martes, 13 de mayo de 2014

VALLISOLETANO MONTMARTRE

La esencia de una ciudad de provincias se mide, entre otras cosas, en un día festivo…
Hoy es fiesta grande en Valladolid: su patrón, San Pedro Apóstol.
La ciudad ha amanecido desierta, tan dormida que ni los pájaros mayeaban. Un viento viscoso encendía las ramas tiernas de los árboles mientras el sol luchaba por ser festivo con unas nubes nortellas del color del agua, pero ha vencido el astro solar quedando los nubarrones arrinconados para mejor ocasión.
Hacia las once de la mañana el aire zumbón traía melodías sueltas de la dulzaina que tocaba en la Plaza Mayor; plaza tan castellana, tan austera..., de arcos que cubren soportales, de casas pintadas del color de la teja oscurecida, tan abierta como los campos de castilla, tan cerrada como su ánimo enjuto.
Me gusta saborear mi ciudad en la distancia, con la perspectiva que da mirarla con los ojos encariñados en sus costanillas, observarla en latitudes cortas con las pupilas dilatadas para poder palpar realidades que a simple vista no se ven.
Mi ciudad no va de nada. No es coqueta, es como la Virgen de la Vera Cruz: fuerte, humilde, recogida, esencialmente bella en sus interiores drapeados por el rigor del clima y el sudor de su tierra yerma.
Hacia la una se han abierto los portales de las casas y de ellos han emergido los hombres y mujeres vestidos de domingo. Ellas, con el traje de la última boda a la que fueron y su bolso bajo el brazo. Ellos..., ellos ya no son los de antes. Pocos usan ya el terno y sí una corbata caducada dentro de una chaquetilla de punto con olor a naftalina. La gente joven es otra cosa. Ellos van a la moda, no muy acertada, pero sí muy provinciana. Los niños son los amos del asfalto con cara de fiesta y sonrisa de sorpresa.
Hay zarzuela callejera, teatro en las calles, mercadillos artesanales, toros en la plaza con un cartel de primera… El alcalde está muy criticado; él hace que no oye y, aunque de derechas, altivo y controvertido, la gente le sigue votando porque lo que ha hecho este hombre por esta ciudad no lo ha hecho ninguno. Que les pese a toda la oposición, pero los hechos cantan y cuando la obra se ve, no hay más que hablar, y voto al bote para este hombre que ha dejado a mi ciudad más rebonita que un San Luis. Bueno, o al menos una ciudad de provincias muy grata para vivir.
He sacado a mi anciana madre a que el aire desempolvara tanta telaraña adherida a su ánimo y lo hemos gozado como dos pipiolas; tal vez fuera el amor enganchado a los recuerdos que esta ciudad tiene en nuestras historias particulares, no sé, pero el caso que sin dejar la esencia, esa tan propia de una ciudad de interior a la que poco a poco arrancan su piel cateta a tenor de perder su personalidad quienes se empeñan en que hay que modernizarse. Claro que hay que avanzar, pero sin perder lo que somos, que no se nos olvide. Hay que se distintos para que se nos distinga, hay que ser iguales para que se preserve esa esencia que sólo Castilla tiene…, para eso es Castilla, grande de España.
… Pues como iba diciendo, los ojos de mi madre y los míos se ha vuelto como los de dos ardillas interiorizando la sorpresa de ver a Valladolid convertido en una enorme Plaza du Tertre, al puro estilo parisino.  Pintores diseminados por el casco más rancio de la ciudad se hallaban concentrados en sus lienzos; los pinceles corrían por la tela o el papel como un conejillo tras su presa. Acuarelas, carboncillos, hacían realidad a un edificio, a un doblez, a la sombra de un teatro, a un semáforo adormecido... Además, en una ciudad pequeña, las prisas, si las hay, son otras cuyas medidas son difíciles de medir; más, si es festivo; la foto es ralentizada para que los paseantes podamos atrapar un instante sin tiempo ni medida.

Poco a poco nos hemos ido alejando del bullicio festivo. He mirado el semblante de mi madre y estaba en paz, con ese rictus que ofrece el sabor de la felicidad cuando pasa aunque sea de medio lado.

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