miércoles, 10 de abril de 2019

¿TE HE HABLADO ALGUNA VEZ DE HILDA?

Estaba cayendo lánguidamente la tarde, la lluvia era persistente, pero seguíamos paseando hasta que vimos una terraza cubierta, en la Plaza de la Universidad, con las estufas encendidas que invitaba a sentarte, dar un par de tragos y que una buena charla fluyera.
- ¿Te he hablado alguna vez de Hilda? -me dijo mirándome a ver si picaba mi curiosidad- Te advierto que es una historia de telenovela.
- Entonces no me la cuentes porque eso no se lo cree nadie.
- Tú escúchame y luego decides…-no me quedaron más cáscaras que escuchar.
Una vida puede ser corta en años, pero la intensidad de sus vivencias parecerte una eternidad. Hilda, al nacer, la dejaron abandonada en el banco de una plaza de una Ciudad de Méjico; alguien pasó y sin más se la llevó, y a los tres años volvió a ser abandonada recogiéndola los servicios sociales. Al poco tiempo, fue adoptada por un matrimonio americano que trabajaba eventualmente allí y, cuando el trabajo terminó se fueron a Estados Unidos. Hilda era una niña rebelde, fría, según su madre adoptiva sostenía que la criatura parecía que no tuviera alma. Todos los días les llamaban del colegio con quejas y con nueve años se juntaba con lo peor de cada casa; con diez años sufrió una sobredosis de estupefacientes…
- ¡Por dios, que dramón! No sigas, sabes que el tema de las drogas no puedo con él.
- Déjame que continúe…- di un trago largo al Pesquera y me armé de paciencia.
Con trece años, Hilda se fugó de casa liándose con un camello de poca monta que, al enterarse de que ella estaba embarazada, la abandonó. Hilda, perdida, desorientada, no sabía la manera de desembarazarse de la criatura y en uno de sus intentos casi la llevan al otro barrio. Alguien la encontró en la calle y la llevó al hospital; no era aún su hora de morir, pero tampoco la de su criatura y ambos se salvaron. Una enfermera que se apiadó de ella la buscó trabajo en el bar de una gasolinera, de esos que salen en las películas en medio del desierto y allí conoció a Alexander, un mecánico que la triplicaba la edad; él se enamoró de ella, e Hilda, por supervivencia, se fue a vivir con él. Conoció, entonces, lo más parecido a la felicidad. Tuvo una niña preciosa y Alexander la cuidó y la amó hasta que un infarto se lo llevó…
- ¡Vaya, por dios!
- -Cállate y déjame continuar, pesada.
Hilda, de nuevo comenzaba de 0, pero su hija era suficiente motivo como para superar cualquier calamidad. Su belleza no pasaba desapercibida y la aprovechó esta vez para encontrar trabajo en un club de carretera; no, no pienses que se prostituyó, ella era un simple reclamo en la barra. Y es allí donde conoció a su marido. Un hombre, esta vez solo la doblaba la edad, tratante de ganado, muy atractivo y ambos se enamoraron profundamente y se casaron, Con 18 años tuvo a su segunda hija y, un buen día llamaron a la puerta; era el FBI preguntando por Austin pues era no solo un traficante de drogas sino, además, pederasta buscado por tres estados… Por supuesto, le metieron en la cárcel y se divorciaron. Ella con dos niñas, harta de su mala suerte, acudió a sus padres adoptivos; lo hizo, no porque los quisiera, sino por sus hijas; ellos la acogieron, pero con una condición: se ocupaban de las niñas y ella tenía que ponerse a estudiar… Y así lo hizo, estudió tanto que entró a trabajar en la Casa Blanca, en uno de los gabinetes de Obama, cuando perdió las elecciones, Hilda fundó su propia empresa, hoy tiene a su cargo más de quinientas personas. En el departamento de RRHH está Santa, su amante desde hace cuatro años; acaban de tener un hijo de vientre de alquiler.
- Hilda, ¿ya no podía tener más hijos?
- Me supongo que sí, pero es que Santa es mujer.
- ¡Madre mía, qué giro!
- Bueno, a lo que vamos, ¿serás capaz de contar su historia?
- Yo qué sé, Isabel, yo qué sé. Todo lo que me puede pasar es que piensen que a Cantalapiedra la da, ahora, por los melodramas rebuscados e irreales…
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla... Gymnopédies
Mª Ángeles Cantalapiedra

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