miércoles, 11 de enero de 2017

DON SERVANDO Y SUS TIEMPOS

Menudo disgusto tiene don Servando; maldice y maldice sin atisbo de arrepentimiento. Pasa por el Altar y apenas mira a su Señor por miedo a que le eche en cara que esa actitud no es de un cura. Pero, ¿Qué cura va a ser si no sabe cuidar de sus ovejas? Si éstas se le han desmadrado y ya no impone ningún respeto… ¡Ah! Qué tiempos aquellos en los que don Servando paseaba por la alameda, y todo aquel que se le cruzase le miraba con respeto y, algunos, hasta con devoción. Tiempos en que recibía lo mejor de la matanza de sus feligreses estaba en la despensa de don Servando, tiempos en que sus obras de caridad eran conocidas por toda la provincia. ¿Por qué? Su acólito, Fernandito, cada misa, rosario, novena y funeral, recorría los bancos de la iglesia y todos, cada uno de los devotos que llenaban cada día la parroquia depositaban, en el cestillo de Fernandito, monedas y billetes.
Sus homilías eran escuchadas con más pasión y fervor que las mismísimas palabras del Caudillo de España.  Pero han pasado treinta y siete años de aquello y a su humilde iglesia no va ni Cascorro, el borrachín del pueblo que se pasaba las horas muertas en el penúltimo banco durmiendo la mona. Ha tenido que reducir sus homilías, apenas doña Sepúlveda y Paquita la del churrero, son sus oyentes más fervorosas. Ha tenido que disminuir las misas, ni muertos hay para oficiar un triste funeral. El rosario lo reza con Leocadio, más sordo que una tapia y que le da igual una novena que un vía Crucis. ¿A dónde fueron a parar los ricos chocolates con finos picatostes de las tardes de domingo en casa del señor alcalde? Si ahora el alcalde es agnóstico aunque don Servando va mucho más lejos y piensa que su iglesia está en medio de un nido de ateos.
Las cosas comenzaron a ir mal cuando la democracia llegó y los socialistas subieron al poder allá por mil novecientos ochenta y dos. Pero el colmo de los colmos es que ahora gobiernan los populares y no sólo siguen en el empeño del matrimonio homosexual, es que no quitan la ley del divorcio ni el maldito aborto… ¡Señor, Señor! Dónde vamos a ir a parar…
Sin embargo eso en estos momentos es pacata minuta para este cura enfurecido, lo que de verdad le preocupa a este hombre dedicado a Dios desde hace más de cincuenta años ya no es que haya perdido predicamento entre su rebaño sino que le roban, le roban la nada que entra en su parroquia.
Primero le robó Fernandito, su acólito, hubo de hablar con él y descubrió que realmente era un mandado de su madre con lo cual fue a hablar con ella y, efectivamente, eran un encargo de una madre desesperada porque habiendo enviudado tenía que sacar a sus cinco retoños con unos ingresos efímeros. Así que don Servando de la nada que entraba en su parroquia cada día daba algo a Fernandito. Incluso fue a pedir al colmado de Eladio unos garbanzos, unas alubias, arroz… lo que fuera. A regañadientes se lo dio, claro, a cambio de un par de velas por su alma ya que Eladio era temeroso de Dios aunque no pisara la iglesia.
Escribió al arzobispado para contar su situación desesperada, pero le contestaron que “ajo y agua” y don Servando cayó y empezó a peregrinar por las casas de los pudientes del pueblo que cada vez eran menos. Cuando esta salida se acabó, comenzó a tirar de sus precarios ingresos hasta quedarse sin velas en la parroquia, Dios se iluminaría solo, pensaba el pobre cura.
Una noche tuvo un sueño que, además de discutir con su Señor por permitir tanta hambre, soñó que guardaba bajo siete llaves tesoros parroquiales que sólo sacaba una vez al año en las fiestas de la Purísima, lo cual era verdad, pero vio en su sueño que iba al Monte de Piedad de la capital a empeñar las joyas para poder seguir ayudando a los más desfavorecidos… Se despertó sobresaltado, sudoroso tratando de recordar toda aquella pesadilla. Cuando lo hizo sonrió, Dios, su Señor, no le había abandonado, pensó el muy ingenuo. Se levantó y, cogiendo las llaves del armario en el que guardaba los tesoros fue a contabilizar lo que le podrían dar en la casa de empeño, pero el sueño no le había desenmascarado su pesadilla real pues al llegar al armario descubrió con gran zozobra que tales tesoros había desaparecido, ¿cuándo? Y quién lo sabe… Volvió a su lecho a calentarse los huesos y la pena.
Y, así, comenzó su calvario particular. Poco a poco, este cura hecho a la antigua usanza agotó sus posibilidades de supervivencia en favor de su rebaño hasta que un buen día sus dos feligresas más piadosas e incondicionales se sobresaltaron al ver que don Servando no había abierto las puertas para misa de ocho. Esperaron y esperaron inútilmente y, cuando se cansaron de esperar, fueron al cuartel de la benemérita a dar razón de lo acontecido.
Al forzar la puerta de la casa parroquial, encontraron el cuerpo sin vida de don Servando, de rodillas, en sus manos un rosario, en sus hombros una manta roída y, su cabeza, postrada en el reclinatorio; el medico del pueblo certificó su muerte por inanición y frío.
Sus feligreses, los descreídos, los devotos y demás comparsa, no daban crédito a lo acontecido “Si se pasaba el día pidiendo”, comentaba don Edmundo, el farmacéutico. Don Constancio, el único ricachón del pueblo que quedaba, iba más allá, echando las culpas al obispado por dejar en la penuria a uno de sus siervos.
A su entierro fue todo el mundo, los de aquí, los de allá y entre comidillas y asombros, todos descubrieron que don Servando había renunciado a su vida en pos de las demás, un claro ejemplo para todos sus feligreses y los de kilómetros a la redonda.
Desde aquel día cenizo y lluvioso en el que enterraron a este hombre, no faltan flores en su tumba, nadie sabe quién se las pone, la mayoría dicen que salen por generación espontánea por lo que aquello consideran que es un milagro. El segundo, apuestan que a los más necesitados no les ha vuelto a faltar de nada, al menos las necesidades más básicas de cualquier ser humano están cubiertas por una mano benefactora que susurran que es la de Dios.
Ante estos hechos acaecidos el obispado para añadirse una medalla más ha solicitado a la curia romana una investigación profunda y en caso de hallar pruebas contundentes, comenzar con el proceso de canonización.
¡Pobres diablos! No saben discernir entre realidad, superstición, miedo y demás gabelas mundanas. Es la mano oscura de don Constancio, el ricachón del pueblo, el que mueve los supuestos milagros. Demasiado miedo en su cuerpo, quintales de superchería en su cabeza; ha de aplacar como sea esa ansiedad que le carcome habiendo prometido al Altísimo, aunque no crea en Él, pero por si las moscas fueran a ser que sí existe, voto de silencio, nadie sabrá jamás de sus ayudas a los otros.

Y, así, se acaba la historia, amigos míos, de este hombre que en poco le veremos en los altares. Yo, personalmente, qué quieren que les diga, simplemente me remito a un refrán castellano “Llámame perro, pero dame de comer”

2 comentarios:

Macondo dijo...

Se hará según convenga a la Santa Madre Iglesia, pero antes se coge a un milagro que a un cojo.

Ricardo Tribin dijo...

Muy querida amiga Má. Angeles

Cuando no distinguimos entre la realidad, y la superstición, las cosas se nos complican más de lo que nos imaginamos.

Un inmenso abrazo.