jueves, 10 de junio de 2010

LLUVIAS DE MAYO

El día volvió a amanecer lluvioso; era finales de mayo. Después de un veranillo frugal, las temperaturas habían vuelto a descender y la gente por la radio manifestaba su descontento. Deseaban sol, playa aunque no hubiera dinero, el caso era soñar. Beth los escuchaba mientras mascullaba entre dientes que eran unos tontos e insulsos locutores que no aportaban nada al oyente. En vez de contar los beneficios del agua, se ceñían a quejas y más quejas.La lluvia golpeaba las persianas del dormitorio de Beth en un armonioso tintinear mientras se desperezaba bajo las sábanas. El solo pensamiento de salir y enfrentarse nuevamente con el mundo la desesperaba. No tenía energías, ni humor, ni ganas. Sin embargo volvió su cabeza hacia la izquierda y su rostro se iluminó al ver a Lisa a su lado...


Estaba agotada mentalmente. Desde que comenzó la crisis habían despedido en su empresa a mucha gente; Beth se había librado y por ello estaba contenta. Aunque el sueldo era una ofensa, no dejaba de pensar que otros ya no lo tenían. Pero los que se quedaron fueron exprimidos al máximo; el trabajo debía salir adelante igualmente y las horas que hacían extras, se pactó para que no se cobrasen con la condición de que no fuera más gente a la calle. Beth, idealista de nacimiento, se unió a la causa de sus compañeros, incluso, sin que nadie lo supiera, todos los meses pasaba cien euros a su ex compañera Anita, una muchacha portorriqueña con un bebé sin padre reconocido; fue el primer regalo que la hizo España: un embarazo sorpresa. Anita de profundas creencias religiosas, no admitió los consejos de la recién conocida Beth que la sugirió un aborto a tiempo, así que siguió adelante sin más ayuda que su trabajo. Anita vivía en aquel entonces con un surtido ramillete de compatriotas que, ya dicho de paso, resultaron ser unos caraduras y morosos. Un buen día, Anita se despertó con unos golpes en la puerta. Abrió, era la casera comunicándola que debían tres meses de alquiler. Anita negaba con la cabeza; aquello era imposible, ella pagaba todos los meses su parte. Amablemente indicó a la casera que entrara, llamaría a sus compañeros de piso y aclararían el entuerto. Imposible, en la casa no quedaba rastro de personas ni de enseres. Estupefacta fue a su dormitorio, sólo quedaba su camastro y su bebé acurrucado en una esquinita; se habían llevado hasta su ropa. Los pocos ahorros se los dio a la casera y en el trabajo se hizo una colecta para poder ayudar a Anita. A los pocos meses comenzaron los despidos y Anita fue de las primeras.

Beth vivía en una casa vieja, en un tercero sin ascensor; para ella era suficiente. Como buena samaritana acogió a la buena de Anita y a su bebé. Había una habitación en la casa de apenas tres metros cuadrados que Beth usaba de trastero. Lo limpiaron y allí se acomodó en un viejo colchón. Al principio todo fue bien. Ambas tenían buen carácter y buena disposición y para Beth suponía conciliarse con el mundo después de un desengaño con sus dos hermanos al morirse su madre; ellos quisieron estafarla con la herencia. Desde entonces se volvió desconfiada. Reconocía que se había convertido en una solterona de cuarenta años con manías incipientes y, al conocer a Anita, vio una vía de reconciliación con el mundo.



Pero lo bueno en la vida suele ser breve y escaso y la vida idílica de las dos amigas se enturbió al enamorarse Anita de un fulano vividor. Ella quería subirle a casa, Beth cedió, pero el hombre fue cogiendo confianzas hasta que se hizo el amo. Beth montó en cólera y les echó del piso.

