Me he despertado pasadas las cinco y media. La
cama pesaba demasiado, el nerviosismo se adueñaba de mi persona y decidí
levantar el campamento. Las ideas eran saltimbanquis en mi cabeza sin poder
asentar ni una sola. Un café recalentado ha terminado de rematarme, así que he
perdido los ojos por los periódicos de cabecera hasta terminar preguntándome qué
de verdad habría detrás de cada noticia, qué finalidad esconderían las letras
de los periodistas, a dónde nos teledirigen aquellos que supuestamente nos
informan… Demasiadas preguntas en un amanecer que pinta precaución en un cinco
de enero por miedo a que un loco o varios arruinen los sueños de miles de niños
aprovechando la marabunta, o que una cabalgata se convierta en reivindicación secesionista
y, de paso, unos cuantos reclamen coherencia cultural cuando estamos a la cola
en educación y son precisamente los que reclaman, aquellos que son proclives a
las verdades a medias…Mi cabeza ya es una jaula grillos, así que me decanto por
una hoja de ruta en blanco, a crear una historia, igual que el que coge unos
pinceles y un lienzo, o dos agujas y lana y comienza.
Necesito sujetarme a algo bueno, con esperanza,
algo puro en lo que creer y de pronto me acuerdo de una promesa que hice hace
unos días y me esencia se ilumina. Hoy 5 de enero, un día tan especial como
mágico solo debería tener un fin: los niños.
Y mi niña se llama Paula…
Eran una tarde de navidad, de un frio que
vaporizaba las ideas, sin embargo fuera, en la calle, la plaza se acababa de
iluminar de luces de colores y un Tiovivo daba vueltas de ensueño a niños que
reían mirando a sus padres mientras los caballitos de cartón subían y bajaban.
De repente, la puerta de la tienda se abrió con energía y por ella se asomó uno
de los rostros más bonitos que yo hubiera visto nunca. La cara era una luna
blanca, sus ojos dos estrellas luminosas decoradas con unas gafas. Su pelo era
un bosque de castaños con un pequeño lazo en un lado. Su boca, una eterna
sonrisa y su cuerpecillo, grande y vital. Según entró como un huracán se fue a
las estanterías de cuentos infantiles y se puso a rebuscar. Entonces pensé “Esta
es la mía. Voy a manifestarme”
-¡Eh, niña! Mírame, estoy a tu izquierda-la niña
se sobresaltó y se echó para atrás, pero yo insistí- Mueve el cuento de la
izquierda, por favor, estoy atrapado- rápidamente la niña hizo lo que la pedí y
salí medio espachurrado- ¡Gracias!
-¿Tú quién eres?-preguntó mientras me miraba con
sus bonitos ojos.
-¿Yo? El conejo Matías, a tu servicio… Y tú,
¿quién eres?
-Yo soy Paula. He venido con mi madre y mi hermano
y su novia a comprar un libro para la tía Carmen.
-¿Tú no lees?, ¿no crees en la magia de los
cuentos?
-No-Paula me miraba muy segura de sí misma.
-Entonces, ¿qué haces hablando conmigo, para qué
me has rescatado si no lees ni crees en la magia?
-Porque tú me has pedido que te sacara. Mi madre
me ha enseñado que he de ayudar a todo aquel que me lo pida, y al que no me lo
pida, también.
-Paula, yo soy un conejo, sólo existo en tu
imaginación y tú te acabas de meter en mi cuento.
-Yo no estoy metida en ningún cuento, conejo
Matías.
-Anda, ven Paula conmigo, te enseñaré mi bosque.
Hay un río con peces de colores, ¿los ves? Y mira a aquel árbol, ahí están mis
amigos los pájaros. Colibrí, Azulejo, Atrapamoscas ¡Ah! Mira la cresta tan
divertida que tiene Carcajada…
-Son preciosos esos pájaros, conejo Matías, pero
te tengo que dejar, mi madre me llama. Otro día nos vemos, ¿vale?
-Pide un sueño, Paula-dijo conejo Matías.
-Mañana vienen los Reyes Magos. Ahora mismo voy a
pedirles que me traigan un conejo como tú-y Paula se fue dando saltos contando
a MªÁngeles, su madre, que había estado con un conejo parlanchín.
La mañana de Reyes Paula estaba muy, muy dormida,
pero algo que la hizo cosquillas es sus pies la despertó. Tenía tanto sueño que
volvió a cerrar los ojos, pero un picoteo insistente en su oreja la molestó. Paula dio un manotazo y entonces escuchó:
-¡Jo, Paula, me has hecho daño!- Paula dio un
salto, se puso las gafas y miró a su alrededor-Debajo de la almohada, Paula, estoy
esperándote-Paula metió su manecita debajo de la almohada y encontró un paquete
envuelto en un papel muy bonito con dibujos de zanahorias. Lo abrió nerviosa
hasta estrellar sus bonitos ojos con un cuento “Las aventuras del conejo Matías”.
Paula fue corriendo con el cuento entre sus manos hasta la cama de su madre y
la gritó.
-¡Mamá en este cuento hay magia potagia!
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