Gemma
entra abrochándose los botones de la bata blanca. El pelo lo lleva guardado en
un gorrito igualmente blanco. Sonríe, gasta bromas, besa a unos y a otros; llega
de vacaciones. Acepta de buen grado las palmaditas con sorna de sus compañeros.
Lógico, contó al marcharse que se iría, de las dos semanas que la corresponden
en verano, una a Tarifa de vacaciones con su chico, a un camping. Irían solos,
esta vez necesitaban evadirse del entorno, ni familia ni amigos. Deseaban
montar un nidito de amor de agua, sal, olas, surf y sol a raudales. Verían las
puestas de sol y tomarían cervezas en el chiringuito al son de la música. Se
abrazarían, harían el amor como salvajes y escribirían un verano más, tan igual
y distinto como los cuatro que han pasado juntos. Algo de todo eso hubo, pero
no de la manera que Alberto y Gemma habían previsto…
Ambos
viven en un pueblo no muy lejos de Tarifa, a treinta kilómetros, en Los Barrios, el segundo municipio gaditano con más deuda
contraída con bancos y cajas es Algeciras. Allí faltan recursos, a muchos, trabajo, pero les
sobra generosidad. Eso se mama, se ve día a día cómo se echan un cable los unos
a los otros, “La necesidad manda”, siempre se lo ha oído a su madre, “No mires,
ni preguntes. Si ves que te necesitan, ve. Si te piden, da” Es una ley no
escrita que Gemma y Alberto han asumido con total naturalidad.
Así que,
cuando llegaron a la playa, nada más montar la tienda de campaña, se fueron
como dos tortolitos entre arrumacos a darse un baño; justo cuando iban a
meterse al agua vieron una mancha oscura que se acercaba entre las olas.
Alberto barruntó lo que era y Gemma se echó a nadar sin pensar. Era una patera
medio volcada. Entre siete bañistas pudieron arrastrarla hasta la orilla.
Enseguida, Los servicios de Salvamento Marítimo,
Policía Nacional y Guardia Civil aparecieron como de la nada, igual que si
estuvieran preparados que, de un momento a otro, surgieran seres humanos entre
la espuma marina; llevaban así semanas. Para las costas gaditanas no era nada
nuevo.
Gemma y
Alberto se pusieron a las órdenes de dos hombres que dirigían a unos y a otros
sabiendo muy bien lo que hacían; luego se enteraron que uno era de Cáritas y
otro de la Iglesia Evangelista. Alberto se ha dedicado en los siete días a
hacer bocadillos, envolverlos y con una furgoneta ir a los distintos lugares
donde están repartidas tantas almas negras a la deriva. Gemma, por su parte,
estaba en un puesto dedicado a recoger ropa de vecinos, calzado, lo que fuera.
Organizarlo por tallas y meterlo en cajas.
-
¡Eh,
Gemma! Vaya carita de amor que traes. Cuenta, cuenta…- la dice un compañero con
mucha gracia y entre guiños pícaros.
-
Tú
no lo sabes bien, jajajajaja, creí que se me acaban los abrazos y los besos,
pero, ¡qué va!, descansaba un poco y vuelta a la carga. Así los quince días.
Gemma se
pierde sonriente entre sus compañeros. Van a dar las siete y ha de estar en su
puesto.
1 comentario:
El amor no se desgasta, cuanto más se da, más se tiene. Siempre se acrecienta.
Un buen relato lleno de humanidad y ternura.
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