Les vio partir con lágrimas en los ojos, pero cuando cerró la puerta sintió un alivio tan grande como el que sintió el día que cortó con sus hermanos. Siguió con su rutina, aburrida, anodina, pero en paz. Un par de semanas después llamaron a la puerta, era un domingo. Encendió la luz, no había amanecido aún. Miró el reloj de la mesilla que marcaba las seis de la mañana; volvió a sonar el timbre. Salió precipitada y cuando abrió no había nadie. Cerró deprisa porque de pronto la entró un miedo incomprensible; se quedó pegada en la puerta, sólo se oía el latido de su corazón como un caballo desbocado. Un par de minutos después emprendió la vuelta a la cama cuando escuchó una especie de maullido; se paró en seco. Volvió a la puerta y aproximó su oreja izquierda a la madera; un ruido leve se restregaba contra la puerta. Por la mirilla no veía nada y no se decidía a abrir así que fue a la cocina, cogió la silla desvencijada que tenía, encendió un cigarrillo y se fue a sentar frente a la puerta. La verdad es que se sentía ridícula por su actuación y por el miedo…, pero allí estaba varada esperando no sabía qué.



Terminó de fumar el cigarrillo y justo cuando iba a levantar la silla un nuevo maullido la estremeció. Se aproximó a la puerta y dando la vuelta a la llave abrió. Su vista fue directamente al suelo. Allí estaba el cesto que Anita utilizaba habitualmente para ir a la compra; dentro, su hijo.

Beth levantó al vuelo el cesto y cerró la puerta con llave. Encendió la luz de la cocina y puso la bolsa encima de la mesa. La niña de cinco meses permanecía dormida con los puños apretados y chupando con fruición el chupete. La sacó. Estaba húmeda, sucia y, a pesar de eso, no se quejaba. Se quedó mirándola como si fuera la primera vez que la veía, sintiendo un gusanillo de ternura que jamás había sentido.

La lavó, preparó un biberón con lo que había dejado su madre antes de irse dos semanas atrás y la metió en su cama; volvió a la cocina. El día había despertado ya. Un gris lloroso se cernía en el marco de la ventana mientras un rayo de sol trataba de salir entre las nubes tan gruesas y oscuras como el ánimo de Beth. Encendió un cigarrillo nuevamente mientras daba pequeños sorbos al café y leía un papel arrugado con la letra de Anita.

“Raúl no quiere a Lisa y yo no puedo vivir sin él. Te dejo a mi pequeño tesoro, seguro que algún día volveré. Gracias”



6 comentarios:

calamanda dijo...

Estimada amiga, una vez más llevados de tu mano nos transportas
y nos entusiasmas con otro bonito
y muy real relato y que yo de pequeña escuchaba a mis abuelos
contar historias parecidas...pero
como en tu relato siguen siendo
hoy una realidad.

Un abrazo fuerte.

Victoriana Díaz dijo...

Lisa, es tu agua de mayo, llego a tu vida con esa suavidad del agua deseada.
Precioso relato, amiga cuanta verdad dice de lo que hoy y siempre pasó con criaturas inocentes. Ojala todos los niños abandonados tengan esa suerte.
Te aseguro que recibiras más de lo que dás. Estoy segura que esta buena obra te engrandecerá y te dará mucha felicidad.
Un abrazo para tí y para Lisa.

Recomenzar dijo...

Tus relatos me transportan llevándome al momento de tus letras

Unknown dijo...

Reconozco que me da pereza leer relatos largos pero cuando me decido con uno de los tuyos siempre me quedan ganas de que la historia continúe.

Juan Antonio ( Amaneceres mios) dijo...

Hoy quiero dar gracias a Dios por ese don que te dio y por lo que supone para mi el aprender cada dia de tus letras.Me emociona como le das vueltas a las historias hasta esos finales increibles.Como siempre enhorabuena amiga y maestra y muchas gracias

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola, María Angeles:

Un relato de la vida misma, no creo que nada ni nadie justifique el abandono de un hijo, aunque a veces haya manos bondadosas que los acojan con cariño.

Gracias por visitarme,

Abrazos.