¿Qué tienes Mujer
que imploras al cielo huérfano y helado? Son días fríos de candelas y hermandad
más, por la calle Platerías bajan peregrinos a buscar bajo la Vera Cruz de tu
manto el consuelo. Tú eres madre y, aunque llevas escondido en tu corazón el
dolor y enmudeces ese grito ausente, todos sabemos que con mirarte, el consuelo
de tus hijos abrazas, por eso, porque eres Madre grande y hermosa, reflejo de
la mujer castellana: austera, silente, fuerte como un roble que crece con el
vigor de su raza.
…Dicen que cuando calla
Sevilla, habla Triana y, entre callejuelas de azahares reina La más grande, la
Esperanza, la de Triana; al otro lado del Guadalquivir la encontrarás… ¡Ánimo,
valientes, todos por igual! Se oye decir
por la calle Pureza mientras pétalos de rosa revolotean cual pajarillos en la
noche más ilustre. Por allí camina la otra Madre, tan hermosa como la recia
castellana.
Son dos madres que
mecen a su hijo mientras sus rebaños, vallisoletanos y sevillanos, van tras sus
pasos acompañando el dolor de esas dos Madres.
¡Al cielo con Ella! Anuncia
una voz rasgada, firme, y el puente de Triana se plaga de aplausos… Después,
silencio, adoración, respeto, un murmullo de pequeños pasos acompasados y
mecidos por el susurrar de las aguas; transportan entre nubes de amor a su
Esperanza en busca del pueblo llano que la espera con toda la gracia andaluza,
que es mucha.
En Castilla, patria
del conde Ansúrez, cuyos amaneceres son polvorientos cotilleos de nubles
blancas a ras del suelo, y que tanto amo, por ser tierra que me prohijó cuando
tenía apenas tres años mal contados. Mi corazón de niña se escribió a la Vera
de su Cruz; mi casa lindaba a la de mi Madre Dolorosa. De su rostro aprendí la
dulzura, el amor callado y resignado y, hoy, muchos años después, cuando mi
alma se agita o mi corazón agradece, voy a sentarme en uno de sus rincones a
mirarla de frente para que me dé el valor que Ella tiene, la fuerza para seguir
escalando mis horas, y descubrir que dar es la más alta alegría que un hombre
puede tener.
Lo mío con Triana
fue un amor a primera vista, sin empaques, con descaro, llenándose cada uno de
mis poros de su sobria humildad; Ella me recibió como si de toda una vida me
hubiera estado esperando. Tiempo después, fíjense en lo que les digo, un buen
amigo, a sabiendas de mi hondo amor por la Esperanza, me mandó en un tramo
doloroso de mi existencia, agua bendita de la capilla marinera donde habita una
de mis Madres. A Ella apreté mis miedos, y de Ella me llegó su luz y, así, de
esta manera silenciosa a la par que de bulla se llenaban mis pulmones, comenzó
nuestra historia escrita en aroma de azahar y, que cada cuaresma, cuando el sol
comienza a nutrir los tejados de
primavera, vengo a su encuentro, a reposar mis huesos de soldado, cansados y
desnutridos, a contar mis tiempos del
revés en la más íntima y personal comunión entre una Madre y una hija.
Se abren, pues, las
puertas de la cuaresma para píos e incrédulos, escuchadme, por favor… Si es menester
que en un hueco de vuestras vidas haya tiempo para mirar del derecho, del revés,
de frente y de costado a estas dos grandes Mujeres, Madres de todos, impíos y
crédulos, viajad a Ellas, bajad vuestras voces y abrir el corazón
apesadumbrado, frío y descreído, os aseguro que notaréis el calor que solo una
Madre saber dar a su hijo.
Calle Platerías,
calle, Pureza, se os llena el asfalto de farolillos blandos, tiernos
melocotones alumbrando la Fe, caminad, caminad sin temor, la belleza está
expuesta en toda su dimensión para vuestros ojos y, si de vuestras bocas surge
plegaria de Salve, cantad, cantad, no hay mayor Salve que la Marinera y la
Castellana.
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