martes, 27 de junio de 2017

LA PACA, LA MUJER DE LA ESPAÑA INVERTEBRADA

La Paca es una mujer muy sentida. Su yerno decía que pertenecía a la España invertebrada. Cuando comentaba esto, la Paca se le quedaba mirando y en sus adentros murmuraba “Semejante mamarracho, bien podría estar callado, qué sabrá él…” Y ella seguía siendo ella, mujer sencilla y de arrestos “echá palante”
Sin titubear, ve la vida con maestría, otra cosa no puede hacer. A ver, qué remedio la quedó a la Paca al quedarse viuda de un borracho y cinco hijos que sacar hacia un futuro incierto, oscuro el panorama que vio delante de ella cuando se quedó sola con cinco renacuajos... Y, después, la otra desgracia, la más grande, la que nunca imaginó que le fuera a suceder...

¿Leer? A duras penas, y escribir, su nombre en trazos temblones. Eso sí, sumar y restar, hasta con los ojos cerrados.
Aprendió a llamar a todas las puertas, a convertir un no en un sí, a comerse el orgullo y llevar el pan cada día a sus hijos. Limpió la mierda de otros, las horas extras eran las veinticuatro horas del día y su hucha, una lata de aceite que encontró en la basura. “El chisme este e mu bonito” Pensó y, una vez lavado, lo puso de decoración, un recordatorio de todo lo que hubo de purgar en aquellos años de penas y miserias. Nada más entrar cada noche pasaba por la lata a meter sus sobras, pocas, pero tacilla a tacilla, la hucha fue engordando a base de sacrificios, de lágrimas tragadas y la alegría de ser ella y no otra.

Sus cincos hijos, Paco, Manuel, Sebastián, Carmela y Lorena tuvieron buena escuela con su madre. Bueno, menos la pequeña Lorena, la debilidad de la Paca. A veces, cuando todos dormían, a la Paca la gustaba pensar y soñar, y soñaba que la Lorena llegaría a ser algo grande, para eso llevaba el nombre de una radionovela, la favorita de la Paca que escuchó bien de jovencilla y se dijo que un día tendría una hija tan bonita como la muchacha de la radio. Casi se la escapa su sueño, pues su difunto marido quería que la niña se llamara Ambrosia. “Y un jamó”, dijo la Paca.

La madrugada en que se puso de parto, llamó a Paco, su hijo mayor y le dijo “Da vino a Padre, y mucho, la noche será larga”… Amaneció y al mediodía, el marido de la Paca seguía durmiendo la mona, lo que aprovechó ella para ir al registro y llamar Lorena a la destinada a ser Ambrosia, la niña de sus ojos.

Sí, ella daba paría en casa con la ayuda de su amiga Genara, la comadrona del pueblo, y al día siguiente se levantaba como nueva a seguir la faena.
A veces, la Paca piensa que las mujeres de antes eran de otra pasta y ahora se derriten como la margarina. Las comodidades no las ha beneficiado para nada. Además, para ellas la familia no es lo primero y eso antes podía ser un pecado, pero ahora nadie peca, todo vale… “¡Dios, mío, qué mundo” Piensa la Paca mientras  recuerda aquel aciago día. Observaba cómo se arreglaba su Lorena.
-¿Dónde vas, hija, con esas pintas? Que sepas que así, de esa guisa, vas pidiendo guerra.
-Mamá, es lo que quiero.
-¿Y tu marido qué opina?
-¿Ése? Cualquier día le doy boleto y me largo. Pretende tenerme en casa metida cuidando de los niños. Lo tiene claro…
-A ver, tienes a la jodía de tu madre para que les cuide. Esos niños necesitan una madre y no una abuela.
-Mamá, tú vales por las dos. Vendré tarde, no me esperes.
Lorena cerró estrepitosamente la puerta y la Paca pensó que hizo mal llamando a la niña Lorena. Debía haberse llamado Ambrosia, seguro que su carácter hubiera sido distinto y, para colmo, tuvo que aguantar un yerno que decía que ella, la Paca, era de la España invertebrada “será mamarracho”, pensaba mientras ideaba a ver qué contaría al yerno cuando llegase esa noche a casa y no encontrara a la Lorena.
“La niña era un poco puta” Reconoce la Paca, pero para pringada ya estaba su madre o su hermana Carmela, tan tonta como la madre, razonó la Paca… “¿No habría un término medio, Señor?” Suplicó a Dios mientras daba cenar a los dos nietos… “Y es que mi yerno es un capullo, ¿cómo le voy a dejar a mis dos nietos?, ¿para qué les convierta en dos vertebrados españoles?, ¿qué querrá decir este mamarracho con la España invertebrada?... Y así se durmió la Paca aquella noche en que no padeció insomnio, y más la hubiera valido haberlo padecido, así, quizá, tal vez, su Lorena estaría viva.
Porque aquella madrugada el yerno de la Paca llegó a casa y al ver que la Lorena no estaba, la esperó en la puerta con el cuchillo de trocear las gallinas y cuando la muchacha fue a abrir la puerta, de las sombras apareció el mamarracho vertebrado rasgando la vida y la belleza de la Lorena, la chiquilla con nombre de radionovela. Después, él se cortó las venas.

Ha pasado el tiempo y aún la Paca se pregunta quién era quién en aquella España invertebrada de aquel entonces, si su yerno, la Lorena o la misma Paca. Por si acaso, la Paca ha mando a estudiar a sus dos nietos para que sus mentes sean libros abiertos y cerrados, no vaya a ser que los invertebrados vuelvan a rondar su casa.


domingo, 25 de junio de 2017

LAS CARAS DE LA VIDA

La mañana ha nacido plagada de nubes grises, un abanico digno de mirarse mientras tú te vistes de azul y respiras un aire suave y bebes a sorbos tu primer café.
Alguien por los mundos cibernéticos sugiere leer esto, lo otro y lo de más allá, te da los buenos días y me dejo arrastrar encantada pues mi cabeza, aún virgen a estas horas, despierta queriendo saber, pero no saber lo de siempre, lo de todos los días que envenena el ánimo y te hace dar traspiés ya en el alba. No, algo que abra mis poros y me deje sentir que el mundo es otro además del que existe y me muestra reiteradamente la misma faz desagradable y doliente.

Comienzo leyendo poesía, Neruda, Hernández, Salinas, incluso algún poeta que no conozco. Luego, instintivamente, sin darme cuenta, buceo algo que clame la sensibilidad, que pinte mi percepción de sonrisas, de ánimo, de positividad.

Porque estoy harta de políticos, ladrones, criminales, maltratadores, estrellas rutilantes del firmamento futbolístico… Y es una hartura incongruente pues lo que hago es echarles la culpa a ellos y mirar hacia otro lado, y esta mañana en el poso del café me estaba esperando una pregunta “¿Qué haces tú para mejorar todo aquello que te irrita?” Mis ojos dormidos leían los posos sin ver y una segunda pregunta, esta vez era el azúcar quien me preguntaba, “¿Huir esa es tu respuesta?”
Como me eran dos preguntas incómodas, las he aparcado y he seguido viaje por la autopista de la información hasta que una amiga sugiere a hora temprana que leamos un artículo de Aberasturi y allá que me ido.

Me gustó, me gustó mucho y me hizo trasladarme a cuarenta y ocho horas antes. Era la noche de San Juan, estaba atardeciendo y mi ciudad, Valladolid, se hallaba más silenciosa de lo habitual. El calor nos había regalado una tregua a todos.
Recuerdo que íbamos paseando despacio, tranquilamente y casi sin rumbo, simplemente por el placer de dejarse llevar cuando, por una calle que bajaba hacía el río vi dos escenas que me encandilaron e instantáneamente me enamoraron…

La primera, un anciano con sombrero de paja, camisa abotonada hasta el cuello, en silla de ruedas y encima de sus piernas descansaba un bastón. La silla en cuestión iba empujada por un chico joven, no más de veintidós años e iba dando animada conversación al anciano; solo pude oír este fragmento:
-Abuelo, tú no te asustes porque habrá mucha gente pero te lo voy a enseñar todo. Seguro que las hogueras ya están encendidas.
-Tira, tira, tú tranquilo. Para mí esto es una aventura. Luego compramos churros, pero no se lo cuentes a tu madre que nos pela. Vive obsesionada que todo me cae mal al estómago.
Caminamos un rato tras de ellos y sentí ternura y amor.

Segunda escena, llegábamos al paseo de las Moreras. Abarrotado de gente, policías organizando  para que nada quedara al azar y pasan por nuestro lado dos mujeres de distintas edades; bien podían ser madre e hija. Iban agarradas del brazo en amena conversación y señalando con sus dedos a uno y a otro lado. En un momento dado la mujer más joven apoya la cabeza en el hombro de la otra mujer. Escuché sus risas y como la mano de la más mayor acariciaba el rostro de la más joven.

Escenas menudas, simples, pero reconocedme cargadas de belleza. Esa belleza humana que hoy no se ve o no queremos ver.
…He vuelto a los posos del café, al azúcar y he tratado de analizar sus preguntas. No me esculpo de mi actitud, la rabia y el rechazo, no me abandonan, pero quiero pintar mi mundo de colores y que mi gesto lo copien otros o yo lo copie de ellos. Tal vez nuestros hechos hablarán más que nuestras palabras e induzcan a otros a imitarlos.

PD Os recomiendo leer este artículo… http://grego.es/?p=8485

miércoles, 21 de junio de 2017

GESTANDO

Ayer fue uno de esos días que amanecen en gris; cielo y ánimo. Juntos los dos, la luz de tu pensamiento se torna igualmente ceniza. Eso tiene sus pros y sus contras.
Por un lado, cuando el color plomizo te rodea, tu percepción se amplifica, la sensibilidad imprime carácter a tus horas y puedes escuchar mejor el dolor, el desánimo, la languidez en tu propia piel y así escribir con ojos de drama las partes oscuras de la vida que, cuando eres feliz y positivo, no eres capaz de transmitir los duelos en su plena intensidad.
Por otro lado, si despiertas con el día sombrío, incluso con el petricor ajustado a tu olfato, eres incapaz de ver luz en tus minutos; todo te molesta, todo te distrae. Tu tiempo es tiempo perdido en los suburbios de la negatividad.

Y ayer me dio por pensar en mi nueva hija al ver un anuncio que decía a todo color “Descárgate gratis las últimas novedades literarias”; fue lo que me faltaba para presentir temporal en mi ánimo que no se cosía al nuevo día.
Seguramente habrá escritores fecundos, rápidos, ágiles, que con nada se enganchan a un teclado, a una hoja de papel en blanco y crean maravillas sin más; no es mi caso.
Lo normal es que la gestación de una obra literaria, ensayo, poesía, narrativa… lleve sus duelos impresos, sus ausencias, días de sangre en que no ves ni el alba ni el crepúsculo. Días en que como ave de rapiña buscas documentación, meses de claroscuros en los que prende la llama en ti, meses de ceniza en los que tu trabajo se estanca y no avanza por mucho que te empeñes. Horas de absoluta soledad y de ejercicios espirituales en los que te adentras en descuartizar sentimientos…

Yo, cuando comienzo una nueva novela tengo la sensación de tener barro en mis manos, o un lienzo níveo con pinceles y pinturas esperando a mi lado, o un bloque de madera con cincel en ristre… De pronto, ves una pequeña lucecilla y te sujetas a ella; anotas y sigues buceando en tu cabeza, incluso comienzas a manchar el lienzo, a manosear el barro entre tus dedos y no paras hasta que ves ante tus ojos un posible personaje, hasta que sientes que a tu corazón llega una nueva vida y te vistes de ella y vives para ella y terminas siendo ella. Sí, esa persona que vive en cualquier estantería de tu memoria, que viste un día que no recuerdas pero que selló su existencia para que tú la dieras vida en papel.

Se sorprendió la periodista, incluso mis compañeros de tertulia literaria aquel día en que manifesté que yo no regalaba mi obra por respeto a mi trabajo principalmente… ¿Acaso regalarías tus jornadas de trabajo? ¿A qué no? Por propia dignidad, por tu esfuerzo personal y, no nos engañemos, económicamente los escritores desconocidos nadie nos ayuda, somos nosotros quienes tiramos de nuestra cuenta corriente para sufragar el sueño de ser escritor.
Una media de trece meses escribiendo más siete u ocho corrigiendo tú y los que te ayudan a evaluar tu trabajo y a sellar que la historia no haga aguas, no se rompa por ninguna esquina.
Llevo seis capítulos de mi nueva novela mientras se corrige “La ruta de la vainilla”…Seis capítulos en los que cada amanecer me pongo a manosear unas vidas que no logro dar vida, no las hago mías aunque sueñe con ellas, aunque camine, respire e imagine. Sin duda un sobreesfuerzo como haces tú muchas veces en tu trabajo.
¡Por favor, no descargues gratis libros!

Vete a la biblioteca, pídelos prestados, cómpralos… Lo que no te guste para ti, no lo quieras para los demás.

jueves, 15 de junio de 2017

LA CASA

Bajé del coche y arrastré mis pasos; mi ánimo hacía juego con el ambiente que me rodeaba. La tarde era ceniza, lluviosa, como si la vida ese día se hubiera maquillado de gris.

Allí estaba ella esperándome desde hacía al menos ocho meses. Las huellas de las últimas tormentas se dejaban ver entre sus canas, sin embargo se mantenía erguida, con su aparente modernidad de una época que ya pasó, y aquel silencio que encerraba tantas risas, encuentros y recuerdos. La volví a mirar y no pude reprimir esa ternura que siempre me aflora al contemplar su perfil añoso y gastado. “Yo también pinto canas en el alma, amiga” La dije calladamente antes de abrir la puerta. Un vientecillo suave se arremolinó junto a mis pies para regalarme como bienvenida un ramillete de hojas secas.

La puerta se dejó seducir por mi mano y se abrió dulcemente y, entonces, mi olfato se disparó. Un olor rancio y húmedo era lo único que quedaba con vida en sus paredes atrincheradas de años. Mi vista se paseó en la penumbra con la tristeza haciendo aguas en el quicio de mis ojos. Todo estaba tapado con sábanas de colores esperando que yo desempolvara sus secretos. Las persianas estaban bajadas, pero por sus rendijas se colaba la luz gris perla de esa tarde de junio. 

Me senté en uno de los sillones a esperar que mi mente se aclimatara a los nuevos cambios en mi vida y, sin darme cuenta, un pequeño rayo de luz opaca enfocó la mesita que estaba al lado del sillón. Entre la sábana que la cubría se podía adivinar un bulto. Lo palpé pero no supe qué era.

Desde el jardín mi marido reclamaba mi presencia para que le ayudara con los bultos. Los vecinos también se habían hecho eco de mi llegada, sin embargo yo seguía allí dentro sentada pensando en las musarañas, en aquellos pedazos de telas descoloridos aguardando tal vez a que yo les diera vida. 

Y de repente me encontré hablando a ese aire empolvado y hacinado en el ambiente “Me siento cansada, ¿sabes? Todo me sobra, tan solo necesito un rincón para mis huesos, un par de silencios para pensar, una risa agradecida y un abrazo para calentar el corazón, no necesito más”… Mascullé mientras ella me contemplaba y asentía a mis reflexiones.

En el jardín seguía habiendo ruido, palabras inconexas, ladridos y, para colorear aquel momento, unos cuantos truenos cargaban al cielo de aplausos lluviosos, pero yo seguía aislada en ese mundo que no se toca, solo se siente. Entonces decidí levantar aquella sábana vieja que cubría la mesita; mis ojos, de pronto, se iluminaron. Acababan de reencontrarse con su último verano.
Una agenda de hojas sepias, onduladas de humedad, aromatizadas por crema de  sol sellada a su piel. Estaba abierta con su bolígrafo preparado. En la última hoja se podía leer “El tiempo descansa sobre nosotros, los días, los meses, no pasan, los llevamos encima. Solo falta que tú pongas letra y música”… Sonreí comprendiendo que un halo misterioso está siempre pendiente de nosotros ayudándonos a dar sentido a nuestras huellas.


Sentí la dulzura de su abrazo, la voz de mis padres en las cortinas, las carcajadas de mis amigos en la bodega, los gritos infantiles de mis hijos en los muebles.

Y me levanté de aquel sillón. Ya no sentía cansancio sino urgencia. Levanté persianas, abrí ventanas, encendí la nevera y me asomé por la puerta de esa casa que siempre me espera desde mi tierna juventud. Después, con la luz que faltaba a esa tarde gris, mi rostro se encendió y dije al aire de mi jardín “¡Hola, ya he llegado!”

lunes, 5 de junio de 2017

LA CHAQUETA

Te conocí en algún lugar que no recuerdo. Tu cara menuda, aquel gesto tan tuyo de esconder la cabeza por vergüenza, el rascarte la sien izquierda convulsivamente. Tu lengua mojando tus labios resecos de palabras. Tus manos de dedos afilados juntándose para sentir la valentía que te faltaba. Aquel pelo lacio de un trigo descolorido. ¿Y la nariz? Tan chiquita como tú misma, respiraba a trompicones.

Sí recuerdo el calor, caía como un centauro sobre nosotros y sin embargo tú llevabas chaqueta; temblabas de frío. Te miraba y te miraba, había algo en ti que se me escapaba. Tu mirada huidiza me clamaba pero no sabía el qué.

El grupo comenzó a charlar animadamente y sé que escuchabas. A veces te asombrabas, otras reías y muchas te evaporabas hasta que, sin darte cuenta, tu piel se desnudó; te quitaste la chaqueta y mis ojos acusaron el dolor.
Rasguños de cicatriz, moratones recientes; no pude seguir, habías pillado mis ojos grapados a tu piel.

Corriste a buscar tu chaqueta, te la pusiste del revés y te levantaste precipitadamente. Corrí tras de ti hasta alcanzar uno de tus brazos; paraste. No por mi fuerza sino por el tormento de mis dedos en tu piel. Entonces vi tus ojos, tus ojos llenos de nubes. Luego llegó la tormenta.
Palabras mudas, silencios y así fui desgranando tu triste realidad… A veces es tan duro ser mujer que no hay valentía posible para ciertas realidades.
Te acuné en mi pecho, no tenía práctica, pero tú te dejaste porque de mujer a mujer hay algo invisible que une.

No pudiste superar el miedo. Esa misma noche, el amor rabioso, el amor celoso, el amor que destruye…, te fulminó.

Vi tu historia negra en el periódico y aún me pregunto, ¿qué pude hacer por ti y no hice?