"Tinta china:tinta que se hace con negro de humo y se usa especialmente para dibujar. Comenzó a utilizarse en China en el siglo III antes de Cristo, luego llegó
a Japón y finalmente
se expandió por el mundo…”
Pongamos
que hablo de La hija de Dios, un pueblo de apenas 100 habitantes, según el censo
que mires. Patria de la paz, el sosiego
y la concordia, al menos hasta un tiempo reciente.
De
costumbres sencillas, siesta para aliviar el cuerpo, partidita de tute por eso
de haber un sano deporte, un baño en la poza para refrescar los veranos. Paseos
entre encinas o por el bosquecillo de la ribera del rio de la Hija, de chopos,
sauces, olmos y fresnos, o si me apuráis, un paseíto por La Calzadilla, antigua
senda pecuaria de origen romano y hoy acondicionada como senda ecológica. Y por
último la mejor y bien encajada costumbre de cortar y hacer trajes a medida del
rumor e imaginación en la plaza del pueblo o a la puerta de la iglesia. He de
añadir que con gran jolgorio y algarabía a finales de septiembre, las fiestas
de San Miguel son un hito entre los lugareños atrayendo a los que partieron a
la capital pero que aún conservan raíces y ancestros en este pueblín de clima extrema.
Pero
aquella paz ilusoria y de larga trayectoria en tiempos que fueron, un buen día
fue alterada por un caso de extrema gravedad: don Ramiro, el señor alcalde y
gobernante aplaudido por la mayoría de sus habitantes a la par que votantes
desde hacía trece años, sufrió un devaneo estando jugando su consabida partida
de tute. Su cabeza pelada de cabellos cayó, de repente, fulminada encima de la
mesa de mármol. El ruido fue tremendo, las cartas salieron volando y la cabeza
de don Ramiro no respondió a los requerimientos de sus súbditos. La señora
Casilda, dueña del bar, mugrienta ella, mugriento su bar, pero de excelentes
dotes en la cocina y si no, que preguntes por su cocido desengrasado, ¡el más
rico en muchos kilómetro a la redonda!, pues bien, ella misma con manos
temblorosas llamó al cuartelillo, como si la benemérita fuera a remediar el
cabezazo del señor alcalde. Estos, con sano juicio, llamaron a don Mariscal, el
médico del pueblo, que a esas horas estaba en brazos de Morfeo mientras en la televisión se urdía una película del
lejano oeste.
Don
Mariscal, con maletín en ristre, corrió al bar a suministrar los primeros
auxilios.
-¡Rápidamente,
llamen a una ambulancia! Don Ramiro se nos muere.
Todos
mudos, el silencio abarcaba hasta las moscas más reticentes al silencio.
El
tiroriro de la sirena de la ambulancia tardo en llegar una escasa media hora. Mientras
tanto, don Mariscal tomaba una y otra vez el cuerpo maltrecho de don Ramiro que
ahora yacía en el sucio suelo del bar mugriento. De vez en cuando el
fonendoscopio del medicucho se paseaba por el pecho peludo y plateado del
alcalde.
Y
allá partió don Ramiro a un futuro incierto y de dudosas expectativas.
En
el pueblo comenzaron a correr los días mientras las noticias que llegaban de
Nuestra Señora de Sonsoles poco variaban, el enfermo ni patrás ni palente, sino
todo lo contrario. Entonces, los lugareños comenzaron a mostrarse inquietos,
unos más que otros, por el vacío de poder reinante desde que la cabeza de don
Ramiro dijera “Hasta aquí hemos llegado”, y un par de compañeros del enfermo
comenzaron a jugarse a los chinos quién debía ocupar la plaza del señor
alcalde. Empezaron a dispararse rumores en la plaza, en la puerta de la
iglesia, incluso entre las cartas del tute que caían una y otra vez interrumpido
su juego por menesteres mucho más elevados. Tanto es así que dejaron de
interesar las noticias que llegaban del hospital pues mucho más importante era
la partidita de chinos para saber quién sería el nuevo alcalde.
Así
don Ramiro, olvidado por los suyos fue recobrándose de aquel inoportuno infarto
cerebral que, gracias a Dios y toda la corte celestial, no dejó secuelas en el
señor alcalde.
Y
una mañana de primavera, de primavera adobando el campo de de finos ramilletes
de florecillas amarillas, a don Ramiro le dieron el alta hospitalaria. No le
cabía más alborozo en su cara desengrasada de tanto porcino que había comido en
su vida y con el corazón henchido de volver a casa.
-Paquito,
hijo, no corras, que mi pueblo me espera igualmente. Me siento un chiquillo, ¿sabes?
Con ganas de hacer de tó por los míos y en consecuencia por España.
¡Pobre
don Ramiro!, no sabía lo que le esperaba entre tanto rumor, compañero
defraudador y enemigos en ciernes.
Pero
la recién renacida juventud del señor alcalde no amedrentó su ánimo y sí el
ánimo furibundo de los compañeros que querían su sillón y su vara de mando.
Se
empezó un plan de asedio. Primero sordo y más tarde a voces. Los rumores se
hicieron eco, el eco en hechos imaginarios y la reputación de don Ramiro fue
vapuleada por propios y extraños hasta que una mañana, también de primavera,
pero esta vez de tormenta agitada y lluvia rabiosa, sonó el timbre de la
puerta. La mujer de don Ramiro fue a abrirla muy extrañada por la hora temprana
“Algo grave sucede en el consistorio porque si no, no me lo explico”, pensó la
pobre mujer. Y cuando abrió la puerta la benemérita empuñaba sus escopetas.
-Que
salga don Ramiro, la justicia le espera.
La
mujer de don Ramiro y Paquito, su hijo, aún no saben de qué justicia han de
tratar con su marido. Llora y llora sin entender a su España más querida y menos
a su pueblo que acusa a su alcalde de fraudes, fraudes y más fraudes.
Hoy,
una mañana de vísperas de las fiestas de San Miguel, en el salón de plenos del
ayuntamiento de Hija de Dios jura cargo y bandera el nuevo alcalde. Le apoyan
los de aquí, los de allá y los de la moto.
¡Qué
gobierno más desgobernado e ingobernable, Dios mío! Piensa la mugrienta dueña
del bar mugriento mientras hace un cocido, esta vez bien grasiento, para el
nuevo señor alcalde.
Con
tinta china les escribo este relatillo que me acabo de inventar, pero que a buen
seguro pasa en la realidad. La humanidad, desde siglos antes que los siglos se
hicieran legales, ha nacido putrefacta por unos cuantos y su afán de poder es
tan grande que mata a la justicia y a la mucha dignidad y verdad que pululan
por los submundos de Dios.
¡Ah!,
la tinta china es normalmente utilizada para dibujos. Así pues, si lo desean,
piensen que esto es un Guernica actual, sin bombas pero igual de destructivo.
Buenos
días, tengan ustedes.
1 comentario:
Mi querida Ma. Angeles:
Te escribo con la mejor de las tintas chinas para expresar mi aprecio por ti y por todo lo que escribes y publicas.
Wow : un pueblo de 100 habitantes...
Un gran abrazo!!!
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