Ayer fue uno de
esos días que amanecen en gris; cielo y ánimo. Juntos los dos, la luz de tu
pensamiento se torna igualmente ceniza. Eso tiene sus pros y sus contras.
Por un lado, cuando
el color plomizo te rodea, tu percepción se amplifica, la sensibilidad imprime
carácter a tus horas y puedes escuchar mejor el dolor, el desánimo, la
languidez en tu propia piel y así escribir con ojos de drama las partes oscuras
de la vida que, cuando eres feliz y positivo, no eres capaz de transmitir los
duelos en su plena intensidad.
Por otro lado, si
despiertas con el día sombrío, incluso con el petricor ajustado a tu olfato,
eres incapaz de ver luz en tus minutos; todo te molesta, todo te distrae. Tu
tiempo es tiempo perdido en los suburbios de la negatividad.
Y ayer me dio por
pensar en mi nueva hija al ver un anuncio que decía a todo color “Descárgate
gratis las últimas novedades literarias”; fue lo que me faltaba para presentir
temporal en mi ánimo que no se cosía al nuevo día.
Seguramente habrá
escritores fecundos, rápidos, ágiles, que con nada se enganchan a un teclado, a
una hoja de papel en blanco y crean maravillas sin más; no es mi caso.
Lo normal es que
la gestación de una obra literaria, ensayo, poesía, narrativa… lleve sus duelos
impresos, sus ausencias, días de sangre en que no ves ni el alba ni el
crepúsculo. Días en que como ave de rapiña buscas documentación, meses de
claroscuros en los que prende la llama en ti, meses de ceniza en los que tu
trabajo se estanca y no avanza por mucho que te empeñes. Horas de absoluta
soledad y de ejercicios espirituales en los que te adentras en descuartizar
sentimientos…
Yo, cuando
comienzo una nueva novela tengo la sensación de tener barro en mis manos, o un
lienzo níveo con pinceles y pinturas esperando a mi lado, o un bloque de madera
con cincel en ristre… De pronto, ves una pequeña lucecilla y te sujetas a ella;
anotas y sigues buceando en tu cabeza, incluso comienzas a manchar el lienzo, a
manosear el barro entre tus dedos y no paras hasta que ves ante tus ojos un
posible personaje, hasta que sientes que a tu corazón llega una nueva vida y te
vistes de ella y vives para ella y terminas siendo ella. Sí, esa persona que
vive en cualquier estantería de tu memoria, que viste un día que no recuerdas
pero que selló su existencia para que tú la dieras vida en papel.
Se sorprendió la
periodista, incluso mis compañeros de tertulia literaria aquel día en que manifesté
que yo no regalaba mi obra por respeto a mi trabajo principalmente… ¿Acaso regalarías
tus jornadas de trabajo? ¿A qué no? Por propia dignidad, por tu esfuerzo
personal y, no nos engañemos, económicamente los escritores desconocidos nadie
nos ayuda, somos nosotros quienes tiramos de nuestra cuenta corriente para sufragar
el sueño de ser escritor.
Una media de
trece meses escribiendo más siete u ocho corrigiendo tú y los que te ayudan a
evaluar tu trabajo y a sellar que la historia no haga aguas, no se rompa por
ninguna esquina.
Llevo seis
capítulos de mi nueva novela mientras se corrige “La ruta de la vainilla”…Seis
capítulos en los que cada amanecer me pongo a manosear unas vidas que no logro
dar vida, no las hago mías aunque sueñe con ellas, aunque camine, respire e
imagine. Sin duda un sobreesfuerzo como haces tú muchas veces en tu trabajo.
¡Por favor, no descargues
gratis libros!
Vete a la
biblioteca, pídelos prestados, cómpralos… Lo que no te guste para ti, no lo
quieras para los demás.
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