martes, 8 de noviembre de 2016

RETRATO DE DOS MUJERES

En tierras de Castilla, las fechas señalan que es tiempo ya de heladas, niebla, y ese frío que se mete en los huesos y que no te abandona hasta bien entrada la primavera. Un suave rumor de castañas se cuela en tu olfato. Cierro los ojos para saborear ese instante efímero. Los aromas te hacen viajar a las estanterías más añejas de la memoria. Allí sin ninguna dificultad reconoces momentos vividos como si estuvieras ahora anclada en aquel tiempo que fue. Perfume de acerolas, castañas asadas, ajo, jabón de Moussel Legrain, y galletas; esos son mis recuerdos Allí están colocados al alcance de mi olfato, pero no está el de Azul. Una tristeza invisible se apodera de mi memoria, Sí, en los tiempos que Azul y yo éramos chiquitas, los extremos se alejaban sin conciliación posible. El carácter de los adultos era así, la sociedad, también. Con lo cual perdías el aroma de tu gente. Tú eras un niño sin voz ni voto, y tus padres rompían puentes que, cuando crecías, habías olvidado que una vez hubo allí un camino.  A Azul y a mí no nos dieron oportunidad y nuestros caminos jamás se conocieron…
La mirada se ha ido a la ventana, los cristales empañados afloran lo que hay fuera, pero aún sin grados a la vista, hay un cielo de azul Blanquecino que despierta a un nuevo día. Precisamente ha sido ese color el que me ha traído el recuerdo de Azul. La pusieron ese nombre porque nació pequeña y azulada. Nada sé de aquellos primeros pasos por el mundo destinado para Azul. Sin embargo, un día de esos que nacen tuertos porque la gente, algunos, están empeñados nuevamente en traer pasados que por su edad es imposible que los hayan podido vivir y, sin embargo, se empecinan en deletrear aquel rencor y odio, en dilatar castas de acomplejados sociales, me vi abocada a dejar de leer la prensa, y sin venir a cuento un nombre se puso delante de mis pupilas, Azul García. A partir de aquel día, Azul y yo nos encontrábamos por esos mundos de alambres invisibles. Palabras correctas que se fueron expandiendo hasta llegar a reconocer, o mejor saber, que por las venas de Azul y por las mías había una sangre en común.
Ha transcurrido el tiempo, vamos acumulando momentos, escribiendo una historia llana entre las dos. Un relato que comienza como quien dice antes de ayer, pero ya tenemos varios capítulos escritos juntas. Me gusta esa sensación sanguínea aunque la comunión de la sangre se escriba de roce y convivencia, no de un líquido común.
A la sombra de un gato llamado Rocío y unas chanclas de un chino, en la habitación de un hostal, dos mujeres desnudan sus recuerdos, sus gustos, algún secreto.
No sé qué descubriría Azul de mí. A mí ella me asombró. Me asombró su osadía para mirar la vida de frente y no de costado. Viuda muy joven, de repente se vio truncado su camino; agarrados a su faldriquera, tres polluelos. Se tuvo que inventar una autopista, pintar el asfalto, poner señalizaciones, todo. Muchos años después aquí está con los brazos en jarra, con la determinación suficiente para que ningun obstáculo se ponga delante de sus pies porque si osaran entorpecer su camino, Azul sería capaz de dar un puntapié tan severo como firme. Su voz es pausada, su tranquilidad, manifiesta. Ríe con ganas y por las comisuras de sus labios se escapa su espíritu práctico, de rompe y rasga si llega el caso. Una generosidad se vislumbra en ojos de caramelo tostado, su bondad te la entrega a puñados pues para ella compartir es esencia vital.
Me gusta, sí, esa sensación sanguínea que nunca tuve, como esa otra sensación de compartir unas chanclas de un chino a 2€… Nuestras vidas son trenes y estaciones. Unos suben, otros bajan. Temes perder el tren, pero si te empeñas lo alcanzarás a tiempo, en el último segundo, pero te subirás a él y mientras dure el trayecto de nuestras vidas, iremos escribiendo capítulos de nuestra existencia.

Azul y yo comenzamos en el segundo piso sin ascensor en una calle de una sola dirección en la que tocábamos el cielo con las yemas de nuestros dedos.

1 comentario:

Macondo dijo...

De esas mujeres que te hacen carcajear cuando alguien llama al género femenino "sexo débil".