jueves, 13 de mayo de 2010

JÓVENES PROMESAS

Los últimos rayos caían sobre el palacio de Oriente mientras que en el teatro Real, una nube se hacinaba en sus muros chapoteando discreción. Iba a entrar en un concierto cuando una punzada en el corazón me llamó. “¿Qué quieres?” la pregunté “Es tu hora, ven conmigo”. Nada dije y me limité a seguirla. Me llamaba Eduardo, tenía veinticuatro años.

... Cuando alguien muere, los espejismos de su persona se instalan en tu mente tan reales que parece estar con el finado compartiendo pasajes, vivencias unidas a un destino truncado. Te preguntas, la interrogas el porqué de su partida ¡Vaya pregunta más majadera!, nuestra vida no es nuestra nos responderá. Parece que dominamos todo y el todo es el que nos domina. Tal vez conozcamos cuando hemos nacido, pero la hora de nuestra marcha es una incógnita. Casi siempre te coge con la agenda ocupada, no es el momento, pero... Te deshaces de tus egos, riquezas y miserias y emprendes la marcha. Atrás dejas a una mujer o un hombre con los cuales estabas en ese momento haciendo el amor hasta que el corazón dejó de latir. O ibas por una carretera y el coche se empotra contra un árbol; ibas a una fiesta y la fiesta te la has llevado tú por partida doble.

Sueltas amarres, tus hijos se quedan huérfanos, tu perro husmea la huella que dejaste y tu despacho queda afónico de tu eco. En el armario, sobrevuela aún el perfume de tu piel, el libro conserva la señal en el capítulo que dejaste la otra noche, o en la tintorería el abrigo que estaba para recoger la semana que viene; nada de eso ya va contigo, tú estás más allá de la línea fronteriza. Has cogido el último tren sin haber adquirido un billete. Tú no deseabas ese viaje infinito.

Sin embargo hay quienes, hartos de sufrir, reclaman su derecho a morir, fallecer con dignidad. O seres que ya han vivido tanto que, en el último trayecto, les flaquean las fuerzas y desean decir adiós. O, por último, aquellas personas que el tiempo del dolor ha corroído sus ganas y están dormidos, ni sienten ni padecen y, un buen día, sus constantes toman la trayectoria plana, imprecisa, interminable.

Nacemos para morir, sí, es cierto, pero el temor a eso desconocido que nos espera es tan grande que todos nos sujetamos con cadenas a este valle de cuatro estaciones; sólo los místicos y creyentes se van con la luz encendida en sus ojos, en sus mentes. El resto, somos simples mortales.

Elena... Elena era una chica menuda, fea, de sonrisa dulce y ojos de esperanza. Amable, servicial, trabajadora, con una vida anodina pero suya, sin ruidos, plana, pero no vacía. Su gran proyecto era un niño fruto de una relación fracasada... Sí, todo en ella terminaba fracasando y no lo entendía; yo tampoco, pero parece que hay un grupo de personas estigmatizadas, proyectadas a que nada salga bien y, sin embargo, ellas siguen siendo buena gente con principios, esperanzas. Y la vida les devuelve soberbia, dolor. Y Elena, a pesar de eso, ahí seguía mirando al horizonte celebrando las semillas del fruto.

El otro día Elena estaba acatarrada y tuvo la mala suerte de caer en manos de un médico poco docto y la devolvió a su casa. A las pocos horas, Elena sintiéndose fatal llamó a su padres para que fueran a recoger a su hijo y ella volver a urgencias; de allí salió su cuerpo camino del cementerio; una neumonía se la llevaba a otros barrios donde la luz no termina nunca, siempre es primavera y el mar está en calma.


Elena tenía treinta y cinco años y muchos sueños.


3 comentarios:

Juan Julio de Abajo dijo...

Y sin embargo, es lo único cierto que tenemos: la muerte después de la vida. No pensamos en ella pero está ahí, caminamos juntos, es infalible y puntual. Dejamos lo que nos aferra a lo mundano y el gran misterio llega de sopetón, sin aviso en ocasiones, sin hacer distinciones, sin aceptar trueques o sobonos. Si vivir es un disfrute, disfrutemos a tope; pues mañana, ¿quién sabe?...

Besos a altas horas de la noche, en medio de un silencio sordo y reflexivo.

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JULIO.

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola, María Ángeles:

Cuan ciertas la palabras que plasmas en tu relato. Desafortunadamente, para algunos, la muerte es así, llega en el momento menos esperado y se quedan muchas cosas entre el tintero y los seres queridos abrumados.

Otros tienen la suerte de cumplir cabalmente su misión en esta tierra.

Abrazos.

rosalia dijo...

Todo es tránsito con el bolso cargado de ilusiones por seguir o por marchar. La vida y la muertes on éso, tránsito.
Bello relato.