jueves, 6 de mayo de 2010

UTIL COMO EL AIRE

Aurelio estaba profundamente dormido cuando algo le precipitó a abrir los ojos, pero a continuación los volvió a cerrar; el sueño le vencía. Desde que Marta murió, Aurelio no dormía, la soledad, el vacío eran más fuertes que el sueño y sólo cuando el cansancio arrebataba toda la energía de su cuerpo, Aurelio podía conciliar el descanso aunque fuera por unas pocas horas.

El ruido volvió a sonar estrepitosamente y Aurelio se incorporó en la cama; era el teléfono. Cuando llegó al salón, el teléfono dejó de sonar; tenía que haber hecho caso a su hija y poner un segundo teléfono en la mesilla del dormitorio, pero él quería conservar todo, hasta los movimientos y la rutina, tal como cuando vivía Marta. Su vida se había parado aquel siete de marzo y con la de ella, la de él. Pero nada era igual. Trataba de aprender a cocinar con las recetas de Marta. Limpiaba con el recuerdo de los pasos que hacía Marta. Ponía la lavadora tal como él la había visto... Nada le salía igual.

Pablo y Claudia, sus hijos, trataron de organizarle la vida y Aurelio se puso fuera de sí. Tenía setenta y tres años, se encontraba estupendo y se empeñó en hacer viva la imagen de Marta en aquellas cuatro paredes, pero cada día se sentía más inútil, más apagado su ánimo.

Cuando se volvía a la cama, el teléfono volvió a sonar.

-Diga...

-Papá, soy Claudia.

-Pero hija mía, ¿qué hora es?

-Las siete, Papa, y te necesito.

-¿las siete de la tarde? Disculpa, Claudia, es que duermo mal y me eché la siesta y...

-Para Papá. Son las siete de la mañana y te necesito urgentemente porque tengo una reunión a las ocho en punto de la mañana, no puedo faltar, es mi futuro, mi ascenso, Carlos está de viaje y los gemelos tienen fiebre. Ven, corre papá. Te dejo las llaves debajo del felpudo. ¡Adiós!

-Claudia, hija... -pero Aurelio se dio cuenta que hablaba solo.

Se fue deprisa a la habitación, se vistió y cogiendo la documentación y las llaves, cerró la puerta.

Según iba hacia el autobús se dio cuenta que tardaría por lo menos tres cuartos de hora en llegar a casa de su hija, ¿y cómo iban a estar dos criaturas de dos años solas?, se preguntó mientras pensaba que su hija además de estar de los nervios, había perdido toda responsabilidad en arar de su trabajo. Levantó la mano y rápidamente apareció un taxi que en escasos siete minutos le dejó en el portal de la casa de su hija. Menos mal que en ese momento salía un vecino porque si no, no hubiera podido entrar.

Tal como le dijo Claudia, las llaves estaban debajo del felpudo y nada más abrir se fue corriendo a la habitación de los niños; dormían placidamente aunque tenían calor. Una nota de su hija pegada a la puerta le indicaba todos los pasos a seguir. Hizo paso por paso por riguroso orden. Cada rato se acercaba a las sendas cunas y al igual que se lo había visto hacer a Marta, Aurelio imitó cada gesto recordado. Como los niños seguían dormidos, limpió la casa, organizó la nevera, la despensa e hizo la comida a los niños. Aurelio estaba entusiasmado, todo le iba saliendo redondo. Sentía, de pronto, una seguridad pasmosa. Los niños se despertaron, el calor había remitido algo. Los sentó en sus tronas y fue dando una cucharada a uno y luego al otro. Cuando terminó, les metió en la cuna nuevamente. Les contó un cuento que se inventó. Sus nietos le miraba sin pestañear hasta quedarse dormidos.

Su hija llegó muy tarde, pero Aurelio no se molestó; se sentía feliz, útil.

Quedó con ella que volvería al día siguiente. Esa noche no necesitó pastilla para dormir.

7 comentarios:

Juan Julio de Abajo dijo...

Este relato me trae a la memoria un viejo "film" titulado "TODOS SOMOS NECESARIOS". Pero, para ir un poco más allá, ahondar en lo importante que es llenar la existencia con responsabilidades vivas; pues, cuando lo inevitable ya ha pasado, lo que acontece en un momento inesperado nos hace retomar el camino de la vida con los que "todavía" están en vida.

Cuore, un beso con recuerdos.
(xxxxxxxxx)

JULIO.


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cine@fancyediciones.es

andres rueda dijo...

El placer mio y leer tus relatos
saludos
Andres

Alondra dijo...

Los niños son muy gratificantes y Aurelio se sintió útil pero debe tener cuidado y buscar cosas nuevas que le hagan sentir que todavía el mundo girará para él aunque su compañera se haya ido. Apoyar a los hijos y mimar a los nietos está bien pero a veces podemos convertirnos en los abuelos canguros permanentes.
Mi vecina tiene 63 años y en la situación de Aurelio vive estresada como chacha para todo de su hijo.
Un abrazo

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola, María Ángeles:

Qué bello y tierno relato nos has regalado, a veces es más dura la soledad que la misma vejez, el camino se hace muy difícil al andarlo sin compañía.

Aunque seamos viejos todavía podemos servir para algo.

Te agradezco la visita, también es un gusto conocerte, escribes muy bonito. Te sigo.

Abrazos.

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola, María Ángeles.

Celebramos hoy, aquí en Colombia, la Fiesta de las Madres. Quisiera por lo tanto desearte con cariño... un ¡FELIZ DÍA!

Abrazos.

Unknown dijo...

Aurelio se siente perdido y desmotivado y, para él, el hecho de descubrir que sigue siendo útil lo llena de ilusión.
Muchos abuelos pasan por eso y es bonito mostrarles que a pesar de ser viejecitos siguen siendo necesarios en nuestras vidas

calamanda dijo...

Hola, bonito relato, así es la vida
para muchas personas, lo mejor es
no estar en los extremos y sentir
que nos necesitan.
Un placer como siempre leer los
relatos que nunca nos dejan indiferentes.

Saludos.
Un beso.