“Me interesa el futuro porque
es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida” Woody Allen
Era una tarde de domingo de
junio, seguía la lluvia espoleando a la ciudad y los cristales de la residencia
de ancianos eran el reflejo lacrimógeno del estado anímico de sus inquilinos.
No obstante en el jardín había una mujer paseando bajo un paraguas. A veces
paraba su cansino caminar y miraba el verde totalitario que la rodeaba. Las hojas de las enredaderas, las de los árboles
frondosos no solo brillaban por ser recién nacidas, las gotas de agua
depositadas en ellas hacían que se convirtieran en estrellas fulgurantes de un
jardín encantado mientras la fuente chisporroteaba por el vientecillo fresco
sobre las piernas de esa anciana. La mujer reemprendió la marcha hasta toparse
en un esquinazo con un exuberante ramillete de hortensias del color de la
frambuesa; volvió a parar y aunque lejana la visión de Marta, ésta pudo
adivinar sorpresa en los ojos de Camila, incluso una leve sonrisa extraviada en
su boca. La monotonía de aquel paseo en una tarde lluviosa de junio se había
roto porque aquel color rojo chillón tirando aun rosa raro había despertado la curiosidad en la
cabeza de un ser humano cada vez más perdido en esos mundos en que la edad todo
lo estropea.
Marta seguía con avidez los
pasos de la coetánea de su madre. Desde que su progenitora llegó a aquel lugar,
donde se entra medio vivo y sales con la mortaja prendida en el ojal, Marta
había descubierto el placer en la observación, en la decadencia, en el gesto,
en la actitud, de los mayores que cada tarde la rodeaban. Había aprendido a
leer en voz alta el periódico, a contar lo cotidiano en forma de relato, a
abrazar al anciano que se la pusiera delante con una mirada, con una sonrisa,
con una palabra alegre rebotando esperanza.
Pero esa tarde de junio en que la
lluvia se obstinaba en barrer el ánimo y la palabra, a Marta no se la ocurría
otra cosa que dejarse arrastrar por aquellas lágrimas de agua. Sin embargo
mientras estaba abstraída, notó que su madre juntaba su cuerpo al suyo en aquel
minúsculo sofá para dos, y que después de aquel gesto sin importancia, la madre
cogía la mano a su hija y se la apretaba suavemente; este movimiento ya no era
normal porque Marta y su madre jamás se propinaban ese tipo de actitudes
digamos demostraciones cariñosas.
Marta volvió la cara hacia la
de su madre y ésta se puso a hablar casi como en un monólogo…
-Tengo pánico. Yo he vivido
mucho, pero lo de ahora…-Marta sin saber por qué respondió…
-Yo tengo mucho miedo, Mamá.
-Dios líbrenos de los
resentidos sociales, da igual del signo que sean. Los resentimiento, el rencor,
los complejos, no son buenos consejeros, y la situación actual de todos contra
uno no es buena… Háblame de dónde han salido toda esta gente, hija. En radio
María solo rezamos, pero noticias no hay, aunque una auxiliar me ha dicho que
un alcalde al tomar posesión de su cargo, retiró con violencia un crucifijo…
-Mamá, ¿te acuerdas de aquellas
concentraciones en la Puerta del sol de Madrid que estuvieron reclamando
justicia e igualdad? Pues son ellos que con ayuda de otros partidos han llegado
al poder. Entiende, Mamá que después de estar seis millones de personas en el
paro, echar a gente de sus casas por no poder pagar hipotecas mientras los
políticos y no políticos robaban a manos llenas, pues ha sucedido, en resumen
esto y esto es lo que se ha votado en las urnas.
-No, hija, no, eso no se ha
votado en las urnas. Tú eres joven y también me has dicho que tienes miedo.
-Todos tenemos miedo a los
cambios, a lo desconocido, Mamá, y tengo miedo, sí, mucho porque no sé quienes
nos van a gobernar, porque los periodistas un día nos dicen una cosa, y al
siguiente otra. Porque los rumores de revanchismo cada vez se engordan más,
porque no sé si esta gente sabrá administrar justicia con coherencia y sin
rencor que pueda dañar a otra gente de bien que piensa distinto a ellos. Tengo
miedo al totalitarismo solapado que pueda yacer detrás de sus maniobras… ¿me he
explicado, mami, para que me entiendas?
-Me meto en la cama y no hago
otra cosa que pensar en ello, hasta sueño con ellos. La otra noche soñé que la
alcaldesa de Madrid llamaba al rey para decirle que se fuera a un piso pues
tenía dinero para pagarse un alquiler, y que abandonara el palacio… Felipe es
buen chico, buen embajador de España…
-Mamá, por dios, demos tiempo
al tiempo. Este tiempo pondrá a cada uno en su sitio…
-Tú tienes estudios, tú conoces
que pasó en a partir del año treinta y
uno…
-Mamá, pues cosas buenas y
cosas muy malas…
-…Y la historia está condenada
a repetirse, también, Marta.
Terminada estas palabras, la
cabeza de la madre se apoya en el hombro de la hija mientras sus manos se
aprietan más fuerte.
Afuera sigue lloviendo. Un
trueno espanta el embeleso de la anciana con paraguas que se precipita a la
cristalera. Está tan asustada que no atina a abrir la puerta. Marta se da
cuenta y va corriendo a abrir a Camila. La mujer entra chorreando agua y se
abraza a Marta y la dice en un susurro:
-¡Ya vienen!
Marta vuelve junto a su madre y
se aprietan una junto a la otra en aquel minúsculo sofá para dos. Cae la tarde
y Marta sigue pensando cómo disipar los fantasmas de un anciano cuando su
propio miedo a lo desconocido atenaza sus entendederas.
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