domingo, 6 de agosto de 2017

LA GAVIOTA

El sur lo llevo prendido en los pliegues del alma.
En mis ojos, su azul sin límite.
En la boca, el sabor de su salitre.
En el olfato, el aroma de su luz y, en el corazón, la espuma blanca y alegre de esa Andalucía que tanto quiero…

El mar se puso a mis pies para que mis ojos golosearan en su espuma. El agua era un cúmulo de chispas de cristal, oleaje turquesa, y arena desempolvada.
De pronto, inesperadamente, una gaviota se posó muy cerca de mí. Picoteó gorgojos de agua entretanto confiaba que yo era una estatua de sal abandonada por la mar y, por lo tanto, no suponía ninguna amenaza para ella.
Algo me hizo girar la cabeza hacia la arena y la ternura de mi visión se desbordó. Una cría de gaviota chapoteaba entre la mar y la arena. Dubitativos sus pasos, paraban para hallar consuelo de un abandono despistado. Movía la cabeza para escuchar el aleteo de su madre que no descendía. Llegué a sentir miedo por el desamparo e indefensión de aquel minúsculo prodigio de la naturaleza que esperaba a una madre que no aterrizaba. Me dispuse yo también a esperar a esa madre que yo tampoco veía en aquel cielo. Tal vez, pensé, estuviera atrapada en el tiempo, en esa realidad terca que a veces escuece tanto para una madre cuando no puede llegar a sus crías.
No había más sonido que un levante suave azuzando mi piel, agitando las briznas doradas de mi cabello, y un susurro de olas llegando a la orilla de mis tímpanos. En el horizonte, esa línea tan recta, tan horizontal que casaba a la perfección con la mar tan azulada, tan lisa, tan segura… Justamente en ese hechizo presentí, por fin, que algo se acercaba velozmente. Disparé mis ojos al cielo, casi cegatos por la fuerza de la luz escuchando un graznido repetitivo y rotundo. En un suspiro de segundo una inmensa gaviota aterrizó en la arena, igual que una bailarina de ballet posando sus puntas en un suelo de algodón. Traía algo en el pico que la cría capturó rápido, tan rápido como la madre alzó el vuelo llevando en su pico el mejor trofeo: su cría.
Seguí su vuelo tanto como pude hasta perderla en aquel horizonte majestuoso donde presientes que eres tan chico como aquel polluelo de gaviota.

Yo, también levanté mi vuelo sobre aquella arena rubia en la que mis pies se barnizaban del color del albero tibio y sintiendo muy adentro la maternidad que se nos otorga a la humanidad mientras que por mi boca se escapaba un gracias a quien me hubiera regalado esa historia tan sencilla.

1 comentario:

Ricardo Tribin dijo...

Amiga muy querida :

Como me alegra que estés de regreso.

En homenaje a tu bella publicación te dejo este enlace de una canción preciosa llamada Gaviota, interpretada por una linda mujer, regia actriz, y magnifica cantante :

https://www.youtube.com/watch?v=Pfme7EtKGnQ