sábado, 15 de abril de 2017

PAISAJES DE SENSACIONES

Valladolid…

He vuelto a casa con el silencio de la ciudad prendido a su asfalto; apenas quedaban huellas de los seis días atrás que acababan de culminar. Minúsculos grupos de gente hablando en voz baja se despedían y la luz amarillenta de las farolas se ha diluido en mi persona.

Una especie de nostalgia, de vaho  nocturno, iba recalando en mi ánimo. Tal vez fue la luz azul, los grados, los poros de mi piel preparados para absorber o mi alma deseosa de sentir, no sé…, tomaba, al fin, conciencia de haber recuperado el ritmo vital que guía a mis sensaciones a palpar cada cosa que pasa por mi lado y roza la sensibilidad dormida.

Un collage de sensaciones, de visiones, decoran, ahora, mi memoria. Miradas brillantes, escenografías a media luz, sonrisas blancas, rostros vivos, una bulla tan castellana como feliz colándose por cualquier rincón de mi ciudad. Mis niños Dawn con sombrerito de paja o gorra de beisbol, tan tiernos como amorosos, sorprendiéndose que el mundo girara a su lado y ellos fueran capaces de tocarle con sus dedos torpes mientras la mano de un hermano, de un padre, sujetaba a su persona. Esa estela de cortinilla humeante acariciando nuestra nariz con un perfume de incienso. El redoble de tambores haciendo que las plantas de los pies saltaran sobre el asfalto. El sonido de una gaita, un coro de pajarillos, la corneta, la trompeta y el trombón junto a una minúscula partitura y la cadencia de una marcha procesional. Virgen del valle, Bajo tu palio un rosario, Hosanna in excelsis, un Gaudeamus igitur universitario en un jueves santo…, tantas marchas como cortejos, tantas músicas como para elevar a cualquier vallisoletano a un mundo reposado y bien sentido donde cabía un vino, una oración y un encuentro.

Y, sobres nuestras cabezas, flotando Flagelados, Madres dolorosas y Crucificados. Si hasta he visto, hemos visto, los pasos menudos, el rachear del dolor de un Hombre camino de su calvario, con tanta dignidad como humildad. Para, más tarde, nuestros ojos embelesados barnizarse de su piel  de nácar, azuladas sus venas y racimos de sangre correr por su pecho y costado.

Sí, estos días he vivido balanceándome en estos paisajes costumbristas de mi tierra mientras amaba a mi ciudad y, ahora, que el silencio se ciñe a mi cintura, que mi olfato descansa y que la rutina me espera, la memoria se apresura a hilvanarse a los recuerdos de unos días cuya voz posee el color de la belleza.

No hay comentarios: