La Paca es una mujer muy sentida. Su yerno decía que pertenecía a
la España invertebrada. Cuando comentaba esto, la Paca se le quedaba mirando y
en sus adentros murmuraba “Semejante mamarracho, bien podría estar callado, qué
sabrá él…” Y ella seguía siendo ella, mujer sencilla y de arrestos “echá
palante”
Sin titubear, ve la vida con maestría, otra cosa no puede hacer. A
ver, qué remedio la quedó a la Paca al quedarse viuda de un borracho y cinco
hijos que sacar hacia un futuro incierto, oscuro el panorama que vio delante de
ella cuando se quedó sola con cinco renacuajos... Y, después, la otra
desgracia, la más grande, la que nunca imaginó que le fuera a suceder...
¿Leer? A duras penas, y escribir, su nombre en trazos temblones.
Eso sí, sumar y restar, hasta con los ojos cerrados.
Aprendió a llamar a todas las puertas, a convertir un no en un sí,
a comerse el orgullo y llevar el pan cada día a sus hijos. Limpió la mierda de
otros, las horas extras eran las veinticuatro horas del día y su hucha, una
lata de aceite que encontró en la basura. “El chisme este e mu bonito” Pensó y,
una vez lavado, lo puso de decoración, un recordatorio de todo lo que hubo de
purgar en aquellos años de penas y miserias. Nada más entrar cada noche pasaba
por la lata a meter sus sobras, pocas, pero tacilla a tacilla, la hucha fue
engordando a base de sacrificios, de lágrimas tragadas y la alegría de ser ella
y no otra.
Sus cincos hijos, Paco, Manuel, Sebastián, Carmela y Lorena
tuvieron buena escuela con su madre. Bueno, menos la pequeña Lorena, la
debilidad de la Paca. A veces, cuando todos dormían, a la Paca la gustaba
pensar y soñar, y soñaba que la Lorena llegaría a ser algo grande, para eso
llevaba el nombre de una radionovela, la favorita de la Paca que escuchó bien
de jovencilla y se dijo que un día tendría una hija tan bonita como la muchacha
de la radio. Casi se la escapa su sueño, pues su difunto marido quería que la
niña se llamara Ambrosia. “Y un jamó”, dijo la Paca.
La madrugada en que se puso de parto, llamó a Paco, su hijo mayor
y le dijo “Da vino a Padre, y mucho, la noche será larga”… Amaneció y al
mediodía, el marido de la Paca seguía durmiendo la mona, lo que aprovechó ella
para ir al registro y llamar Lorena a la destinada a ser Ambrosia, la niña de
sus ojos.
Sí, ella daba paría en casa con la ayuda de su amiga Genara, la
comadrona del pueblo, y al día siguiente se levantaba como nueva a seguir la
faena.
A veces, la Paca piensa que las mujeres de antes eran de otra
pasta y ahora se derriten como la margarina. Las comodidades no las ha
beneficiado para nada. Además, para ellas la familia no es lo primero y eso
antes podía ser un pecado, pero ahora nadie peca, todo vale… “¡Dios, mío, qué
mundo” Piensa la Paca mientras recuerda
aquel aciago día. Observaba cómo se arreglaba su Lorena.
-¿Dónde vas, hija, con esas pintas? Que sepas que así, de esa
guisa, vas pidiendo guerra.
-Mamá, es lo que quiero.
-¿Y tu marido qué opina?
-¿Ése? Cualquier día le doy boleto y me largo. Pretende tenerme en
casa metida cuidando de los niños. Lo tiene claro…
-A ver, tienes a la jodía de tu madre para que les cuide. Esos
niños necesitan una madre y no una abuela.
-Mamá, tú vales por las dos. Vendré tarde, no me esperes.
Lorena cerró estrepitosamente la puerta y la Paca pensó que hizo
mal llamando a la niña Lorena. Debía haberse llamado Ambrosia, seguro que su
carácter hubiera sido distinto y, para colmo, tuvo que aguantar un yerno que
decía que ella, la Paca, era de la España invertebrada “será mamarracho”, pensaba
mientras ideaba a ver qué contaría al yerno cuando llegase esa noche a casa y
no encontrara a la Lorena.
“La niña era un poco puta” Reconoce la Paca, pero para pringada ya
estaba su madre o su hermana Carmela, tan tonta como la madre, razonó la Paca…
“¿No habría un término medio, Señor?” Suplicó a Dios mientras daba cenar a los
dos nietos… “Y es que mi yerno es un capullo, ¿cómo le voy a dejar a mis dos
nietos?, ¿para qué les convierta en dos vertebrados españoles?, ¿qué querrá
decir este mamarracho con la España invertebrada?... Y así se durmió la Paca
aquella noche en que no padeció insomnio, y más la hubiera valido haberlo
padecido, así, quizá, tal vez, su Lorena estaría viva.
Porque aquella madrugada el yerno de la Paca llegó a casa y al ver
que la Lorena no estaba, la esperó en la puerta con el cuchillo de trocear las
gallinas y cuando la muchacha fue a abrir la puerta, de las sombras apareció el
mamarracho vertebrado rasgando la vida y la belleza de la Lorena, la chiquilla
con nombre de radionovela. Después, él se cortó las venas.
Ha pasado el tiempo y aún la Paca se pregunta quién era quién en
aquella España invertebrada de aquel entonces, si su yerno, la Lorena o la
misma Paca. Por si acaso, la Paca ha mando a estudiar a sus dos nietos para que
sus mentes sean libros abiertos y cerrados, no vaya a ser que los invertebrados
vuelvan a rondar su casa.