miércoles, 8 de noviembre de 2017

PEQUEÑAS ESPERANZAS

Está lloviendo de tal manera que las calles comienzan a ser riachuelos en búsqueda rápida de un destino. Isabel se refugia en un portal y mete la mano en un bolsillo del abrigo y luego vuelve su búsqueda al bolsillo derecho. De sobra sabe que tampoco va a encontrar nada, sin embargo no pierde la esperanza del milagro de última hora.
Así ha transcurrido siempre su vida, al borde del precipicio y, en el último instante, ocurría lo inesperado y volvía a empezar, siempre a empezar. Nunca le ha faltado el ánimo, más desde que murió Damián, su marido. Mala gente, peor marido y padre. Desde entonces cada noche se metió en la cama, aún con el estómago muchas veces vació pero tranquila, con esa paz que se siente del deber cumplido.
 Isabel ha sacado adelante a sus tres hijos, se sentía orgullosa de ellos. Buenos chicos trabajadores y honrados…, hasta que llegó la crisis hace dos años y comenzaron los despidos. El primero fue Arturo, el mayor y el más débil. Luego, Ramiro, pero Isabelita, la hija pequeña y ella misma, siguieron limpiando casas, cada vez menos hasta que su mundo femenino, ese bastión que tiene toda mujer para aguantar tormentas, truenos y rayos, se desvanece y cada vez menos esperanza.
Ella no fue de pedir, pero tuvo que solicitar que la fiaran en el supermercado de Felipe, en la carnicería. Ellos jamás preguntaron nada; la daban lo que pedía, pero llegó un momento que las deudas la ahogaban y su conciencia no le permitía pedir más. La cortaron la luz, luego el gas. Más tarde el agua… Arturo, que en el fondo se sentía el cabeza de familia, aceptó cualquier trabajo, hasta los más sucios… Todo ocurrió muy deprisa, piensa Isabel mientras mira como llueve. Son sus propias lágrimas las que caen del cielo… Arturo se juntó con gente de pocos escrúpulos siendo consciente de su declive pero engañando a su madre para no hacerla sufrir. Un buen día, antes de amanecer, llamaron apresuradamente a la puerta. Tantos golpes aporrearon a la puerta que les sacaron de un sueño frío. Era invierno y ni las mantas calentaban al aliento. Cuando abrieron se encontraron a la policía.
Enterraron a Arturo al día siguiente al mismo tiempo que Isabel se enteraba de cómo había muerto su hijo en un ajuste de cuentas; ella hubiera puesto las dos manos en el fuego sabiendo que nunca se quemaría porque sus hijos eran de lo mejor. Sin embargo, desde entonces, un mes atrás, la escocía todo el cuerpo mientras su corazón sangraba de pena.
Isabel se ajusta el abrigo y dentro de él derrama nostalgia, penas, mientras sigue lloviendo ahí fuera.
Un señor pasa y la mira. Ella siente que los ojos varoniles la miran con admiración. Sí, no lo puede negar, aún conserva la belleza de su juventud, y ese porte que hace de quien lo posee en una dignidad y elegancia innatas. Pero lejos de consolarla, a Isabel la entristece más porque para pedir limosna hay que poseer espíritu de indigente y ella no lo tiene aunque detrás de su máscara sus tripas rujan enfurecidas.
Sigue lloviendo pero más suave. Isabel estornuda por la humedad y, sin embargo, sale a la calle. En una papelera hay un paraguas roto; lo saca y lo abre. Al menos algo tapa, piensa mientras se encamina a la Iglesia de San Justo. Pronto habrá misa de doce, es domingo, Nochebuena. Tal vez hoy tenga suerte y caigan algunas monedas de los feligreses. Es navidad y a la gente se le pone el corazón más tierno.

Isabelita y Ramiro se acercan a la iglesia de San Justo a recoger a su madre; vienen contentos. En un supermercado cercano han sacado mercancía caducada; han llegado a tiempo.

Isabel ve llegar a sus dos cachorros. Sonríe y piensa que aún la queda lo más importante. Tal vez mañana su suerte cambie y pueda tejer su próxima esperanza, piensa. Mientras, abre sus brazos para alimentarse del amor de sus hijos. Hoy es Nochebuena y tendrán algo que llevarse a la boca… ¡Maldita crisis!

4 comentarios:

Macondo dijo...

“El problema de ser pobre es que te ocupa todo el tiempo” (Willem de Kooning).

Beatriz Martín dijo...

uuufff conmovedor relato de la vida real algunos pasajes se parecen a pasajes en mi vida hermoso !ª!!y lo mejor nunca perdió la esperanza, precioso , besos desde mi brillo del mar

Ricardo Tribin dijo...

Mi querida María Ángeles :

Es un gusto visitarte.

Te dejo un abrazo grande, pleno de aprecio.

Ricardo Tribin dijo...

Mi querida Ma. Angeles.

Al volver a tu recinto, siento como tu que injusticias como estas sucedan a diario.

Estamos mal, muy mal.

Un abrazo bien grande!!!