Está lloviendo de tal manera que las
calles comienzan a ser riachuelos en búsqueda rápida de un destino. Isabel se
refugia en un portal y mete la mano en un bolsillo del abrigo y luego vuelve su
búsqueda al bolsillo derecho. De sobra sabe que tampoco va a encontrar nada,
sin embargo no pierde la esperanza del milagro de última hora.
Así ha transcurrido siempre su vida, al
borde del precipicio y, en el último instante, ocurría lo inesperado y volvía a
empezar, siempre a empezar. Nunca le ha faltado el ánimo, más desde que murió
Damián, su marido. Mala gente, peor marido y padre. Desde entonces cada noche
se metió en la cama, aún con el estómago muchas veces vació pero tranquila, con
esa paz que se siente del deber cumplido.
Isabel ha sacado adelante a sus tres hijos, se
sentía orgullosa de ellos. Buenos chicos trabajadores y honrados…, hasta que
llegó la crisis hace dos años y comenzaron los despidos. El primero fue Arturo,
el mayor y el más débil. Luego, Ramiro, pero Isabelita, la hija pequeña y ella
misma, siguieron limpiando casas, cada vez menos hasta que su mundo femenino,
ese bastión que tiene toda mujer para aguantar tormentas, truenos y rayos, se
desvanece y cada vez menos esperanza.
Ella no fue de pedir, pero tuvo que
solicitar que la fiaran en el supermercado de Felipe, en la carnicería. Ellos
jamás preguntaron nada; la daban lo que pedía, pero llegó un momento que las
deudas la ahogaban y su conciencia no le permitía pedir más. La cortaron la
luz, luego el gas. Más tarde el agua… Arturo, que en el fondo se sentía el
cabeza de familia, aceptó cualquier trabajo, hasta los más sucios… Todo ocurrió
muy deprisa, piensa Isabel mientras mira como llueve. Son sus propias lágrimas
las que caen del cielo… Arturo se juntó con gente de pocos escrúpulos siendo
consciente de su declive pero engañando a su madre para no hacerla sufrir. Un
buen día, antes de amanecer, llamaron apresuradamente a la puerta. Tantos
golpes aporrearon a la puerta que les sacaron de un sueño frío. Era invierno y
ni las mantas calentaban al aliento. Cuando abrieron se encontraron a la
policía.
Enterraron a Arturo al día siguiente al
mismo tiempo que Isabel se enteraba de cómo había muerto su hijo en un ajuste
de cuentas; ella hubiera puesto las dos manos en el fuego sabiendo que nunca se
quemaría porque sus hijos eran de lo mejor. Sin embargo, desde entonces, un mes
atrás, la escocía todo el cuerpo mientras su corazón sangraba de pena.
Isabel se ajusta el abrigo y dentro de él
derrama nostalgia, penas, mientras sigue lloviendo ahí fuera.
Un señor pasa y la mira. Ella siente que
los ojos varoniles la miran con admiración. Sí, no lo puede negar, aún conserva
la belleza de su juventud, y ese porte que hace de quien lo posee en una
dignidad y elegancia innatas. Pero lejos de consolarla, a Isabel la entristece
más porque para pedir limosna hay que poseer espíritu de indigente y ella no lo
tiene aunque detrás de su máscara sus tripas rujan enfurecidas.
Sigue lloviendo pero más suave. Isabel
estornuda por la humedad y, sin embargo, sale a la calle. En una papelera hay
un paraguas roto; lo saca y lo abre. Al menos algo tapa, piensa mientras se
encamina a la Iglesia de San Justo. Pronto habrá misa de doce, es domingo,
Nochebuena. Tal vez hoy tenga suerte y caigan algunas monedas de los
feligreses. Es navidad y a la gente se le pone el corazón más tierno.
Isabelita y Ramiro se acercan a la iglesia
de San Justo a recoger a su madre; vienen contentos. En un supermercado cercano
han sacado mercancía caducada; han llegado a tiempo.
Isabel ve llegar a sus dos cachorros.
Sonríe y piensa que aún la queda lo más importante. Tal vez mañana su suerte
cambie y pueda tejer su próxima esperanza, piensa. Mientras, abre sus brazos
para alimentarse del amor de sus hijos. Hoy es Nochebuena y tendrán algo que
llevarse a la boca… ¡Maldita crisis!
4 comentarios:
“El problema de ser pobre es que te ocupa todo el tiempo” (Willem de Kooning).
uuufff conmovedor relato de la vida real algunos pasajes se parecen a pasajes en mi vida hermoso !ª!!y lo mejor nunca perdió la esperanza, precioso , besos desde mi brillo del mar
Mi querida María Ángeles :
Es un gusto visitarte.
Te dejo un abrazo grande, pleno de aprecio.
Mi querida Ma. Angeles.
Al volver a tu recinto, siento como tu que injusticias como estas sucedan a diario.
Estamos mal, muy mal.
Un abrazo bien grande!!!
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