarse sobre mariposas, pero me da igual.
Me permites decirte guapa?

José Luis López Recio dijo...

Me he dejado llevar por el ritmo que has imprimido en el relato y he de decirte que lo he disfrutado mucho y que han llegado hasta mí las imágenes y los olores.
Un abrazo

Juan Antonio ( Amaneceres mios) dijo...

Quizas ese abandono a los elementos y esa ansia de todo cuando ya casi no puedo nada ,lo este viviendo ahora yo.Me ha encantado y como sabes ,pase lo que pase, siempre seguire buscando un nuevo amanecer.....aunque la noche sea excesivamente larga.besos

José Luis Carvajal dijo...

Gracias por su visita, Lola. Usted también escribe muy profundamente. Hasta muy pronto, si Dios quiere.