martes, 3 de diciembre de 2019

FUI YO


Se ha hecho de noche, demasiado, pero no importa. No necesito la luz para nada.
¿Cómo se puede perder todo en unos segundos? Si lo pienso bien, me advirtieron, pero yo no quise escuchar. El caso es que ahora ya no hay vuelta de hoja. Esto es lo que hay… Aunque, qué distinto hubiera sido todo si la prisa, locura adyacente en mi vida, no hubiera invadido mi carril. Ahora seguiríamos riendo o discutiendo si el tío Alfredo fue más generoso que la pasada navidad, o el asado de mi madre, que siempre ha sido el mejor que mi paladar haya probado, estaba más salado que de costumbre…, quién sabe.

Llegaríamos a casa, tiraría los zapatos al alto y la camisa al suelo. Encendería el tocadiscos y sonaría la misma música de siempre. Soy un vago, pero me encanta la monotonía de ciertos actos. No me cansan, es una rutina imprescindible en mi intimidad. Después, descorrería las cortinas y con una copa en la mano y un cigarrillo en la comisura izquierda de mi boca, contemplaría la ciudad a mis pies. Ana me distraería con algún comentario tonto, pero pronto, volvería a los subterráneos de esos pensamientos en los que me gusta perderme. Me preguntaría por qué sí y no a esto o a aquello. Terminaríamos repasando el día y pensaría en mañana.

Sin embargo, ahora, aquí, no hay mucho qué hacer porque he perdido todo. Todo por la maldita prisa… Ya no volveré a ver los ojos de Ana, esa mirada verde en la que me extraviaba hasta hacer locuras. Tampoco volveré a pasear bajo la lluvia con mi perro Ralph, ni me sentaré en la orilla de cualquier mar con mi hijo. Ya no construiré más castillos de arena…

No existirán más amaneceres junto a mi gente, ni borracheras con Gustavo y Marcos, mientras adivinábamos el porvenir; el mío ya lo sé.

¿Por qué no iría más despacio? El sabor dulce se me hace pequeño,  necesitaría un trago más para llevármelo conmigo y, cuando cerrara los ojos, ver la boca de Ana, la sonrisa de Lucas y sentir el beso de mi madre…

¿Aquí no existirán atardeceres? Seguro que por no haber, no hay estaciones. El tiempo siempre será el mismo, y no veré marchitarse las rosas ni el otoño en un jardín. Ni siquiera azotará el viento y mi piel no se quemará por el sol.

Siempre, palabra eterna, me abruma porque me gusta mirar el reloj y ver pasar el tiempo, pero aquí no hay minuteros que marquen mis huellas. A partir de ahora, la eternidad será mi única compañera… Si al menos, hubiera creído en algo, ahora me aferraría a ese algo. Todo está tan negro que me asusta. ¡Ojalá! Ana no haya corrido la misma suerte que yo, y tenga una oportunidad. Mis imprudencias no las han de pagar otros.
… ¡Maldita prisa! No entiendo por qué tomé aquella curva a esa velocidad con la que estaba cayendo. La cortina de agua me restaba toda visibilidad y yo seguí apretando el acelerador; choqué contra algo... Me pasaré la eternidad en este túnel. Cerraré los ojos para olvidar… Espera, no los cierres aún. ¿Ves allá? ¿Dónde? Allá, al fondo. Hay una chispa, mira, no cierres lo ojos, fíjate bien. Camina hacia ella…

-          ¿Señor López?
-          ¿Cómo está mi hijo? ¿Vivirá?
-          Treinta y seis horas para decir. De momento hemos logrado estabilizarlo.
-          ¿Mi nuera?
-          Lo lamento…
-          ¿Y el otro coche?
-          Los cinco han fallecido.

PD. Estos días, si conduces, no bebas. Si conduces, hazlo con prudencia.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies

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