La esencia de una ciudad de provincias se mide, entre otras cosas, en un
día festivo…
Hoy es fiesta grande en Valladolid: su patrón, San Pedro Apóstol.
La ciudad ha amanecido desierta, tan dormida que ni los pájaros mayeaban.
Un viento viscoso encendía las ramas tiernas de los árboles mientras el sol
luchaba por ser festivo con unas nubes nortellas del color del agua, pero ha
vencido el astro solar quedando los nubarrones arrinconados para mejor ocasión.
Hacia las once de la mañana el aire zumbón traía melodías sueltas de la
dulzaina que tocaba en la Plaza Mayor ;
plaza tan castellana, tan austera..., de arcos que cubren soportales, de casas
pintadas del color de la teja oscurecida, tan abierta como los campos de
castilla, tan cerrada como su ánimo enjuto.
Me gusta saborear mi ciudad en la distancia, con la perspectiva que da
mirarla con los ojos encariñados en sus costanillas, observarla en latitudes cortas con las pupilas dilatadas para poder palpar realidades que a simple
vista no se ven.
Mi ciudad no va de nada. No es coqueta, es como la Virgen de la Vera Cruz : fuerte,
humilde, recogida, esencialmente bella en sus interiores drapeados por el rigor
del clima y el sudor de su tierra yerma.
Hacia la una se han abierto los portales de las casas y de ellos han
emergido los hombres y mujeres vestidos de domingo. Ellas, con el traje de la
última boda a la que fueron y su bolso bajo el brazo. Ellos..., ellos ya no son
los de antes. Pocos usan ya el terno y sí una corbata caducada dentro de una chaquetilla
de punto con olor a naftalina. La gente joven es otra cosa. Ellos van a la moda,
no muy acertada, pero sí muy provinciana. Los niños son los amos del asfalto
con cara de fiesta y sonrisa de sorpresa.
Hay zarzuela callejera, teatro en las calles, mercadillos artesanales,
toros en la plaza con un cartel de primera… El alcalde está muy criticado; él
hace que no oye y, aunque de derechas, altivo y controvertido, la gente le sigue
votando porque lo que ha hecho este hombre por esta ciudad no lo ha hecho ninguno.
Que les pese a toda la oposición, pero los hechos cantan y cuando la obra se
ve, no hay más que hablar, y voto al bote para este hombre que ha dejado a mi ciudad más rebonita que un San Luis. Bueno, o al menos una ciudad de provincias
muy grata para vivir.
He sacado a mi anciana madre a que el aire desempolvara tanta telaraña
adherida a su ánimo y lo hemos gozado como dos pipiolas; tal vez fuera el amor
enganchado a los recuerdos que esta ciudad tiene en nuestras historias
particulares, no sé, pero el caso que sin dejar la esencia, esa tan propia de una
ciudad de interior a la que poco a poco arrancan su piel cateta a tenor de
perder su personalidad quienes se empeñan en que hay que modernizarse. Claro que
hay que avanzar, pero sin perder lo que somos, que no se nos olvide. Hay que se
distintos para que se nos distinga, hay que ser iguales para que se preserve esa
esencia que sólo Castilla tiene…, para eso es Castilla, grande de España.
… Pues como iba diciendo, los ojos de mi madre y los míos se ha vuelto como
los de dos ardillas interiorizando la sorpresa de ver a Valladolid convertido en
una enorme Plaza du Tertre, al puro estilo parisino. Pintores diseminados por el casco más rancio
de la ciudad se hallaban concentrados en sus lienzos; los pinceles corrían por
la tela o el papel como un conejillo tras su presa. Acuarelas, carboncillos,
hacían realidad a un edificio, a un doblez, a la sombra de un teatro, a un
semáforo adormecido... Además, en una ciudad pequeña, las prisas, si las hay, son
otras cuyas medidas son difíciles de medir; más, si es festivo; la foto es
ralentizada para que los paseantes podamos atrapar un instante sin tiempo ni
medida.
Poco a poco nos hemos ido alejando del bullicio festivo. He mirado el
semblante de mi madre y estaba en paz, con ese rictus que ofrece el sabor de la
felicidad cuando pasa aunque sea de medio lado.
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