Se ha hecho de noche, demasiado, pero no importa. No necesito la
luz para nada.
¿Cómo se puede perder todo en unos segundos? Si lo pienso bien, me
advirtieron, pero yo no quise escuchar. El caso es que ahora ya no hay vuelta
de hoja. Esto es lo que hay… Aunque, qué distinto hubiera sido todo si la
prisa, locura adyacente en mi vida, no hubiera invadido mi carril. Ahora
seguiríamos riendo o discutiendo si el tío Alfredo fue más generoso que la
pasada navidad, o el asado de mi madre, que siempre ha sido el mejor que mi
paladar haya probado, estaba más salado que de costumbre…, quién sabe.
Llegaríamos a casa, tiraría los zapatos al alto y la camisa al
suelo. Encendería el tocadiscos y sonaría la misma música de siempre. Soy un
vago, pero me encanta la monotonía de ciertos actos. No me cansan, es una
rutina imprescindible en mi intimidad. Después, descorrería las cortinas y con
una copa en la mano y un cigarrillo en la comisura izquierda de mi boca,
contemplaría la ciudad a mis pies. Ana me distraería con algún comentario
tonto, pero pronto, volvería a los subterráneos de esos pensamientos en los que
me gusta perderme. Me preguntaría por qué sí y no a esto o a aquello.
Terminaríamos repasando el día y pensaría en mañana.
Sin embargo, ahora, aquí, no hay mucho qué hacer porque he perdido
todo. Todo por la maldita prisa… Ya no volveré a ver los ojos de Ana, esa
mirada verde en la que me extraviaba hasta hacer locuras. Tampoco volveré a
pasear bajo la lluvia con mi perro Ralph, ni me sentaré en la orilla de
cualquier mar con mi hijo. Ya no construiré más castillos de arena…
No existirán más amaneceres junto a mi gente, ni borracheras con
Gustavo y Marcos, mientras adivinábamos el porvenir; el mío ya lo sé.
¿Por qué no iría más despacio? El sabor dulce se me hace pequeño, necesitaría un trago más para llevármelo
conmigo y, cuando cerrara los ojos, ver la boca de Ana, la sonrisa de Lucas y
sentir el beso de mi madre…
¿Aquí no existirán atardeceres? Seguro que por no haber, no hay
estaciones. El tiempo siempre será el mismo, y no veré marchitarse las rosas ni
el otoño en un jardín. Ni siquiera azotará el viento y mi piel no se quemará
por el sol.
Siempre, palabra eterna, me abruma porque me gusta mirar el reloj
y ver pasar el tiempo, pero aquí no hay minuteros que marquen mis huellas. A
partir de ahora, la eternidad será mi única compañera… Si al menos, hubiera
creído en algo, ahora me aferraría a ese algo. Todo está tan negro que me
asusta. ¡Ojalá! Ana no haya corrido la misma suerte que yo, y tenga una
oportunidad. Mis imprudencias no las han de pagar otros.
… ¡Maldita prisa! No entiendo por qué tomé aquella curva a esa
velocidad con la que estaba cayendo. La cortina de agua me restaba toda
visibilidad y yo seguí apretando el acelerador; choqué contra algo... Me pasaré
la eternidad en este túnel. Cerraré los ojos para olvidar… Espera, no los
cierres aún. ¿Ves allá? ¿Dónde? Allá, al fondo. Hay una chispa, mira, no
cierres lo ojos, fíjate bien. Camina hacia ella…
-
¿Señor López?
-
¿Cómo está mi hijo? ¿Vivirá?
-
Treinta y seis horas para decir. De momento hemos logrado
estabilizarlo.
-
¿Mi nuera?
-
Lo lamento…
-
¿Y el otro coche?
-
Los cinco han fallecido.
PD. Estos días, si conduces, no bebas. Si conduces, hazlo con
prudencia.
M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies
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