¡Ha pasado tanto tiempo!, sin embargo mi memoria fugaz para el presente no
lo es para el pasado. Me trae las imágenes nítidas, las sensaciones a flor de
piel, y los sentimientos se aceleran cada vez que recuerdo capítulos de mi vida
de aquel entonces.
Yo era una chiquilla malcriada en el año mil novecientos sesenta, sin
oficio ni beneficio, tan solo me dedicaba a gastarme el dinero de mi padre. Mi
madre había muerto tres años antes de un cáncer de mama, y ni siquiera fui al
entierro. Mis padres me habían mandado a estudiar a un colegio de señoritas en
Suiza. Pretendían ambos que al menos me refinara y una leve pátina de cultura
me entrara en la sesera. Me enteré de su muerte cuando vine de vacaciones por
navidad. Mi primer pensamiento al enterarme de la noticia fue que era un paso más
para mi libertad. Ahora me río, no sé lo que entendería en aquel entonces por
libertad pues siempre hice lo que me dio la gana.
Mi padre se hallaba muy apenado por la pérdida de mi madre, y apenas dormía
por la noche dedicándose a vagar por la casa. Su cabeza no volvió nunca más a
su ser. De haber llegado a lo más alto en los negocios, cayó estrepitosamente
al vacío en unos meses.
Recuerdo que me llegó un aviso en el mes de mayo del año siguiente que
volviera rápidamente a España. Yo, encantada. Lo que no sabía ni se me hubiera
pasado por mi imaginación lo que estaba a punto de suceder en mi vida.
Cuando llegué al aeropuerto de Madrid me estaban esperando mis tíos Jacinto
y Emilita, ésta hermana de mi padre. Iban los dos ataviados de riguroso luto,
pero ni por esas me pregunté que harían vestidos de esa guisa. Me miraron
condescendientemente para pasar a boca jarro a la noticia.
-Mari Carmen tu padre se suicidó el martes. Se encontraba acosado por las
malas inversiones. Vamos, hija mía, tu padre se había arruinado y entre la
muerte de tu madre que nunca lo supero y los acreedores, no pudo con esa carga
y el martes por la noche se tiró desde el balcón del salón.
Les miraba con una sensación flotante, un sueño difuminado en negro sin
entender nada.
Me cogieron del brazo y me guiaron hasta un taxi. Yo seguía aferrada a mi
equipaje como si me fuera la vida en ello.
En vez de ir a mi casa, me llevaron a la suya, me vistieron de negro con
ropa de mis primas y nos fuimos directamente al cementerio. Yo no hablaba, me
dejaba llevar de un lado para otro. Me besaron, me sobó gente que ni conocía,
me dijeron palabras que debían de ser de aliento, pero mi corazón se había
parado y era incapaz de sentir nada.
Cuando todo terminó, volvimos a la casa de mis tíos, y la chica de servicio
me dio un vaso de leche caliente. Mi tía me suministró una pastilla y me
acostó; me dormí inmediatamente. Cuando desperté me dijeron que había estado
durmiendo tres días enteros. De nuevo mi tía guió mis pasos. Esta vez al cuarto
de baño. Me había preparado una bañera de agua tibia. El agua me tragó y yo
agradecí aquel calor suave que fue devolviéndome a mi nueva realidad.
En los días siguientes me fueron preparando para lo que me esperaba. De mis
padres no quedaba rastro; ni su presencia ni su dinero, todo se había ido.
Bueno no, quedaban todas las deudas.
Mis tíos, no lo voy a negar, fueron muy buenos conmigo, hasta pacientes
ante mi inercia. Pero una noche, después de cenar, mi tío me invitó a ir a su
despacho y me habó como era él: sin rodeos ni tapujos.
-Mari Carmen, por tu bien vamos a dejar de mantenerte. Han pasado tres
meses desde la perdida de tu padre. Tú tienes veinte años. Con esa edad tu tía
ya llevaba cuatro trabajando para ayudar a su familia. Tú lo tienes más fácil.
Sólo tienes que trabajar para ti. Tus padres te dieron una educación exquisita,
es el momento de demostrarlo. Aquí siempre tendrás un hogar, unos tíos, unos
primos, pero has de encauzar tu vida.
Ya sabes Mari Carmen que al despacho llega mucha gente de todo tipo aunque
siempre son personas con dinero. Hace dos semanas se presentó Doña Teresa
Ulloa, viuda del general Melgar, muy amigo de tus padres. ¿Los recuerdas?
-No, tío, no sé ni quienes son.
-Da igual. El caso es que doña Teresa está buscando alguien de total
confianza para que viva con ella. No tiene hijos y necesita compañía y que la
cuiden. Es una mujer difícil, no te voy a mentir, pero está dispuesta a ser
generosa.
-Tío, me estás diciendo que he de ir a aguantar a una vieja… ¿Para eso mi
educación exquisita, para lavar y fregar el culo de una que ni siquiera
conozco? Yo no soy ninguna chacha- las palabras me salían a borbotones, no era
consciente de mi rabia, ni siquiera de que fuera una persona soberbia y
engreída de mí misma.
-Mari Carmen deja de lado tu tontería. Tienes que madurar. Ya no vives en
el estatus en el que creciste, no tienes donde caerte muerta. Demasiado ya he
hecho por ti pagando las deudas que quedaban. No pienso darte ni un minuto más.
En este momento decides tu vida. Si no quieres lo que te propongo, haz lo que
quieras, pero te vas ahora mismo de mi casa- la voz de mi tío era firme y
autoritaria. Se había levantado del sillón y me miraba con desafío. Yo hacía lo
mismo, como si estuviéramos los dos midiendo nuestras fuerzas, sin embargo algo
dentro de mí me decía que la perdedora sería yo.
En ese momento entró mi tía. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y
suplicantes. En su mano derecha llevaba mi maleta.
-Toma la dirección, te está esperando.
-¿A estas horas, tío?
-Sí, a estas horas.
Y sin mediar más palabras, me vi nuevamente metida en un taxi. Me
acompañaba mi tío pues mi tía le suplicó que me acompañara. No veía su rostro
pues llevaba calado hasta las cejas el sombrero. Continuará…
1 comentario:
Hola Mª Angeles, qué alegría leerte de nuevo, me ha encantado, y también me ha gustado mucho la cabecera del blog con el Puente de Triana de fondo... cuánto arte. Un beso enorme y buen finde.
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