El teléfono sonó a una hora demasiado temprana; me
asusté. Estaba tan dormida que no atinaba a buscar el móvil y cuando lo
encontré, había dejado de sonar. Miré a ver quién era; mi amiga Nati, con lo Cual
aún me asusté más y marqué rápidamente su número.
-Nati soy yo, ¿qué pasa? Son las seis y cinco de
la mañana.
-Ya. Necesitaba oír tu voz.
-¿La mía? Cuánto más vieja, más tonta eres, hija.
Deja de disfrazar las cosas como siempre y dime que te pica.
-¿Podemos quedar a tomar un café? A la hora que te
venga bien, ¿vale?
-A las siete está la churrería de abajo abierta.
Un poco de grasa para el cuerpo no nos vendrá mal. ¿Has visto como nieva?
-Sí. Parece un cuento. Ha estado toda la noche
nevando.
-Vamos, que no has dormido. Me pongo el chándal y
a la siete y cuarto estoy abajo.
-¡Gracias!-un lacónico gracias y escuchó como Nati
colgaba.
De un tiempo a esta parte, Natividad Fuentes había
cambiado. De ser una chica espontánea, divertida, se había convertido en un ser
taciturno y Cristina en parte se echaba la culpa, tenía que haber hablado con
ella, preguntarla. Sin embargo se había dedicado a mirar hacia otra parte, no
quería problemas, bastante tenía con los suyos. Desde que se separó, Carlos se
había vuelto intransigente y quisquilloso y la hacía la vida imposible con
cualquier cosa que se resumía en los hijos. Lo que comenzó siendo una
separación cívica por falta de compatibilidad de caracteres, se estaba convirtiendo
en un infierno, más desde que Cristina perdió el trabajo y a duras penas
llegaba a final de mes y su ex se negaba a pasarla más dinero “Puto dinero,
siempre el cochino metal” Se dijo mientras se enfundaba el chándal.
Pero Nati, no tenía esos problemas, su vida era fácil.
Soltera y con bufete, bien saneada la cuenta corriente y viajando en cuanto
tenía oportunidad. Sí, a veces se quejaba de la soledad, pero Cristina a pesar
de dos hijos, de vez en cuando también sentía la soledad como una punzada
mortífera, pero tiraba hacia delante como cualquier hijo de vecino. Pero Nati,
¿qué, puñetas, pasaba a su amiga?
Cuando bajó a la churrería, ya estaba Nati sentada
en un rincón. Su gesto era un poema.
-Venga, desembucha-dijo Cristina sin mediar más
palabras, ni siquiera un buenos días.
-¿Nos pedimos un chocolate con bien de churros? Te
advierto que tengo el estómago cerrado, no me entra ni un palillo.
-Entonces, ¿para qué quieres pedir chocolate con
churros? Una tila para ti y yo chocolate y churritos calentitos, ¡qué bueno!
-¿Alguna vez perderás el humor, Cristina?
-No te cuento el montón de veces, ¿para qué? Mira
este mes me falta pagar la factura del cole de Carlitos. La de Sara ya está
pero Carlos como si oye llover…
-Te he dicho que cuando necesites, aquí estoy yo,
Cristina…
-Oye, oye, no desvíes la temática. Estamos aquí
para que me cuentes no sé qué…- Nati baja la cabeza y empotra los ojos en la
mesa.
-No puedo seguir así, Cris. Llevo enferma más de
diez años por callar, por negar…- y su voz se apaga en un lamento dolorido,
silencioso.
-¿Enferma de qué? ¿Tienes cáncer?
-¡Burra! No, no es eso.
-¡Ay qué susto, guapa! ¿Entonces?
Enferma por negarme a evidenciar, Cristina.
-Evidenciar, ¿el qué, Nati? Desembucha, joder…
-Cristina llevo diez años sintiendo lo mismo y…-Nati
arranca a llorar con desesperación. Cristina deja que su amiga desahogue las
penas y cuando está más calmada la coge una de las manos y se la aprieta.
-Mírame, Nati, a los ojos y di en voz alta tu
puñetero duelo.
-… Cris, estoy enamorada.
-¡Genial! Ya era hora, ¿y qué tiene de malo eso?,
¿es casado, es un suicida, un asesino?-Cristina trata de limar el dolor de su
amiga como sea.
-Es… una mujer. Asun mi secretaria desde hace quince años… Cris, soy lesbiana.
-¿Y?-Cristina taladra con sus ojos el rostro de su
amiga.
-¿No te importa?
-¿Tú eres gilipollas?
-¿Lo sabías?
-Sí, desde que teníamos veinte años y ahora
tenemos cuarenta y siete.
-¿Y por qué nunca me dijiste nada, imbécil?
-Vamos a ver, Nati, es tu vida. Tú tienes que
asimilar tu condición, aceptarte, respetarte. Luego, los demás seremos otro
tema. Pero eres tú, y nadie más que tú.
-¿Te corresponde?
-No sé.
-Y, ¿a qué esperas, a que os llegue la menopausia?
-Tengo ganas de chocolate con churros… ¿Me das un
abrazo?, ¿Nada cambia?
-Sí, bonita, sí. Primero has cambiado una
asquerosa tila por una suculenta ración de grasa con azúcar y dos, has decidido
salir del armario y oler a naftalina.
Detrás del ventanal sigue nevando, no ha amanecido aún, pero las
risas de dos mujeres encienden un gélido día de invierno.
4 comentarios:
Buena conversación, buen hilo y desenlace para tratar un tema actual. Un tema que llevan muchas personas escondiendo incluso a si mismas, y aquí se trata con frescura, con ritmo, naturalidad.
El paisaje descrito con soltura, no queda en segundo plano, aunque lo pudiera parecer, ya que sumerge al lector en esa mañana nevada en el frío, y el olor a chocolate y churros, incluso hasta el sueño de esas horas tempranas.
Una historia que no lanza palabras sin objetivo, si no que juega con ellas, para que formen un baile lleno de armonía.
Fíjate que sencillas son las cosas cuando uno no se empeña en complicarlas. Cuánto tiempo perdido. Como la secretaria esté también enamorada es para ahogarla. Y aunque no lo esté.
Qué bien cuentas las cosas, Cantalapiedra.
Hola bella nada como el encuentro de dos amigos para darse ánimo uuff que bueno estuvo gracias por este hermoso relato, instantes de la vida misma un beso desde mi brillo del mar
Que lindo escribes, bella amiga.
Y lo de la protagonista : Soltera y con bufete, bien saneada la cuenta corriente y viajando en cuanto tenía oportunidad, que privilegió.
Un abrazo.
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